sábado, 14 de julio de 2012

VENDÍA DROGAS Y NO QUERÍA SER «UN FRIKI DE JESÚS», PERO ALGO PASÓ EN UN AUTOBÚS CAMINO DE WINNIPEG




Taras Kraychuk, de perroflauta a monje.

Dos tipos como él, vagabundos de fiesta en fiesta, se subieron unos asientos más atrás.

Empezaron a hablar... «Mi vida dio la vuelta».

El Padre Taras Kraychuk antes de fraile fue traficante. Motero por las carreteras de California y Canadá se dedicó durante años a vender drogas. También las consumía, acompañadas de abundante alcohol. Hasta que Cristo le habló en un autobús.

Años de dependencia de las drogas y el alcohol, asistir a fiestas y una vida desordenada le llevaron sólo al vacío vital. Después, el Padre Taras (Terry) Kraychuk pasó del tráfico de estupefacientes a la vida consagrada y sacerdotal como católico de rito bizantino.
INFANCIA CREYENTE

“A los 15 años comencé a moverme en el mundo de las drogas”, confesó recientemente en un encuentro con 2.000 personas en el que explicó su testimonio. Durante su infancia Terry vivió la fe que le transmitió su familia, ucranianos católicos de rito bizantino. Rezaban e iban a juntos a la Divina Liturgia.

“Crecí en la fe pero me acabé alejando de esas raíces”, recuerda el religioso. Siendo adolescente, “quería vivir experiencias emocionantes relacionadas con las drogas, las fiestas y todo lo que rodea a ese mundo”. Fue expulsado del Instituto y decidió entonces embarcarse en un viaje como motero por Estados Unidos y Canadá, un periplo concebido para encontrar la felicidad y el sentido de la vida.

EL DIOS DEL CRIMINAL

El joven Kraychuk nunca dejó de creer en Dios pero acomodándolo a su vida de delincuente. Leía la Biblia y solicitaba a Dios su protección pero sólo para no ser cazado por la policía. Se instaló cómodamente en California donde se sentía “más libre que nunca”. “Vivía en un lugar donde todas mis necesidades estaban satisfechas, vendiendo drogas y ganando dinero”, confesó Kraychuk.

Hasta que un día lluvioso, mirando por la ventana, de forma súbita, le invadieron pensamientos suicidas. El castillo de naipes que había hecho de su vida parecía por fin desmoronarse: “sentí que no había nada por lo que vivir, quería desaparecer. Todo era absurdo. Nada tenía sentido”.

Y entonces sucedió algo especial. Oyó una voz que le ordenaba coger la Biblia y leerla. Como 15 siglos antes había sucedido con San Agustín, que había oído una voz infantil decir "toma y lee".

Y Kraychuk hizo como Agustín. Abrió la Biblia al azar. Lo que San Agustín encontró era potente: "Nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos... Revestíos más bien del Señor Jesucristo" (Romanos 13, 13-14).

Y lo que encontró Kraychuk era aún más contundente:

"No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, herederán el reino de Dios." (1 Corintios 6,9).

El motero repasó toda la lista. Ahí estaba él. Leyó además que sólo encontraría la salvación repitiendo y siguiendo los pasos de Jesucristo. Sin embargo, en esta ocasión aún no dio el paso de cambiar de vida. "Yo no quiero convertirme en un friki de Jesús", se dijo. No quería tener que ver con cosas religiosas.

LA VOZ QUE NO CESABA

Pasó más de un año desde ese momento. Volviendo la vista atrás, el Padre Taras Kraychuk afirma que el Espíritu permaneció con él y “fue como si Dios me enviara un ángel, un espíritu que me hablaba” y que cada vez que traficaba, esa voz le hacía recordar que esos actos estaban en contra de la ley de Dios

En medio de esa disyuntiva entre seguir traficando y reconocer cada vez con más claridad que ese no era un buen camino, decidió volver a Canadá huyendo de California y de lo que el pensó que era una depresión. Estaba ya tan sumido en las drogas que incluso sus “colegas” del mundillo le advirtieron de que acabaría matándose.

Fue en el segundo día de autobús en camino hacia Canadá, en la ruta entre Utah e Idaho, cuando escuchó una conversación que cambiaría su existencia. Dos moteros, como lo era él, subieron al autobús y se sentaron cerca. Empezaron a hablar y reír enumerando sus “hazañas” en sus fiestas, consumiendo drogas...y, de pronto, cambiaron de tema, y comenzaron a hablar de Dios y de las Escrituras.

Kraychuk se vio reflejado en ellos como en un espejo. “Era el mismo Cristo el que me decía. ´Terry, hay dos caminos delante de ti. Sabes por cual estás yendo ahora y adonde conduce. Yo te ofrezco mi camino. Debes elegir´”. El aún traficante respondió: “intentaré seguirte”.

Y comenzó por tirar al retrete del autobús las drogas que llevaba encima . En su asiento hizo la promesa a Cristo de no volver a beber más e inmediatamente experimentó una indescriptible alegría: se había dado cuenta de que Cristo le amaba en toda su miseria. En ese trayecto, al contemplar por la ventana el paisaje, comprendió que Dios le había dado unos ojos nuevos para ver la Creación.

La vida de Terry Kraychuk había cambiado para siempre. Tras un tiempo viviendo en una misión con nativos amerindios en el norte de Canadá, escuchó la llamada al sacerdocio y la vida monástica en la Iglesia Católica Ucraniana, en comunión con Roma. Fue ordenado sacerdote el año 2000. Actualmente desempeña su ministerio en Derwent, Alberta, en Canadá.

Ángeles Conde / ReL



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