San Gregorio Magno en sus comentarios al Libro de Job…, tiene una bella reflexión sobre el amanecer diario. Dice así: “Con razón se designa con el nombre de amanecer o alba a toda la Iglesia de los elegidos, ya que el amanecer o alba es el paso de las tinieblas a la luz. La Iglesia en efecto es conducida de la noche de la incredulidad a la luz de la fe, y así, a imitación del alba después de las tinieblas se abre el esplendor diurno de la claridad celestial. Por esto dice acertadamente el Cantar de los cantares: Quien es, esta que se asoma con el alba”.
Como sabemos existen dos clases de luz. La luz material, que es esencialmente la que genera el sol y por reflejo la luna, y la artificial que genera el hombre con el fuego y sus invenciones eléctricas. Estas luces, son las que captan los ojos de nuestra cara y sin ella estamos en tinieblas y de nada nos valen los dos ojos de nuestra cara. La segunda Luz tiene un carácter espiritual y es la luz que necesitan los ojos de nuestra alma, para ver y comprender lo que es la vida sobrenatural. Es Dios el que genera esta luz espiritual, y para captarla los ojos de nuestro cuerpo no nos sirven para nada. Es a esta luz a la que se refiere San Pablo cuando le dice a los efesios: “…, iluminando los ojos de vuestro corazón para que conozcáis cuál es la esperanza a que habéis sido llamados por él; cuál la riqueza de la gloria otorgada por él en herencia a los santos”. (Ef 1,18). Son los ojos de nuestra alma los que captan la luz divina. Pero al igual que le ocurre a los ojos de nuestra cara, los ojos de nuestra alma, no pueden captar nada si viven en tinieblas.
Cuando nacemos, lo hacemos con la carga del pecado original y en esta situación los ojos de nuestra alma nacen en tinieblas. Pero con el bautismo, esas tinieblas iniciales dan paso a una aurora a un nacimiento de la luz y en este sentido el parágrafo 1.216 del Catecismo de la Iglesia católica nos dice: "Este baño es llamado iluminación porque quienes reciben esta enseñanza (catequética) su espíritu es iluminado" (San Justino, Apología 1,61). Habiendo recibido en el Bautismo al Verbo, "la luz verdadera que ilumina a todo hombre" (Jn 1,9), el bautizado, "tras haber sido iluminado" (Hb 10,32), se convierte en "hijo de la luz" (1 Ts 5,5), y en "luz" él mismo (Ef 5,8).” El bautizado abandona las tinieblas en las que nació y además de adquirir la condición de hijo de Dios y heredero de su gloria, así como recibir la inhabitación de la Santísima Trinidad en su ser, recibe la capacidad, de que su alma pueda captar la luz espiritual.
Más adelante, se va desarrollando, la vida material del bautizado y también debería de desarrollarse con el mismo interés que se pone en el cuerpo, la vida espiritual de su alma, pero desgraciadamente no se pone el mismo entusiasmo en desarrollar la vida del alma, que el que se pone en desarrollar la vida material del cuerpo. El deporte material olímpico se desarrolla con entusiasmo, pero en el deporte espiritual de amar a Dios, casi nadie pone entusiasmo. Y lo que ocurre generalmente, es que los ojos del alma, potencialmente pueden captar las luces divinas, ellos se encuentran en personas adultas, en el alba de la Luz del Señor y por el no uso de los ojos del alma, a estos se les va atrofiando su capacidad, como si se le dominaran las legañas. Y esta es la situación ideal que se le presenta al demonio para atacar, aprovechándose de la dichosa concupiscencia, contra la que todos luchamos. Los años le van pasado al bautizado y llega a la juventud que es la edad de las pasiones porque la vida espiritual es una constante lucha contra los deseos de la carne.
No se han de olvidar en esta época y en toda época las recomendaciones de San Pablo: “Yo los exhorto a que se dejen conducir por el Espíritu de Dios, y así no serán arrastrados por los deseos de la carne. Porque la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren”. (Gal 5,16-17). Unos consideraran que los normal es que se viva habitualmente en gracia y amistad de Dios, aunque se peque, porque ahí esta el remedio de la confesión, pero otros pensarán que hoy en día en día, lo normal es anormal y que en un gran porcentaje las personas no viven en gracia de Dios. Bueno desgraciadamente puede ser que sí, que así es, pero nunca olvidemos que los caminos de Dios con las almas no son nuestros caminos. Desde luego que existe una gran cantidad de almas que viven en las tinieblas y que teniendo capacidad de saborear la luz divina, aún no han logrado salir del alba de esta luz.
San Pablo en su epístola a los romanos, nos dice: “En efecto, los que viven según la carne desean lo que es carnal; en cambio, los que viven según el espíritu, desean lo que es espiritual. Ahora bien, los deseos de la carne conducen a la muerte, pero los deseos del espíritu conducen a la vida y a la paz, porque los deseos de la carne se oponen a Dios, ya que no se someten a su Ley, ni pueden hacerlo. Por eso, los que viven de acuerdo con la carne no pueden agradar a Dios. Pero ustedes no están animados por la carne sino por el espíritu, dado que el Espíritu de Dios habita en ustedes”. (Rom 8,5-9). Cierto, desgraciadamente muchos son los que viven según la carne y al no haber desarrollado los ojos de su alma no conocen la luz de Dios, ellos viven en la tinieblas del alma.
Hacer vivir en tinieblas al alma, es perderse muchas cosas y no me refiero ya, a lo que nos espera en el cielo, de sino a las que se consiguen ya en este mundo, alejándose de la posibilidad de sacar un pasaporte para ir a hacerle compañía a pedro botero. Me refiero a lo que se pierde uno aquí abajo por vivir en las tinieblas del alma. Solo los que viven en la plena luz del Señor, saben los que son los goces espirituales que Él proporciona, los cuales no son muy conocidos, por la sencilla razón de que quienes los degustan, no quieren hablar de ellos ni explicárselos a nadie, pues acertadamente ellos saben que eso es, romper su intimidad que el Señor, les dona a estas almas. Disfrutar de la paz del Señor, esa paz que no es fácil de alcanzar e imposible si no se vive en su amistad con el Señor. Esa paz que le aleja a uno de las angustias e inquietudes de todo orden, pues uno pone su confianza en el Señor: "Por eso os digo: No os inquietéis por vuestra vida, por lo que habéis de comer o de beber, ni por vuestro cuerpo, por lo que habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?”. (Mt 6,25).
Es difícil, explicar cuáles son los goces que proporciona el amar al Señor en este mundo, hay que experimentarlos. En términos generales, diremos que el orden espiritual está muy por encima del orden material, por lo cual los goces del amor espiritual, están también muy por encima de los goces del amor material. Solo existe un camino para experimentarlo, y es el de entregarse plenamente Señor, confiarse plenamente el Él dejándole el manejo de timón de nuestras vida y sumergirse lo más profundo que uno pueda, en el amor que Él nos ofrece.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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