martes, 24 de julio de 2012

HISTORIAS SOBRE MARÍA # XXII





Refieren Tritemio, Canisio y otros, que en Magdeburgo, ciudad de Sajonia, hubo un hombre llamado Udón, el cual en su juventud fue de tan rudo entendimiento (bruto), que era la burla de sus condiscípulos.

Hallándose un día muy afligido por su incapacidad, fue a encomendarse a la Virgen Santísima delante de una imagen suya. María se le apareció en sueños y le dijo:

- Udón… te quiero consolar, y no solamente te quiero alcanzar de Dios la sabiduría suficiente para librarte de las burlas, sino también un talento tal, que cause admiración. Y aun más, te prometo que cuando haya muerto el obispo, serás elegido en su lugar.

Todo se cumplió como se lo dijo María, adelantó rápidamente en las ciencias, y obtuvo el obispado de aquella ciudad. Mas Udón fue tan ingrato con Dios y su Bienhechora, que dejando toda devoción, llegó a ser el escandalo general.

Mientras una noche estaba en la cama con su sacrílega compañera, oyó una voz que le dijo:

- Udón cesa de divertirte en ofensa de Dios… bastante ha durado esto.

La primera vez que oyó estas palabras se enojó pensando que sería la voz de algún servidor suyo que trataba de corregirlo, pero viendo que las repitieron en la segunda y en la tercera noche, entró en recelo de que aquella voz fuese del cielo. A pesar de esto, prosiguió en su mala vida, mas pasados los tres meses que Dios le concediera para que se arrepintiera, he aquí el castigo que sufrió.

Se hallaba una noche en la Iglesia de San Mauricio un devoto canónigo llamado Federico, rogando a Dios tuviese a bien remediar el escándalo que daba el prelado, cuando he aquí que se abrieron las puertas de la Iglesia empujadas por un viento impetuoso. Luego entraron dos jóvenes con antorchas encendidas en las manos, y se colocaron a los lados del altar mayor, entraron después otros dos, tendieron delante del altar un tapete, pusieron sobre él dos sillas de oro. Entró enseguida otro joven en traje militar, con espada en mano, el cual deteniéndose en medio de la Iglesia, gritó:

-Oh santos del cielo que tienen en este Templo sus sagradas reliquias, vengan a asistir a la ejemplar justicia que va a hacer el Supremo Juez.

A estas voces aparecieron muchos santos, y también los Doce Apóstoles, como asesores de este juicio, y al final entró Jesucristo, que fue a sentarse en una de aquellas dos sillas. Después apareció María, acompañada de muchas santas vírgenes, y el Hijo la hizo sentar en la otra silla.
Entonces ordenó el Juez que trajeran al reo, que era el infeliz Udón. Habló San Mauricio y pidió justicia de parte de aquel pueblo escandalizado por su vida infame.

Todos levantaron la voz diciendo:

-Señor, merece la muerte.
-Muera pues – dijo el eterno Juez.

Pero antes de ejecutarse la sentencia (véase cuán grande es la piedad de María) la tierna Madre salió de la Iglesia para no asistir a aquel tremendo acto de justicia; y luego el celestial ministro, que empuñando la espada entró entre los primeros, se acercó a Udón, le hizo saltar de un golpe la cabeza del cuerpo y desapareció la visión.

La Iglesia había quedado a oscuras, y cuando el canónigo iba temblando a encender una luz a una lámpara que ardía bajo la Iglesia, se volvió y vio el cuerpo de Udón, separado de su cabeza, y el pavimento ensangrentado.

Al amanecer el pueblo acudió al Templo, y el canónigo les refirió toda la visión y el desenlace de aquella horrible tragedia.

En el mismo día el pobre Udón, condenado al infierno, se apareció a un capellán suyo que ignoraba todo lo sucedido en la Iglesia. El cadáver de Udón fue arrojado a una laguna, y su sangre quedó para perpetua memoria en el pavimento de la Iglesia, que está cubierto siempre con una alfombra, y desde entonces se acostumbra levantarlo cuando toma posesión el nuevo obispo, para que a la vista de semejante castigo piense en ordenar su vida y en no ser ingrato a las gracias del Señor y de su Santísima Madre.

San Alfonso María de Ligorio – Doctor de la Iglesia

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