miércoles, 13 de junio de 2012

NUESTROS HOGARES


Son varios los términos que empleamos en nuestra rica lengua…, para denominar el lugar donde habitualmente residimos o vivimos, porque hay un matiz diferencial entre residir y vivir. Residir es estar fríamente establecido en un lugar, pueden residir las personas físicas y también las jurídicas, así en tal casa reside el domicilio fiscal de tal empresa. Vivir es lo propio de un ser humano que puede vivir en una casa o tener su hogar en otra, porque el término hogar implica más intimidad más calor humano, al calor del hogar, es donde reside la familia. Pero no todo el mundo tiene la dicha de vivir amparado por una familia, y ser miembro de esta. Son muy grandes los valores que se viven en una autentica familia, y que forman a la persona que pertenece a esa familia que siempre vive en un hogar.

La autentica familia es de amparo divino, porque se fundamenta en las gracias de un sacramento. Ahora nos tratan de convencer que son familia, esas creaciones de inspiraciones demoniacas, que nos quieren sacramentalizar determinados políticos, invocando el poder de unas leyes apoyadas en una constitución, obra humana, que nunca puede estar ni estará por encima del derecho divino. Pero no es este tema, el que yo quería tratar aquí, sino otro diferente que tiene su base precisamente en el lugar humano donde vivimos habitualmente, es decir en nuestro hogar.

            Nuestro hogar, es el centro de nuestra atención, salimos de casa de nuestros padres, nos casamos y buscamos una casa donde iniciar la vida de nuestra futura familia, pues aún no han llegado los hijos. Si las condiciones económicas lo permiten, pronto cambiamos a una casa mejor donde establecer el hogar, pero siempre ella y él recuerdan con cariño aquella pequeña casa donde si inició su familia, puede ser que aún haya uno o dos cambios más de casa, porque económicamente las cosa marchan bien. Incluso hay familias, que por las razones que sean llevan viviendo toda la vida en la misma casa y nunca han cambiado. También los hay que llevan viviendo cuarenta años o más en la misma casa, porque siempre se han encontrado a gusto en ella, aunque hayan tenido ocasión de cambiar o no. La verdad es que pasan los años y una o uno van tomándole más cariño a su hogar, con los años cada día se encuentran más a gusto en él.

Por razones del negocio o del trabajo, uno tiene que salir fuera de la ciudad y alojarse en un hotel, pero a nadie se le ocurre pensar que la habitación del hotel es su hogar. Incluso puede ser, que la situación económica lo permita y se tenga una segunda casa para los veraneos, pero aun teniendo esta casa en propiedad y habitándola con frecuencia, nadie la toma como su hogar. Su hogar es otra cosa, muchas veces es o sigue siendo el fruto de un esfuerzo, porque la interminable hipoteca aún no ha acabado. Hemos decorado la casa a nuestro gusto, que sus disgustos nos costó con la dichosa suegra que en todo se metía. Conservamos un sin fin de recuerdos, de hechos acaecidos, de lo que fueron mudos testigos las habitaciones y las paredes de la casa. Hechos agradables y desagradables, pues la vida humana esta tejida de hechos, pero Dios en su inmensa e ilimitada sabiduría ha dispuesto que el tiempo lo lave todo, tenemos una capacidad muy grande para olvidar lo malo, y recordar solo lo bueno y el que carezca de esta cualidad es que es un rencoroso o una rencorosa. Con el tiempo, hasta se le coge cariño a la suegra.

Al final, aun sabiendo, que solo nos restan unos pocos años, o quizás solo meses o semanas para seguir en nuestro hogar, porque solo Dios sabe cuando piensa llamarnos, ¿Por qué estamos tan apegados a nuestra casa y a todo lo que nos rodea? ¿Por qué hemos vivido y seguimos viviendo como si nuestra casa fuese el hogar de nuestra eternidad? ¿Es que no rezamos el credo, y si lo rezamos es que no nos enteramos de su contenido? ¿Es que nadie nos ha dicho que lo que nos espera es incomparablemente mejor que lo que aquí tenemos? Entonces, ¿porque ese temor a la muerte, y ese apego a lo que ahora tenemos? Pero ¡por Dios!, ¿es que nadie nos ha dicho, que Dios, que es el Ser que todo lo puede, y que nos ama tremendamente? ¿Tampoco nadie nos ha dicho que Él nos espera con los brazos abiertos para hacernos eternamente felices, con una felicidad, para la que hemos sido por Él creados, pero que nunca hemos conocido?

¡Ah!, ya se lo que pasa, es que decimos de boquilla que nos lo creemos, pero la realidad es que no acabamos de creérnoslo. Además, si todo el mundo estuviese de acuerdo en decir que si, que es verdad todo esto, pero es el caso de que hay muchos que lo niegan y te dicen, ¡que nadie ha vuelto a contárnoslo! Pues sí, es verdad, nadie ha vuelto a contárnoslo. Pero es el caso de que hay dos formas de ver las cosas, una es mirándolas con los ojos materiales de la cara, con los cuales muchas veces miramos, pero no vemos y ello es debido a que los ojos del alma están cerrados, porque los tiene ahogados el dominio de nuestro cuerpo sobre nuestra alma.

El Señor explicando porqué, hablaba con palabras nos dejó dicho: “Por eso les hablo por medio de parábolas: porque miran y no ven, oyen y no escuchan ni entienden. Y así se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: "Por más que oigan, no comprenderán, por más que vean, no conocerán, Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos, para que sus ojos no vean, y sus oídos no oigan, y su corazón no comprenda, y no se conviertan, y yo no los cure". Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen. Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron”. (Mt 13,13-17).

El problema es un problema de fe, y modestamente yo puedo asegurar y aseguro por propia experiencia, que en la medida en que vamos desarrollando más nuestra vida espiritual, se nos irán cayendo más la legañas de los ojos de nuestra alma y nuestra fe irá cada día rozando más y más la evidencia, al tiempo que el amor a nuestro Señor nos irá inundando de dones y gracias, nuestras vidas.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

No hay comentarios:

Publicar un comentario