Hace unas semanas, unas amables
lectoras me pidieron, cada una por su lado…, que escribiese sobre el pecado
contra el Espíritu Santo. No recuerdo, que es lo que les motivó a escribirme
con esta petición, debió de ser la lectura de una glosa, en la que
tangencialmente se mencionaba este pecado. El pasaje evangélico que alude a
este pecado dice así: "Yo os
digo: A quien me confesare delante de los hombres, el Hijo del hombre le
confesará delante de los ángeles de Dios. El que me negare delante de los
hombres, será negado ante los ángeles de Dios. A quién dijere una palabra
contra el Hijo del hombre, le será perdonado; pero al que blasfemare contra el
Espíritu Santo, no le será perdonado”. (Lc 12,8-10). Los tres
evangelios sinópticos, tratan este tema, aunque como es lógico no con las
mismas palabras pero si con el mismo significado. (Mt 12,31-32), (Lc 12,8-10) y
(Mc 3,28-30).
A
primera vista, para el que es creyente y se preocupa de saber el terreno que
pisa, sobre todo aquí, donde parece que hay una contradicción. Sabemos que los
fariseos se escandalizaban con el Señor, cuando más de una vez y en de algunas
de sus curaciones, le dijo al que curaba: “Tus pecados te son perdonados”. (Lc 5,20). Entonces los
fariseos murmuraban y así podemos leer en San Marcos: “Estaban sentados allí
algunos escribas, que pensaban entre si: ¿Cómo habla éste? Blasfema. ¿Quién
puede perdonar pecados sino solo Dios? Y luego, conociendo Jesús, con su
espíritu que así discurrían en su interior, les dice: ¿Por qué pensáis así en
vuestros corazones?”. (Mc 2,6-8). El Señor lo que deseaba es que los
hombres tomasen conciencia de que el mal más profundo del que padece una
enfermedad y sufre, es el pecado que puede habitar en su corazón si no vive en
gracia de Dios y que entonces la salvación que más se necesita es la de
librarse de sus pecados, más que curarse de sus enfermedades. Por ello,
aquellos que imploraban la curación de una enfermedad física, el Señor se la
concedía, pero no a menudo, sin haberles dicho: “Tus pecados te son
perdonados” (Lc 5,20).
Para
los escribas y fariseos, solo Dios puede perdonar los pecados, y esto
ciertamente es así, pero Dios ha delegado en su Iglesia la capacidad de
perdonar siempre que medie un previo arrepentimiento, por medio del sacramento
de la Reconciliación. Porque el Señor, en Cesárea de Filipo, al pie de la Cueva
de Banias, le dijo a San Pedro: “Y
yo te digo a ti que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificare yo mi iglesia,
y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Yo te daré las llaves
del reino de los cielos, y cuanto atares en la tierra será atado en los cielos,
y cuanto desatares en la tierra será desatado en los cielos”. (Mt
16, 18-19). Y La Iglesia católica de Pedro, tiene facultad para perdonar y
retener los pecados de los hombres. Pero mayor claridad, el Señor después de su
Resurrección, en una de sus apariciones les dijo a sus discípulos, Jesús les
dijo de nuevo: “La paz con vosotros”. Como el Padre me envió a mi, yo
también os envío a vosotros. Diciendo esto, sopló y les dijo: recibid el
Espíritu Santo; a quién perdonarais los pecados, les serán perdonados; a
quienes se los retuviereis, les serán retenidos”. (Jn 20, 22-23).
Nuestros
pecados nos son perdonados, de acuerdo con la potestad de la Iglesia y así la
formula de absolución de nuestros pecados en el sacramento de la penitencia,
donde al absolvernos de nuestros pecados se nos dice así: “Dios, Padre
misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección
de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te
conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz. Y yo te absuelvo
de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. (Ritual
de la Penitencia, 46. 55).
Visto
lo anterior, uno se puede preguntar: ¿Entonces, si la Iglesia católica tiene
facultad de perdonar toda clase de pecados, que ocurre con el de blasfemia al
Espíritu Santo? ¿En qué consiste este pecado? Este pecado es un rechazo total a
la gracia que Dios ofrece a todo el mundo para su salvación. Consiste en
cerrarse de mente y de corazón a la acción del Espíritu Santo, blasfemándole o
injuriándole al rechazar decididamente su gracia para salvarse. En sí, es un
grave pecado de desamor, pues el que así actúa no quiere arrepentirse de su
pecado y al no haber arrepentimiento, hay un rechazo que es un desamor. No hay
arrepentimiento y sin arrepentimiento no puede haber perdón. En realidad el
pecado contra el Espíritu Santo es la del rechazo a la gracia de Dios y al
arrepentimiento final: es el rechazo a Dios inclusive hasta el momento de la
muerte. Y en esas condiciones el pecado no se perdona.
En el
Catecismo de la Iglesia católica, en el parágrafo 1422, nos dice: “Los que se acercan al sacramento
de la Penitencia obtienen dé la misericordia de Dios el perdón de los pecados
cometidos contra El y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia a la que
ofendieron con sus pecados. Ella les mueve a conversión con su amor, su ejemplo
y sus oraciones" (LG 11)”. Y más adelante en el parágrafo
1.451, se nos dice que: “Entre los actos del penitente, la contrición aparece
en primer lugar. Es "un dolor del alma y una detestación del pecado
cometido con la resolución de no volver a pecar" (Concilio de Trento: DS
1676). El arrepentimiento es imprescindible para que se genere la misericordia
divina y desde luego, a la Iglesia le es imposible perdonar sin
arrepentimiento, ya que ni el mismo Dios lo hace.
Nos
dice el parágrafo 1864 del Catecismo de la Iglesia Católica, que: “Todo pecado y blasfemia será perdonado a los
hombres pero la blasfemia contra el Espíritu Santo no será perdonada” (Mc 3,29;
Mt 12,32; Lc 12,10). No hay límites a la misericordia de Dios, pero quien se
niega deliberadamente a acoger la misericordia de Dios mediante el
arrepentimiento rechaza el perdón de sus pecados y la salvación ofrecida por el
Espíritu Santo (cf. De V 46). Semejante endurecimiento puede conducir a la condenación final y a
la perdición eterna”. El único pecado que no tiene perdón
es el pecado contra el Espíritu Santo. Y este pecado no se perdona, porque al
no dejarse la persona influir por el Espíritu Santo, no puede arrepentirse. Es
este el pecado que se produce al rechazo radical a la gracia que Dios ofrece
para la conversión. Según Santo Tomás de Aquino es un pecado “irremisible por
su misma naturaleza porque excluye los elementos gracias a los cuales se
concede la remisión de los pecados”.
Juan del
Carmelo
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