viernes, 3 de agosto de 2012

LA VIRGEN NOS HABLA DESDE MEDJUGORJE




La Virgen nos habla desde Medjugorje

Con todas las reservas que impone la obediencia a la Iglesia, los que tenemos fe en las manifestaciones de la Virgen en cualquier parte del mundo, que goce de las garantías necesarias, con toda paz recibimos sus mensajes y los llevamos a la oración. Nada hay en ellos que contradiga la doctrina oficial de la Iglesia. Traemos aquí el mensaje de la Virgen en Medjugorje del 25 de julio de 2012.

¡Queridos hijos! Hoy os invito al bien. Sean portadores de la paz y de la bondad en este mundo. Oren para que Dios les dé fuerza a fin de que en su corazón y en su vida, reinen siempre la esperanza y el orgullo de ser hijos de Dios y portadores de su esperanza, en este mundo que está sin alegría en el corazón y sin futuro, porque no tiene el corazón abierto a Dios que es su salvación. Gracias por haber respondido a mi llamado.

Las invitaciones de la Santísima Virgen no son llamadas al voluntarismo. No nos está diciendo que lograremos, como en este caso por ejemplo, ser portadores de paz y de bondad como efecto de nuestra sola voluntad. No es que yo me propongo ser bueno y con eso basta. No es así. La voluntad es imprescindible, claro está, en tanto voluntad de orar a Dios para que conceda esos bienes, voluntad de rezar para estar cerca del Señor y vayan sus gracias penetrando en mí.

Es decir que la voluntad va dirigida primero y siempre a la oración, a la apertura del corazón a Dios, y luego al ejercicio de las virtudes y la represión de los malos hábitos. De la oración parte todo y viene todo, porque ella es encuentro con Dios. Nada podremos llevar al mundo si antes no lo hemos recibido de Dios. Nada bueno. La oración es el reclamo constante para poder hacer lo que la Madre del Señor nos pide.

Por eso, implícitamente, la invitación al bien es ante todo una nueva llamado a la oración del corazón y, especialmente a la oración mayor de todas, la Eucaristía, que es la oración dirigida al Padre ofreciendo el sacrificio puro, santo, propiciatorio que el mismo Hijo hizo de sí. El sacrificio por el que nos viene la salvación es la Eucaristía. La Eucaristía celebrada es, al mismo tiempo, la presencia del sacrificio del Señor, “aquí y ahora”; la presencia de su Persona, y el banquete sacro por el que recibimos su carne y su sangre gloriosas que nos dan la vida eterna.

Esa presencia es un don infinito que Dios nos hace, es un grandísimo regalo que nos permite amar, trabajar para los otros y volvernos instrumentos de salvación porque allí recibimos la fuerza del Espíritu, allí recibimos la paz y el bien que se nos pide, allí nos cargamos de esperanza y aumenta nuestra fe. Ante la infinita donación totalmente gratuita del Señor nuestra respuesta es la gratitud perenne que ofrecemos en la tierra en cada Eucaristía dignamente celebrada y conscientemente participada y en adoración perpetua.

Al mismo tiempo la llamada al bien, a ser portadores de bienes celestiales, requiere en nosotros una conciencia activa. Es decir, detectar inmediatamente toda desviación al bien que surja en nuestros corazones, toda tendencia y acción maléfica, a veces disfrazada de cosas buenas. Y una vez detectadas purificar el corazón mediante la confesión sacramental. No debemos tolerar el mal que quiere constantemente anidarse en nosotros.

Sólo con corazón purificado podemos recibir la Sagrada Comunión, libres de todo pecado mortal. De otro modo, no sólo no recibiremos gracias sino que estaremos comiendo nuestra propia condena. Por eso, los sacramentos de salvación de la confesión y la comunión van juntos, estando prefigurados en la sangre y el agua que brotaron del corazón traspasado del Señor muerto en la cruz. El agua, signo del bautismo pero también de la confesión por ser lavado purificador y regenerador, y la sangre, signo de la misma Eucaristía.

Una segunda reflexión es que nuestra Madre del Cielo no deja de pedirnos seamos sus enviados a este mundo triste y desolado, es decir a los demás que no abren su corazón a Dios. Ella viene por todos sus hijos y no sólo por los que la aman, los que la siguen, los que creen en Dios, rezan y se esfuerzan por ser mejores a sus ojos. Viene, sí, a hablarles a esos hijos -que somos nosotros- para que sean instrumentos suyos en el acercamiento de otros al Señor y en Él encuentren la salvación.

Este tema es muy importante, sobre todo cuando por muchas partes se ve o se oye acerca de presuntas revelaciones. Hay profusión de mensajes y algunos que suenan muy bien. Sin embargo, en algunos de ellos aparecen exhortaciones a la salvación de los “elegidos”, que son los que leen y siguen esos mensajes. No, esa no es la Madre de salvación. Esa no es nuestra Madre. Porque Ella está siempre urgiéndonos a que la ayudemos en su plan de salvación para toda la humanidad. La Santísima Virgen no desecha a nadie puesto que quiere la salvación de todos y hasta el último momento la intentará.

OREN PARA QUE DIOS LES DÉ FUERZA A FIN DE QUE EN SU CORAZÓN Y EN SU VIDA, REINEN SIEMPRE LA ESPERANZA… EN ESTE MUNDO QUE ESTÁ SIN ALEGRÍA EN EL CORAZÓN Y SIN FUTURO

Sin la virtud, o sea la fuerza de la esperanza, que viene de Dios, el futuro se ensombrece hasta alcanzar la mayor oscuridad de la desesperación y, por supuesto, que se borra toda alegría del corazón. Si no hay esperanza no hay futuro.

PORQUE NO TIENE EL CORAZÓN ABIERTO A DIOS QUE ES SU SALVACIÓN

Dios salva en y por Jesucristo, el único Salvador de todos los hombres, ya que “en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, en el cual podamos ser salvos” (Hch 4:12).

SEAN PORTADORES DE LA PAZ Y DE LA BONDAD EN ESTE MUNDO

Ser portador de paz y de bondad es, por lo mismo, respetar toda vida porque ninguna es superflua, porque el hombre lleva en sí la impronta de Dios que lo hace digno.

Fuente: www.mensajerosdelareinadelapaz.org

Juan García Inza

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