Aunque parezca que algunos no tienen conciencia, todos nacemos y tenemos conciencia. Lo que pasa, es que la conciencia es un elemento integrado en nuestra alma no en nuestro cuerpo, que se perfecciona o se degrada en la medida en que se usa correctamente o indebidamente; siempre de acuerdo con el grado de desarrollo que tenga el alma a la que pertenezca la conciencia, pudiendo darse el caso de llegar a casi desaparecer, pero nunca desaparece del todo, de la misma forma que por muy negra que sea un alma, esta subsiste en la persona de que se trate. Porque toda persona tiene alma por muy negra que esta sea. No existen los cuerpos sin alma, aunque a veces como exclamación se diga de alguien: ¡carece de alma!
Todo el mundo nace con conciencia, esta es una de las improntas con la que el Señor holla el alma humana al crearla, al igual que la deja marcada con el tremendo anhelo de felicidad que todos tenemos o el deseo que siente, cada ser humana de encontrar a su Creador. La conciencia es el mecanismo íntimo del Ser humano por el que, se nos dan las normas de valoración que aplicamos a lo que conocemos a todo aquello de lo que somos consciente. No confundamos pues, “ser conscientes”, con “tener conciencia”. Ser conscientes, es un producto de la mente que toma nota de una determinada situación, pero tener conciencia es un producto del alma, porque la conciencia radica en el alma no en la mente.
Dios ha instituido unas normas de derecho divino, por las cuales se rige toda su creación. Pero su creación puede ser animada o inanimada. La creación inanimada –estrellas, planetas, minerales…, etc.- cumple a rajatabla las normas divinas. La creación animada la constituye el hombre y los demás seres vivientes animados –árboles, plantas, animales.., etc.- todos excepto el hombre, cumplen todas las normas ordenadas por Dios y esto todos los sabemos. Recuerdo que de niño, me gustaba ir en el pescante de los coches caballos, y había un cochero, una persona muy simplona, pero temerosa de Dios y amante de Él como son todas las personas de esta naturaleza, que cuando se montaba en el pescante, le decía a los caballos: anda, anda que Dios te lo manda. Hasta la gente menos culta sabe que es Dios el que todo lo ordena.
Pero, ¿Qué pasa con el hombre? Lo que pasa, es que Dios que esta ansioso que vayamos a Él por amor, porque Él es amor y solo amor, nos ha creado con el libre albedrío, y nos ha dado el libre albedrío, porque el amor solo puede germinar en la libertad, si no hay libertad no puede nacer un auténtico amor. Y esta libertad que nos ha regalado Dios, nos permite cumplir las normas divinas o hacerles un corte de manga, y que nadie se escandalice con la crudeza con la que hay veces que escribo, porque eso es lo que le hacemos al Señor, cada vez que pecamos: darle un corte de mangas. Y el Señor para que seamos conscientes cuando pecamos, es decir, cuando violamos sus normas, nos ha creado con este mecanismo llamado conciencia y que ningún animal tiene.
En el parágrafo 1.776 del Catecismo de la Iglesia católica, podemos leer: “En lo más profundo de su conciencia el hombre descubre una ley que él no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, llamándole siempre a amar y a hacer el bien y a evitar el mal [...]. El hombre tiene una ley inscrita por Dios en su corazón [...]. La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella”. El Cardenal Newman en una carta dirigida al duque de Norfolk le escribía: “La conciencia es una ley de nuestro espíritu, pero que va más allá de él, nos da órdenes, significa responsabilidad y deber, temor y esperanza [...] La conciencia es la mensajera del que, tanto en el mundo de la naturaleza como en el de la gracia, a través de un velo nos habla, nos instruye y nos gobierna. La conciencia es el primero de todos los vicarios de Cristo”. Concretando podemos decir que: La conciencia es un juicio de la razón, por el que la persona humana reconoce la calidad moral de un acto concreto. Pero siempre que se trate de una conciencia correcta que emitirá un juicio que no se erróneo. Porque una recta conciencia, no se halla sumida ni en el laxismo, ni en la escrupulosidad
La conciencia que Dios nos pone en el alma cuando nos crea, que como nos dice Juan Pablo II en su Encíclica “Veritatis splendor”, “Ella es el sagrario del hombre en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella”, podemos perfeccionarla o tratar de anularla. Porque ella, tal como decía San Agustín, es el gran tormento para los pecadores, así como también es una fuente de alegría para los justos.
