Estamos en tiempos de desorientación. Son tiempos de
cambio y nos cuesta ver hacia dónde nos dirigimos. Lo oí en el metro. Un joven
le decía a otro:
- La vida no tiene ningún sentido.
Y el otro lo corroboraba con un movimiento de cabeza.
Le he dado vueltas al asunto desde aquel día. Y es
cierto. La vida, en sí misma, no tiene sentido. La vida tiene el sentido que
nosotros le damos. Si nos levantamos cada mañana sin ilusión, sin un por qué,
sin un deseo de hacer del mundo algo mejor, es evidente que la vida no tiene
ningún sentido. Es lo mismo que seas médico o barrendero si no le das tú un
significado a tu profesión. Si la única finalidad es la de ganar dinero, no te
extrañes de que tu vida la sientas aburrida y vacía. Es lo mismo que seas monje
o drogadicto. Si no te levantas cada mañana con ánimos de luchar, de ser mejor
persona, de vencer tus defectos, de amar a los que te rodean, tu vida no tiene
sentido.
Ciframos la felicidad en el placer, en el dinero, en
el tener, en el poder...y nunca estamos satisfechos. Cada vez queremos más y
cada vez nos hace menos felices lo que tenemos y los que hacemos.
Somos nosotros los que hemos de dar sentido a nuestra
vida. Vivir para algo. Y nuestra sorpresa será muy grande, cuando reparemos,
que como menos interesado sea el fin que buscamos para nuestra vida, más
felices seremos.
Quizá entonces comprendamos las bienaventuranzas y
aceptemos que la felicidad se esconde en el don, en la gratuidad, en el
Amor...Entenderemos por qué gente sencilla, que vive para los demás, es mucho
más feliz que quien tiene mucho, pero sólo vive para sí...
Es triste
llegar al final de nuestros días y darnos cuenta de que los hemos malgastado,
de que los hemos vivido sin sentido. Pero nunca es demasiado tarde. Cada día
tiene su propio afán y podemos darle un sentido. Todavía podemos entregar a los
demás lo que nos queda de vida...
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