lunes, 29 de octubre de 2012

AMAMOS LA VIDA Y HUIMOS DE LA MUERTE



La mayoría de los hombres emplean la mejor parte de su vida en hacer miserable la otra.

La muerte sólo llega una vez, pero se la siente en todos los instantes de la vida. Más duro es temerla que sufrirla. La vida es breve si sólo le damos este nombre cuando es grata, pues si sumásemos todas las horas transcurridas en el goce, apenas los largos años de una existencia se nos convertirían en unos pocos meses.

El avaro gasta el día de su muerte más que en diez años de existencia, y su heredero en diez meses más de lo que él gastó a lo largo de su vida.

Tal vez los hijos serían más queridos por sus padres, y recíprocamente, los padres por sus hijos, sin la condición de herederos.

Lo que hay de cierto en la muerte queda aminorado por su propia incertidumbre. Es un indefinido en el tiempo que tiene algo de lo infinito, de eso que llamamos eternidad.

Tememos una vejez que no estamos seguros de alcanzar. Esperamos envejecer y tememos la vejez, es decir, amamos la vida y huimos de la muerte. Si unos hombres murieran y otros no, el morir sería una desoladora aflicción.

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