Ayer, en TV3, dos capuchinos presentaban el libro donde narran sus experiencias siguiendo la ruta del Padre Ubach, un monje de Montserrat que atravesó el Sinaí hace ya muchos años.
Ambos hacían notar la fuerza del desierto. Un lugar inhóspito, pero al que, con cuatro piedras, decían, un fuego y una tienda transformamos en nuestra casa.
Todas las personas que conozco que han estado en el desierto me hablan de la experiencia del silencio. Me dicen que acabas por no hablar o haciéndolo en voz baja.
En espiritualidad el desierto siempre ha sido un símbolo del camino hacia Dios. Os copio aquí este precioso texto de Neville Ward, refiriéndose al viaje de Abraham.
"Una existencia itinerante, desde la salida del sol hasta el ocaso, con los ojos siempre en el horizonte. No iba demasiado bien equipado; salió sin saber a dónde ir. Pero, a pesar de la dureza del camino - a causa de la lluvia, las tormentas de arena, el viento y el sol abrasador del desierto -, seguía adelante, pensando en esa ciudad de sólidos cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios. Ése era su horizonte: el lugar que Dios le había preparado. Pero cuando Abraham alcanzaba el horizonte de su largo viaje, allí, en la lejanía, encontraba otro, llamándole, y hacia él se encaminaba. Los horizontes deben siempre alcanzarse y perderse... Es preciso montar las tiendas para pasar la noche y levantarlas cuando aparece la luz del alba...Debemos viajar ligeros si queremos seguir el paso de Cristo."
Desgraciadamente, la mayoría de los cristianos, nos hemos quedado parados en un horizonte... Así nunca alcanzaremos a Jesús.
Joan Josep Tamburini
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