domingo, 29 de julio de 2012

HISTORIAS SOBRE MARÍA # XXVII




Viviendo este joven Santo Stanislao de Koska enteramente dedicado al amor de María, sucedió que el día primero de agosto oyó un sermón del Padre Pedro Canisio, en el que, predicando a los novicios de la Compañía, enfervorizando les dio un consejo de vivir cada día como si fuera el ultimo de su vida, después del cual debiésemos presentarnos al tribunal de Dios.

Concluido el Sermón, dijo Stanislao a los compañeros que aquel consejo había sido especialmente para él una voz divina, pues debía de morir en aquel mismo mes. Dijo esto, o porque Dios expresamente se lo reveló, o a lo menos porque de ello le dio un interior conocimiento, según se deduce por lo que sucedió después.

Pasados cuatro días, yendo el santo joven con el Padre Manuel Sà a Santa María la Mayor, y entrando con él en conversación sobre la próxima fiesta de la Asunción, dijo:

-Padre mío, yo creo que aquel día se vio en el cielo la gloria de la Madre de Dios coronada por la Reina del Cielo, y colocada tan cerca del Señor sobre todos los Coros de los Ángeles. Y si es verdad, como yo lo creo, que cada año se renueva la fiesta en el cielo, espero que asistiré a la primera.

Luego, habiéndole tocado por suerte a Stanislao para protector del mes, según la costumbre de su religión, el glorioso mártir San Lorenzo, se dice que él escribió una carta a su madre María, en la cual le rogaba que le alcance la gracia de que pudiera hallarse en el Cielo para ver aquella fiesta suya.

En el día de San Lorenzo comulgó y suplicó después al Santo que presentase aquella carta a la divina Madre, interponiendo con ella su intercesión para que María Santísima accediese a sus deseos. Y aquí que al anochecer de aquel mismo día le vino la calentura, y aunque muy ligera, con todo, desde entonces tuvo por cierta la gracia que había pedido de su cercana muerte.

En efecto, al acostarse dijo transportado de júbilo y sonriéndose:

-Ya no volveré a levantarme de este lecho. Y añadió al Padre Claudio Aquaviva: Padre mío, creo que San Lorenzo me ha alcanzado ya de María la gracia de hallarme en el cielo para la fiesta de la Asunción. Pero nadie hizo caso de tales palabras.

Llegada la festividad, el mal continuaba presentándose leve, más el Santo dijo a un hermano que a la noche siguiente moriría. Y este le respondió:

-¡Oh, hermano!, mayor milagro seria el morir de un mal tan leve que el curar de él.

Mas he aquí que después de mediodía cayó en un abatimiento mortal, un sudor frio bañaba su cuerpo, y perdió del todo sus fuerzas.

Acudió el Superior, al cual le suplicó Stalisnao que le mandara poner sobre tierra desnuda para morir como penitente, lo cual se le concedió para complacerle, y fue colocado en tierra sobre un colchoncito. Luego se confesó, recibió el viatico (comunión), no sin lágrimas de cuantos allí asistían, porque al entrar en su celda el Santísimo Sacramento una celestial alegría, y en su rostro, vieron brillar en sus ojos una celestial alegría, y su rostro, inflamado de santo amor, que parecía un serafín (ángel)

Recibió también la Extremaunción, y entretanto no hacía más que levantar los ojos al cielo, o besar y estrechar amorosamente al pecho una imagen de María.

Le preguntó un Padre:

-¿De qué te sirve este Rosario en las manos si no puedes rezarlo?

-Me sirve – respondió entristecido – para consolarme, porque es cosa de mi Madre.

-¿Pues cuanto más – replico el Padre – te consolaras viéndola y besándola dentro de poco la mano en el cielo?

Entonces el Santo, con el rostro inflamado, levantó las manos, expresando así el deseo de hallarse luego en su presencia.

En aquel momento se le apareció su amada Madre, como el mismo lo declaró a los presentes, y poco después al amanecer, el día 15 de agosto, expiró con un semblante de bienaventurado, con los ojos fijos en el cielo, sin hacer movimiento alguno, de manera que acercándole a los presentes, y poco a los hijos fijos en el cielo, sin hacer movimiento a alguno, de manera que acercándole después la imagen de la Santísima Virgen, y observando que no hacia ningún acto de amor hacia Ella, se dieron cuenta que había pasado ya el cielo a besar los pies de su amada Reina.

San Alfonso María de Ligorio – Doctor de la Iglesia

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