Para el obispo Sheen, hay tres pasos para la formación de una falsa conciencia: Embotar la conciencia; Aturdir la conciencia; y Matar la conciencia. Todo ocurre lentamente no sucede de la noche a la mañana, pero poco a poco el hombre puede llegar a perder el sentido del pecado. Es muy importante que interiormente nos reconozcamos culpables, naturalmente solo cuando lo seamos. San Juan Crisóstomo decía: Uno comprende enseguida la culpa de otro, pero con dificultad se da cuenta de la suya; un hombre es imparcial en causa ajena, pero se perturba en la propia. Por ello los padres del desierto afirmaban que “El que ve su pecado es mayor que el que resucita a los muertos”.
Los seres humanos pueden llegar a estar tan enfangados en el pecado, que no se dan cuenta de su situación y muchas veces los que le rodean, que no se encuentran en esta situación, sean amigos o familiares tratan por todos los medios sacarlo de esta situación, porque los inocentes comprende el horror del pecado y sus consecuencias finales, mucho mejor que los pecadores. Cuantas madres han sufrido por sus maridos o hijos. Recordemos a Santa Mónica rezando por la conversión de su hijo San Agustín.
Es curiosa la actitud que adopta el ser humano, frente a las personas que, sin ellas pretenderlo, le dan testimonio de su vida espiritual. Les molesta que alguien les intranquilicen en su conciencia y actuaciones, y entonces se dedican a mirar con lupa la conducta de esta molesta persona que sin pretenderlo con su vida da testimonio del Señor. Tratan de pillarla en cualquier fallo, para derribar su testimonio. Le exigen, al que les molesta, una pureza de conducta que ellos están muy lejos de practicar.
Generalmente, son personas que tienen deteriorada su conciencia, presuman de la pureza de esta y de vivir sin problemas y en paz. A ellas, cabe aplicarles el dicho de: “Dime de que presumes y te diré de que careces”. La conciencia correcta no se vanagloria de su corrección, porque su juez es Dios y no el mismo. Fulton Sheen a este respecto escribe: “Lo peor que hay en el mundo no es el pecado, sino la negación de este que hace la falsa conciencia. Porque tal actitud hace que el perdón sea imposible. El pecado imperdonable es la negación del pecado”…. Una persona puede negar el pecado pero nunca escapa a sus efectos.
Juan Pablo II en la Encíclica “Veritatis splendor”, nos dice: “La conciencia —dice San Buenaventura— es como un heraldo de Dios y su mensajero, y lo que dice no lo manda por sí misma, sino que lo manda como venido de Dios, igual que un heraldo cuando proclama el edicto del rey. Y de ello deriva el hecho de que la conciencia tiene la fuerza de obligar. Se puede decir, pues, que la conciencia da testimonio de la rectitud o maldad del hombre al hombre mismo, pero a la vez y antes aún, es testimonio de Dios mismo, cuya voz y cuyo juicio penetran la intimidad del hombre hasta las raíces de su alma, invitándolo «fortiter et suaviter» a la obediencia”.
“Tienes que confiar en la voz interior -escribe Henry Nouwen- que te muestra el camino. Conoces esa voz. Te miras en ella a menudo. Pero después de haber oído con claridad lo que se te pide que hagas, empiezas a poner pegas y a buscar la opinión de los demás. De esta forma te ves atrapado en una incontable variedad de opiniones, sentimientos e ideas contradictorias, y pierdes el contacto con Dios, que está contigo, Así terminas por depender de las personas que te has buscado para que estén a tu alrededor”. Y Georges Chevrot, apostilla diciendo: Para conservar la rectitud a nuestra conciencia es menester, no mirar primero de nuestro lado, pues toda preocupación subjetiva tiene como efecto, doblegar el derecho, desnaturalizar la verdad, y eludir los verdaderos deberes. En cuanto se discute una obligación, se prepara uno a no ejecutarla. Los limpios de corazón son los que ven a Dios y tratan primero de ver su voluntad. La voluntad de Dios se reconoce por estos tres signos: A.- Está siempre fundada en la razón. B.- Pero al mismo tiempo aun siendo razonable, nos impone una dificultad que hemos de superar y esta es su segunda marca. C.- La tercera indicación consiste en que es actualmente realizable. Ignoramos lo que Dios nos pedirá mañana, nos basta con saber lo que quiere de nosotros hoy. Conociendo su voluntad, no hay más que suprimir los sis, los pero, los sin embargo, y sustituirlos por esta sencilla palabra: sí. Un si inmediato espontáneo, alegre.
Solo con un constante desarrollo de nuestra vida espiritual, podemos llegar a alcanzar una recta conciencia, que nos sirva de instrumento eficaz para llegar definitivamente al amor del Señor.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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