Nos
cuenta el Padre Bovio que había una mala mujer llamada Elena, la cual, habiendo
ido a la Iglesia, oyó casualmente una plática del Rosario. Al salir del templo,
se compró uno; pero lo llevaba oculto para que nadie se lo viera. Empezó después
a rezarlo; mas aunque lo rezaba sin devoción, la Santísima Virgen le infundió tanto
consuelo y dulzura en este rezo, que no dejó de rezarlo nunca.
Y
con esto sintió tanto horror por su mala vida, que no podía hallar reposo; por
lo cual se vio como forzada a confesarse, y lo hizo con tanta contrición (arrepentimiento)
que se quedó pasmado el confesor. Luego se fue a un altar de María Santísima,
para dar gracias a su abogada. Rezó el Rosario, y la Divina Madre desde aquella
imagen le habló así:
-Elena,
bastante has ofendido a Dios y a Mí; cambia de vida de hoy en adelante, que Yo
te concederé buena parte de mis gracias.
Entonces
la pobre pecadora, en extremo confundida, respondió:
-Ah
Virgen Santísima, la verdad es que hasta ahora he sido una malvada; pero ayúdame
Tú, que todo lo puedes, pues me entrego a Ti y quiero emplear la vida que me
queda en hacer penitencia de mis culpas.
Ayudada
de la Virgen, distribuyó Elena todos sus bienes a los pobres, y emprendió una
rigurosa penitencia.
Se
hallaba atormentada de terribles tentaciones; pero con encomendarse a la Madre
de Dios, quedaba siempre victoriosa. Llegó también a recibir muchas gracias
sobrenaturales, visiones, revelaciones y profecías. Finalmente antes de morir,
cuya hora la Virgen le reveló y avisó pocos días antes, vino la misma María Santísima
con su Hijo a visitarla, y al expirar, se vio el alma de esta pecadora que, en
forma de paloma, volaba al cielo.
San
Alfonso María de Ligorio – Doctor de la Iglesia
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