La
Oración en Lenguas es maravillosa.
Como
nosotros no sabemos orar como conviene, el Espíritu Santo viene en ayuda de
nuestra debilidad para interceder por nosotros con gemidos inefables. (Rm 8,
26.)
No
es el lugar, y ya pasó el tiempo de justificar el Don de Lenguas. Es una
realidad en la Iglesia de hoy. Simplemente quiero confesar mi experiencia: he
visto muchas más curaciones mientras oro en lenguas que con la oración normal,
nos dice el P. Emiliano Tardif.
Un
día me invitaron a un programa de televisión en la ciudad de Bogotá, Colombia,
pidiéndome que orara por los enfermos; lo curioso es que el programa sólo
duraba un minuto, por eso se llamaba “El minuto de Dios”. A mí me parecía
demasiado poco y reclamé diciéndoles:
-Ustedes
duran tres minutos anunciando cervezas y al Señor le dan sólo un minuto…
Empecé
la oración tan apremiado por el tiempo
que oré muy rápido. Al terminar abrí los ojos y vi el reloj: ¡me
quedaban todavía treinta segundos! Mi problema entonces era que no sabía qué
hacer con tanto tiempo. Oré en Lenguas frente a las cámaras de televisión.
Según
testimonio del padre Diego Jaramillo, gran predicador carismático, hubo varias
personas que fueron curadas en esa ocasión.
La
oración en lenguas facilita que se den palabras de conocimiento o
discernimiento carismático. Es cuando estamos más disponibles para que el Señor
nos use porque estamos completamente rendidos a Él.
En
el Segundo Encuentro Carismático de Montreal, me pidieron hacer la oración por
los enfermos. Había unas 65 mil personas en la Eucaristía, la cual era
trasmitida por televisión. Oré mucho en Lenguas y vinieron algunas palabras de
conocimiento que trasmití tal y como me llegaban.
Una
de ellas era así:
-Hay
una buena mamá de 74 años que está sentada frente al televisor de su casa. En
estos momentos el Señor la está sanando de sus ojos que no pueden ver.
Al
terminar se me acercó un sacerdote que me tenía cierta confianza y me dijo:
-¿Pero
es que tú estás loco? ¿Cómo anunciar ante 65 mil personas que una mujer ciega
está delante del televisor?
Era
tan lógica su objeción que no le pude responder. Pero al día siguiente salí a
visitar a mi familia a 200 kilómetros de Montreal. Cuando llegué alguien me
dijo:
-Padre,
cerca de aquí vive la señora que se sanó delante de la televisión.
A
mí me dio tanto gusto que fui a visitarla. Se llamaba Joseph Edmond Poulin y
efectivamente tenía 74 años. Había enfermado de la retina. Después de un
tratamiento especializado, los médicos afirmaron que su enfermedad era progresiva
e incurable.
Una
amiga le sugirió estar delante del televisor siguiendo la Misa de sanación del
Congreso de Montreal.
Cuando
hice el anuncio, ella sintió mucho ardor en los ojos.
Yo
le pregunté si podía leer a lo cual me contestó negativamente. Entonces añadí:
-El
Señor no hace las cosas a medias. Vamos a orar para que usted pueda leer la
Palabra de Dios.
Tres
días después me llamó por teléfono para comunicarme la alegre noticia de que
estaba leyendo la Biblia.
El
Don de Lenguas me dispuso para que el Señor comunicara lo que Él estaba
haciendo.
P.
Tardif
Hermoso testimonio...
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