Depende todo del círculo social de personas en que nos movamos…, pero sea este muy selecto o poco selecto, siempre podremos tropezar con una persona, que a la vista del testimonio que demos en nuestra conversación, nos pueda hacer esta pregunta: ¿Pero…Dios existe? La pregunta, generalmente lo que pretende es iniciar una discusión y mi consejo es que, empleando el argot taurino no se entre al trapo, pues como dice San Josemaría Escrivá, de la discusión nunca nace la luz por que la apaga el soplo de la pasión. En estos caso no existe ningún ánimo, en quien hace esta pregunta, de tener un conocimiento sereno, pues posiblemente, no será esta la primera vez que inicia una conversación de tema religioso con una persona, de la cual le molesta el testimonio que da en su conversación, pues le hiere en el tinglado que mentalmente se ha creado, con la ayuda de satanás, para hacerse una religión a su gusto, que le calme las inquietudes de su conciencia.
El Señor en los Evangelios, nos dice: “Por sus frutos los reconocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos? Así, todo árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo produce frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo, producir frutos buenos. Al árbol que no produce frutos buenos se lo corta y se lo arroja al fuego. Por sus frutos, entonces, ustedes los reconocerán. No son los que me dicen: “Señor, Señor”, los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo”. (Mt 7,16-21).
En el orden material, todos o al menos casi todos, pienso que hemos comido: Chirimoya, Kiwi, o Papaya y estoy casi seguro que como yo, nunca hemos visto el árbol o la planta de la que se obtienen estas frutas. Conocemos el fruto pero no quien lo produce y sin embargo nadie niega la existencia de esos árboles plantas que produce esos frutos. Pues bien algo semejante ocurre con la existencia de Dios, vemos sus frutos y el resultado de su existencia, pero no se quiere reconocer su existencia.
El problema realmente se encuentra en la dicotomía materia espíritu. Nosotros somos ambas cosas al mismo tiempo, tenemos alma y cuerpo, pero nos comportamos como si solo tuviésemos cuerpo y nuestro cuerpo domina totalmente a nuestra alma, llegando en muchos casos hasta anularla y declarar que esta no existe, que es solo una invención de los curas. Todos nosotros, como consecuencia del predominio de nuestro cuerpo sobre nuestra alma, queremos ver a Dios con los ojos de nuestra cara y eso es imposible porque Dios es espíritu puro y solo está capacitada para verlo nuestra alma, si es que somos capaces de usar sus sentidos y en especial sus ojos. Lo invisible es imposible que lo capten los ojos materiales de nuestro cuerpo, ellos como es lógico, solo ven lo visible. La corriente eléctrica, no la vemos, solo vemos el fruto de ella, cuando encendemos una luz o la TV, o en invierno ponemos una estufa. Pero aunque no la veamos la corriente eléctrica existe y a nadie se le ocurre negar su existencia, y si alguien tiene alguna duda, recomiéndele que meta dos dedos en un enchufe, que ya verá como se entera.
El mundo entero, el universo con todos sus astros, son frutos de la existencia de Dios. La belleza de este mundo en que vivimos, sus arroyos sus ríos, sus bosques, sus praderas, sus montes, la belleza de sus cumbres nevadas, sus mares sus masas de hielos flotando en los mares y los animales, que tanto nos cautivan en sus movimientos y costumbres. Todo es fruto de la existencia de Dios; todo lo ha creado el Señor para nosotros, por ello nos auto denominamos los reyes de la creación. Pero estos son frutos de orden material, que nos dan fe de la existencia de Dios.
Pero hay otros frutos que en definitiva al final, resultan ser frutos más evidentes de la existencia de Dios que los materiales que captan los ojos de nuestra cara. Son frutos de carácter espiritual y los mismos solo pueden ser captados por nuestro espíritu que es nuestra alma. Para captar estos frutos es necesario tener aunque solo sea un poco abiertos los sentidos de nuestra alma, y especialmente los ojos de ella. No se trata de una visión material sino puramente espiritual y ya sabemos que el orden del espíritu es superior al orden de la materia, por lo que es siempre más fuerte y nos produce más impacto lo que aprecian los ojos de nuestra alma, que lo que aprecian los ojos de nuestra cara. Pero naturalmente es necesario, desarrollar las potencialidades de nuestra alma, y si no lo hacemos, no veremos ni entenderemos nada.
Son muchas las realidades que capta un alma con sus ojos, cuando al menos estén un poco limpios. Tomemos por ejemplo la intervención del Señor en nuestra vida humana, se ven claramente la mano de Dios en hechos y circunstancias que desgraciadamente no son captadas por una gran mayoría de personas. Cuando a una persona se le quita las legañas de sus ojos espirituales y mira para atrás sobre lo que ha sido el desarrollo de su vida humana, se da inmediatamente cuenta de la forma en que el Señor lo ha llevado hasta el punto en que actualmente se encuentra. Otras de las cosas que se ven con claridad meridiana, es la intervención de demonio en la vida de los hombres, como juega con muchos de ellos como si fuesen soldaditos de plomo, especial y desgraciadamente con los hombres que más responsabilidades tienen en el gobierno de los demás. Y como es lógico, cuando una persona por esa inspiración que se recibe del Espíritu Santo, ve con más claridad, como constantemente nos ataca el demonio, es entonces cuando uno recuerda esas palabras de San Pedro en su segunda epístola nos dice: “Sed sobrios y vigilad, que vuestro enemigo el diablo, como león rugiente, anda rondando y busca a quien devorar, resistidles firmes en la fe”. (2Pdr. 5,8). Y uno aprende a tomarse más en serio este consejo.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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