jueves, 5 de julio de 2012

LAS RELACIONES PRE-MATRIMONIALES


El del noviazgo es una etapa muy importante - quizá más de lo que parece - para quienes tienen vocación matrimonial (la inmensa mayoría de los cristiano).

El del noviazgo es una etapa muy importante - quizá más de lo que parece - para quienes tienen vocación matrimonial (la inmensa mayoría de los cristiano). Como todas las relaciones humanas debe estar presidida por el respeto a la dignidad de la persona, creada a imagen y semejanza de Dios, que es Amor.

Si nos atenemos al sentido etimológico de las palabras, "relación o relaciones prematrimoniales" significa sencillamente el conjunto de relaciones que anteceden al matrimonio. Siendo el matrimonio una institución natural, divina, y, para los bautizados, además un gran sacramento, forzoso es decir que las relaciones prematrimoniales son necesarias para todos aquellos que estén llamados al matrimonio.

De otra parte, sucede que las más grandes palabras están sufriendo desde hace algún tiempo una bárbara manipulación. Amor, que es el nombre de Dios, se emplea para designar actos de la más baja condición. "Relaciones prematrimoniales", que habría de significar un tiempo de santificación previo y de iniciación a la santidad del matrimonio, suena en cambio a negación de toda norma moral en la relación entre dos personas que acaso pasen algún día -aunque no esté nada claro- por algo que recuerda algunos momentos la vida matrimonial.

EL GRAN DESCUBRIMIENTO

Aquí queremos hablar de cómo han de ser las relaciones que anteceden al matrimonio, para que alcancen su verdadero fin -no demasiado lejano-: la constitución de una familia edificada sobre la fidelidad de un amor conyugal abierto a la vida.

Normalmente, a los que tienen vocación matrimonial, un día les sobreviene el "flechazo". Entonces, la masculinidad del chico y la feminidad de la chica, se descubren de un modo nuevo, asombrosamente gozoso. El primer verdadero amor -más o menos, el flechazo-, es ciertamente un descubrimiento deslumbrante, el primer contacto consciente y agudo con la belleza de la Creación, transfigurada a la luz del amor. Es algo, que bien pensado, no puede ser más que un regalo de Dios y que a Él conduce: "Hoy la he visto, la he visto y me ha mirado: ¡hoy creo en Dios!". Lógico. Normal.

Pero es preciso no olvidar que todo lo humano ha sido afectado de algún modo por aquel pecado de origen, que explica el doble lado de todo acontecimiento histórico: inseparablemente, junto a la "cara", está su "cruz". Y todo lo humano -nos referimos pues, sobre todo, a lo bueno de la vida humana- debe ser salvado, necesita salvación. Y, afortunadamente, Dios lo ha querido salvar: lo ha salvado mediante su Cruz. Y sin cruz no hay salvación, ni puede haber felicidad, ni alegría duradera. Por eso se ha dicho que "la alegría en la tierra tiene sus raíces en forma de cruz”.

El amor humano, limpio y noble, entre un hombre y una mujer, para que siga siendo así y madure, y se ha haga ascua inextinguible, ha de pasar también por la cruz: ha de gozarse en la cruz, desde la cruz. El "color de rosa" que el flechazo extiende sobre todas las cosas, no tarda en perderse de vista. Pero esto no quiere decir que la realidad sea peor de como se ha visto: es mejor, con tal de abrazarla entera, con su cara y con su cruz: la primavera, con el verano, el otoño y el invierno… y la eternidad.

En buena medida, la cruz del noviazgo es el sacrificio de la concupiscencia, que quisiera adelantarse a los acontecimientos y disfrutar de unos frutos que aún no existen. Es, si se quiere hablar así, una cruz, pero también una luz, una luz que impide caer en una gran mentira: la que identifica el amor con la relación genital. Si los novios tienen relaciones materiales de tipo conyugal eliminan la diferencia esencial entre matrimonio y cualquier otra especie de unión. Confunden un estado esencialmente provisional con otro definitivo, al cual no han accedido todavía legítimamente. Cometen un error de funestas consecuencias, que la experiencia, desde Adán, enseña.

