miércoles, 25 de julio de 2012

HISTORIAS SOBRE MARÍA # XXIII




En la vida de Sor Dominica del Paraíso, escrita por el Padre Ignacio del Niente, dominicano, se lee que en una aldea llamada Paraíso, cerca de Florencia, nació esta doncellita de padres pobres.

Desde niña empezó a servir a la Divina Madre. Ayunaba en honor suyo todos los días de la semana, y el sábado distribuía la comida que había negado a su propio sustento, e iba al pequeño jardín de su casa o a los campos vecinos a recoger todas las flores que podía, y las colocaba delante de una imagen de la Santísima Virgen, con el Niño en sus brazos, que tenía en su casa.

Mas veamos ahora con cuantos favores la agradecidísima Señora recompensaba los obsequios que esta sierva suya le ofrecía.

Hallándose un día Dominica en la ventana, cuando solo tenía diez años, vio en la calle a una mujer de hermoso aspecto que llevaba consigo a un niño, y entre ambos extendían las manos en actitud de pedir limosna. Va ella a buscar el pan, y he aquí que sin abrir la puerta los ve delante, y observa que el niño tenía lastimados, las manos, los pies y el pecho, por lo que preguntó a la mujer:

-¿Quién ha herido a este niño?

-El amor – contestó la mujer.

Dominica, prendada de la modestia y hermosura de aquel niño, le preguntó si le dolían aquellas heridas, más él sólo respondió con una sonrisa.

Entretanto, hallándose ya todos cerca de las imágenes de Jesús y María dijo la mujer a Dominica:

-Dime, hija, ¿quién te mueve a coronar de flores a estas imágenes?

Ella respondió:

-Me mueve el amor que le tengo a Jesús y a María.

-¿Y los amas mucho? – replicó la mujer.

-Los amo cuanto puedo.

-¿Y cuánto puedes? – volvió a preguntarle.

-Cuanto ellos me ayudan.

-Prosigue – dijo entonces la mujer – prosigue en amarles, que bien te lo recompensarán ellos en el cielo.

Y percibiendo luego la doncella un olor celestial que aquellas llagas despedían, preguntó a la madre con que ungüento las ungía, y si éste podría comprarse, a lo que respondió la mujer:

-Se compra con la fe y con las obras.

Dominica les ofreció pan, y la madre dijo:

-La comida de éste mi hijo es el amor, dile que amas a Jesús, y le colmaras de gozo.

Apenas el niño oyó pronunciar la palabra amor, empezó a regocijarse, y volviéndose a la doncellita, le preguntó si amaba mucho a Jesús. Y respondiendo ella que le amaba tanto, que de día y de noche siempre estaba pensando en él, y no deseaba más que complacerle en cuanto podía.

-Ahora bien – añadió él – ámale, que el amor te enseñará lo que debes practicar para agradarle.

Aumentando después el olor que exhalaban aquellas llagas, Dominica exclamó:

-¡Oh, Dios mío! Esta fragancia me hace morir de amor. Si el olor de un niño es tan suave, ¿cómo será el olor del Paraíso?

Mas he aquí que entonces se cambia la escena: La Madre apareció vestida de Reina y rodeada de Luz, y el Niño hermoso y resplandeciente como el Sol, y tomando aquellas mismas flores, las esparció sobre la cabeza de Dominica, la cual, reconociendo ya en aquellos personajes a Jesús y a María, se había postrado para adorarles.

Así terminó la visión. Dominica tomó después el hábito de Santo Domingo, y murió en olor de santidad en el año 1553.

San Alfonso María de Ligorio – Doctor de la Iglesia

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