Primer Angelus en Castelgandolfo.
Benedicto
XVI reflexionó sobre una de las frases más conocidas del Evangelio: «Nadie es
profeta en su tierra».
El Papa
llegó el martes a Castelgandolfo, y rezó por primera vez este domingo el
Angelus desde el balcón del patio interior del Palacio Apostólico, ante cientos
de fieles que le escucharon una breve reflexión sobre el Evangelio del día: el
"Nemo propheta in patria [Nadie es profeta en su tierra]" que
refleja la escasa atención que
prestaron a Jesucristo en Nazaret. A sus paisanos les sorprendía la
predicación en la sinagoga de aquel a quien habían visto crecer, "el hijo
de María", "el carpintero": pero "en vez de acogerle con
fe, se escandalizaban de Él", algo que Benedicto XVI ve
"comprensible, porque la familiaridad en el plano humano hace difícil ir
más allá y abrise a la dimensión divina".
Por esa "cerrazón espiritual", afirma el Papa, y éste es el meollo, Jesús no hizo en Nazaret ningún prodigio, porque "los milagros de Cristo no son exhibiciones de poder, sino signos del amor de Dios, que actúa allí donde encuentra la fe del hombre, una reciprocidad".
Y en Nazaret, "la dureza de corazón de su gente es para Él oscura, impenetrable; ¿cómo es posible que no reconozcan la Verdad? ¿Por qué no se abren a la bondad de Dios, que ha querido participar de nuestra humanidad?".
"Y mientras nosotros, también nosotros", insiste Benedicto XVI, "buscamos siempre nuevos signos, nuevos prodigios, no nos damos cuenta de que el verdadero Signo es Él, Dios encarnado, y que Él es el mayor milagro del universo: todo el amor de Dios contenido en un corazón humano, en un rostro de hombre".
Frente a esa actitud cicatera de sus paisanos, la actitud de la Virgen María: "No se escandaliza de su Hijo. Su asombro ante Él está lleno de fe, lleno de amor y de alegría al verlo tan humano y tan divino. Aprendamos pues de ella, de nuestra Madre en la fe, a reconocer en la humanidad de Cristo la perfecta revelación de Dios", concluyó el Papa su mariano mensaje del Angelus.
Por esa "cerrazón espiritual", afirma el Papa, y éste es el meollo, Jesús no hizo en Nazaret ningún prodigio, porque "los milagros de Cristo no son exhibiciones de poder, sino signos del amor de Dios, que actúa allí donde encuentra la fe del hombre, una reciprocidad".
Y en Nazaret, "la dureza de corazón de su gente es para Él oscura, impenetrable; ¿cómo es posible que no reconozcan la Verdad? ¿Por qué no se abren a la bondad de Dios, que ha querido participar de nuestra humanidad?".
"Y mientras nosotros, también nosotros", insiste Benedicto XVI, "buscamos siempre nuevos signos, nuevos prodigios, no nos damos cuenta de que el verdadero Signo es Él, Dios encarnado, y que Él es el mayor milagro del universo: todo el amor de Dios contenido en un corazón humano, en un rostro de hombre".
Frente a esa actitud cicatera de sus paisanos, la actitud de la Virgen María: "No se escandaliza de su Hijo. Su asombro ante Él está lleno de fe, lleno de amor y de alegría al verlo tan humano y tan divino. Aprendamos pues de ella, de nuestra Madre en la fe, a reconocer en la humanidad de Cristo la perfecta revelación de Dios", concluyó el Papa su mariano mensaje del Angelus.
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