Lo más grave, desde luego, es la ofensa a Dios, que ha advertido abundantemente sobre el mal (el daño) que tal comportamiento encierra. Subrayemos esto.

Pero también suceden otras cosas graves:

Uno de los más prestigiosos psiquiatras contemporáneos, Victor Frankl -discípulo, primero; y superador, después, del gran retardador del conocimiento sobre el hombre que ha sido Sigmund Freud-, en su obra "Psicoanálisis y existencialismo", dice que "hasta en el amor entre los sexos no es lo corporal, lo sexual, un factor primario, un fin en sí, sino simplemente un medio de expresión. El amor puede existir sustancialmente, aun sin necesidad de eso. Donde sea posible lo querrá y lo buscará; pero, cuando se imponga la renuncia, el amor no se enfriará ni se extinguirá (…) El amor auténtico no necesita, en sí, de lo corporal ni para despertar ni para realizarse, pero se sirve de ello para ambas cosas". Es natural, conforme a la realidad del amor humano este argumento, puesto que quien "es amor", Dios, principio y fuente de todo amor verdadero, es puro Espíritu.

El hombre es un compuesto de alma espiritual y cuerpo. La Encíclica "Humanae vitae" lo recuerda y comprende perfectamente. Pero no deja de ser cierto, y es una experiencia gozosa, que "para quien de veras ame, la relación física, sexual, no es sino un medio de expresión de lo que constituye el verdadero amor, es decir, de la relación espiritual, y, como medio de expresión recibe su consagración humana, precisamente, del amor, del acto espiritual a que sirve de exponente" (Ibidem).

Aplazando la satisfacción del impulso sexual se logra algo muy esencial: la profundización en la dimensión espiritual del amor, que es la que está llamada a permanecer por encima de todos los avatares físicos o síquicos que una larga vida puede deparar. El sacrificio que supone la continencia, enseña a amar con el alma, con la mente y con la voluntad, que es lo más perfecto y digno que hay en el hombre. Este sacrificio es la primera gran donación que se debe a la persona amada, la primera manifestación de un amor verdaderamente personal.

LA FALSA "PRUEBA" DEL AMOR

A veces uno de los novios – con más frecuencia él - exige del otro la entrega corporal como "prueba del amor". Ahora bien, un amor que exige pruebas está pronunciando su propio veredicto, dice J. Fischer (J. FISCHER, No sexo, sino amor, Ed. Studium, 1969, p. 54). Lo propio del amor es "dar", no "tomar" o "poseer". Todavía no ha sucedido nunca que una mujer haya podido acercar a su novio accediendo a peticiones de este tipo. La única respuesta es aumentar la distancia y poner el supuesto amor en la verdadera piedra de toque, es decir, el sacrificio.

"La entrega sexual puede ser realización del amor, pero nunca prueba del mismo, aunque no raras veces se pida precisamente como tal. Es evidente, sin embargo, que todo el que pretendiera exigir como prueba de algo intemporal y absolutamente único una cosa que es caduca y en modo alguno original - sobre todo en la forma de relación sexual prematrimonial, siempre sobrecargada de ansia, de torpes gestos, de curiosidad desenfrenada y considerada como prestación extraordinaria – ha renunciado al derecho de ser tratado y amado como hombre. La corporeidad, como ya hemos indicado, realiza el amor no sólo por medio de la relación sexual, sino también por la continencia: son dos modos de entrega. Todo depende de que el hombre, sacrificando su egoísmo en pro de la persona amada -hombre o Dios, Dios en el hombre-, llegue a una oblación de sí mismo sin reservas, que es, al mismo tiempo, su plenitud existencial. La oblación amorosa realizada en la esfera sexual plasmará las formas de vida más abiertas, más cercanas a la realidad del mundo, más ricas, tanto dentro de la condición matrimonial como en la dedicación a Dios de la castidad" (J. B. TORELLO, médico psiquiatra y teólogo)

Se ha dicho que nada hay tan peligroso para el hombre que pasar en breve tiempo todas las ilusiones de una larga vida. El que toma lo que no es todavía suyo sin esperar a que lo sea realmente - no sólo en el deseo - verá prematuramente agostada la ilusión. Le sucederá lo mismo que a aquella gente de la que habla Petrarca en su "Triunfo": para la que se hace de noche antes de que llegue la tarde.

"¿Pureza? - preguntan. Y se sonríen. - Son los mismos que van al matrimonio con el cuerpo marchito y el alma desencantada" (B. Josemaría Escrivá). "Amor es sacrificio - escribía Pemán -, y para ser feliz hay que saber mirar las flores sin arrancarlas". ¿Qué sucede si se arrancan? Que al poco tiempo se encuentra en las manos una flor ajada, marchita, sin misterio y sin encanto, sin aroma y sin color, apolillada.

Muchos pierden la misma posibilidad de encanto antes de hallarlo, la ilusión antes de tener alguna. Han llegado a viejos antes de conocer el ímpetu de la juventud. Y van con la mente embotada, con pasiones enormizadas; sin sensibilidad espiritual ni vigor para superar las más pequeñas dificultades o sinsabores que la vida lleva consigo. Han huido de la cruz salvadora y todo se les ha convertido en cruz insufrible. En lugar de crecer en el amor, crecerá en ellos el hastío, el aburrimiento, la angustia, la náusea, patrimonio de las filosofías y actitudes sin Dios.

COMO DEBEN SER LAS RELACIONES QUE ANTECEDEN AL MATRIMONIO

Antes de llegar al matrimonio, las relaciones entre novios han de ser evidentemente castas, de continencia total respecto a la relación sexual plena, y - claro es -, también respecto a los actos que naturalmente llaman a la plena relación sexual. No se pueden poner unos actos cuya natural consecuencia sea precisamente aquello que se trata de evitar. Yo no puedo tirar una piedra enorme contra un cristal si no quiero romperlo, y si la tiro, por más que proclame que "no quería" romper el cristal, lo quise. De modo que si se ponen actos que de suyo despiertan una pasión extemporánea, adúltera o adulterada, es que se quieren sus consecuencias, o sucede que no se obra racionalmente, es decir a la altura de la dignidad personal y por tanto de los hijos de Dios.

¿Por qué no es lícito antes del matrimonio lo que en el matrimonio podrá ser bendito y santo? Esta es una cuestión interesante. No se trata de una excepción. En muchas cosas de la vida el "qué" depende del "cómo" o del "cuándo". El "cómo" y el "cuándo" a menudo modifican el "qué" y lo transforman profundamente.

El discurrir del río por su cauce es plácido y fecundo. Cuando se sale de ahí, más que río es una potencia desmesurada, un monstruo cruel, que arrasa cuanto encuentra a su paso. El agua es saludable según "cómo" se encuentre. Si está contaminada, una gota puede bastar para llevar al cementerio.

En la conducta humana, "lo que" hacemos, depende en buena parte del "cómo" y "cuándo" lo hacemos. Concretamente, si se usa la genitalidad en el contexto que le es propio, al servicio del amor auténtico, ordenado a la vida, entonces no sólo es algo bueno, sino que puede ser santo.

"Los que buscan el goce físico antes del matrimonio se dejan casi inevitablemente arrastrar hasta centrar en él sus sentimientos y llegan así al matrimonio viendo ante todo en el otro un instrumento de placer que el matrimonio permite siempre utilizar a voluntad. Cambiar de visión después del matrimonio resulta muy difícil" (LECLERQ). "La búsqueda del goce sexual antes del matrimonio inclina el espíritu a no ver en ello más que una satisfacción personal y natural en sí. Con lo cual se le hace a uno mismo difícil ligarla al conjunto de la vida".

Un informe de la Union Internationel des Organismes Familiaux (München) decía lo siguiente: "Las relaciones sexuales completas, y también las caricias que producen el orgasmo, ejercen una fascinación en los enamorados que les impide normalmente comprobar y apreciar con exactitud los demás elementos de la armonía matrimonial, en especial los psíquicos y los espirituales. De ello se desprende frecuentemente el desengaño después de la boda, que es tanto más grave cuanto que los factores despreciados apenas pueden recuperarse después. Por el contrario, cuando la adaptación psíquica y espiritual se produce con plena conciencia, la base es más sólida, y la experiencia sexual dentro del matrimonio se enriquece y se rejuvenece cada vez más". Las experiencias sexuales prematrimoniales lejos de ayudar al amor "lo deforman. El que llega al matrimonio sin aportar a él la integridad de su impulso emocional, es como un corredor que se hiere en el pie antes de alinearse para la carrera" (LECLERQ)

"No hay pues medio de prepararse al matrimonio por experiencias carnales… Por eso no debe extrañar ni escandalizar que los casados tengan que comenzar por un aprendizaje, pasen por un período de tanteos y que su comportamiento sea a veces torpe. Es inevitable y hay que decir y repetir con insistencia que el aprendizaje del matrimonio es imposible antes del matrimonio. Hay que decirlo y repetirlo, porque se intenta sin cesar eludirlo" (LECLERQ)

Yendo todavía más al fondo de la cuestión, aunque resumidamente:

I. La peculiar estructura biológica manifiesta con deslumbrante claridad que la relación genital está intrínsecamente ordenada a la procreación. Incluso en el caso de matrimonios estériles; en éstos sucede algo semejante a la ceguera: los ojos no pueden ver, pero en todo caso, la razón de ser del ojo es la vista; toda su estructura y contexto está ordenado intrínsecamente a la visión.

Como se trata de procreación "humana", conlleva la educación de los hijos que resulten concebidos. Y, la dignidad de la persona humana, exige que lo sean en el seno de una verdadera familia, es decir, con garantía de estabilidad y posibilidades de educación adecuada. Lo cual sólo se cumple en el matrimonio indisoluble.

Estas propiedades esenciales de la unión sexual humana la hacen éticamente buena sólo dentro del matrimonio legítimo y con vistas a la procreación.

II. La significación natural, profunda, unitiva, del acto es el de una entrega personal plena, sin reservas y, en consecuencia, definitiva. Lo cual sólo sucede realmente por medio del compromiso matrimonial celebrado según el plan divino.

En efecto, en el trato entre personas, "dar la mano" no es lo mismo que "dar la pezuña": dar la mano es un acontecimiento espiritual; es dar algo del espíritu, la amistad, la comprensión, quizá el perdón, la lealtad, etcétera. La mano no es simplemente un trozo de carne, de huesos, nervios, venas y uñas. Dar la mano es dar algo del núcleo personal. Por lo mismo, la entrega total del cuerpo, es también entrega total de la persona. Lo cual sólo tiene sentido en el matrimonio.

Claro es que se puede dar la mano sin amistad, pero entonces es un gesto indigno del hombre, una traición a su esencia que llamamos hipocresía. Igualmente la unión conyugal puede realizarse con hipocresía, cuando lo único que se pretende es gozar como cuerpos sin alma, de un modo infrahumano. Pero no deja de ser verdad lo que dice el Magisterio de la Iglesia: "los actos con los que los esposos se unen íntima y castamente entre sí son honestos y dignos, y, ejecutados de manera verdaderamente humana, significan y favorecen el don recíproco, con el que se enriquecen mutuamente en un clima de gozosa gratitud" (Vat II, GS 49).

Precisamente por esa significación espiritual y la finalidad del acto conyugal, la misma unión resulta ilegítima y contraria a la naturaleza del acto fuera del ámbito de la unión matrimonial indisoluble. La plena unión sexual significa, en efecto, el hacerse "una sola carne", que en lenguaje de la Sagrada Escritura significa "como un solo hombre", más literalmente: "dos en una sola carne" (duo in carne una)

Por lo demás, la garantía de la fidelidad - es clarísimo - no puede fundarse en la sola voluntad humana, en un simple deseo de fidelidad, por grande y fuerte que parezca o realmente sea: sólo la fidelidad de Dios es infalible. Sólo hay una esperanza absolutamente segura: la que se funda en el Amor de Dios.

Y Dios ha querido, por cierto, ser el garante de la indestructibilidad del vínculo matrimonial, sellando la unión con el sacramento del matrimonio - o si es entre no bautizados, con un vínculo menos sagrado, pero también indisoluble de suyo -, elevándolo a instrumento de gracia salvífica y santificante.

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