En
el ministerio de curación no podemos olvidar el poder de intercesión de María.
Sabemos
que ella no cura a nadie pero si puede interceder para que tengamos el vino que
está haciendo falta en nuestra vida, como en Caná.
El
siguiente testimonio fue narrado personalmente por un miembro de nuestra
comunidad:
Un
día fui a ver al ginecólogo pues me sentía con ciertas molestias. Él me dijo
que necesitaba operarme. Como yo me resistía él me contestó:
-Tu
enfermedad es progresiva. Yo sé que tú tienes mucha fe; así que te voy a dar un
año para que ores al Señor y le pidas que te sane como tú dices que sana. Sino
te curas, entonces tendré que operarte.
Yo
acepté el reto pues sé que el Señor hace maravillas. Pocos días después el
padre Emiliano nos invitó a mi esposo y a mí para dar un retiro en Chicago.
Aunque yo me sentía mal no dije nada pues estaba segura que el poder de Dios me
ayudaría para proclamar su Palabra.
Estando
en Chicago me sentí mal. Mi esposo y el padre Emiliano oraron por mí pero la
hemorragia continuaba. Entonces me llevaron con un reconocido ginecólogo de esa
ciudad para que me atendiera. Él confirmó la necesidad de la operación. Ante la
imposibilidad de hacerla por estar lejos de casa, sólo me recetó unas
medicinas, que gracia a Dios no tomé, pues a sentir del siguiente doctor que
visitamos, más me hubiera perjudicado que ayudado.
Continuamos
el viaje de evangelización por Canadá donde me agravé. Vi un segundo doctor y él
no se explicaba cómo yo estando tan delicada estuviera tan contenta. Ese doctor
recomendó que me internaran en el hospital pero yo tenía fe en mi Señor y nos
fuimos al Congreso que ese día comenzaba.
Terminamos
el Congreso, la hemorragia se había complicado. Ese día fuimos al Santuario
mariano de Nuestra Señora del Cabo y mientras mi esposo y el padre Emiliano
oraban por mí, yo le dije a la Virgen María:
-Madre
Santísima, yo te amo y me abandono a tus cuidados maternales. Me siento
avergonzada ante tu Hijo Jesús porque me ha faltado fe para darle las gracias
porque ya me está sanando. Tú ruega por mí para que pueda crecer en la fe de
que tu Hijo me está sanando.
Abandoné
completamente mi problema en las manos de María para que ella se encargara de
él ante Jesús.
Ya
de regreso a Republica Dominicana el padre Emiliano me preguntó si estaba
tomando las medicinas que me recetó el doctor canadiense. Yo le respondí que la
había olvidado pero que le daba gracias a Dios porque así se manifestaría más
claramente su gloria.
Como
me sentí admirablemente bien no vi a mi ginecólogo en mi país sino hasta seis
meses después. Él me recibió un poco agresivo diciendo:
-Si
tú crees que te vas a sanar predicando, estás muy equivocada. El predicar no
sana.
Yo
me quedé en paz porque estaba segura que el Señor ya había hecho su maravilla
en mi vida. Luego me examinó y me dijo lleno de sorpresa:
-Yolanda,
es verdad. El Señor sana. Tú estás perfectamente. El Señor te ha hecho la
operación que yo te iba a hacer. Cuanto te ama el Señor…
-Doctor,
también te ama a ti. Él quiere hacer una operación en tu corazón para sanarte y
que seas un hombre nuevo y puedas gritar y proclamar que Jesús está vivo y
sana, para la gloria del Padre.
Así
como a aquella mujer hemorroisa tocó el manto de Jesús y quedó inmediatamente
sanada de su hemorragia, Yolanda se acercó al vestido de Jesús que se llama
María, lo tocó y sanó. Jesús se revistió de la carne de María. Ella es como el
manto de Jesús que todo aquel que lo toca con fe queda curado de su enfermedad.
(Mc 6, 56) Ella es quien tiene de manera más excelsa el carisma de curación.
En
la oración de liberación hemos comprobado el poder de la intercesión de María
para que Jesús rompa las cadenas que esclavizan a los oprimidos por el pecado o alguna
opresión u obsesión del Enemigo. En muchos casos hemos ratificado cómo el rezo
del Santo Rosario ha sido muy eficaz.
El
siguiente testimonio así lo muestra:
Un
día llegaron a nuestro negocio llevando a un pobre hombre que sufría opresión.
Producía ruidos extraños, se había quedado sordo y mudo; además no comía desde
hacía ocho días. Al darme cuenta de la gravedad del caso respondí que mi esposo
no estaba y que regresaran después. De esa manera me escapaba de hacer esa
oración tan difícil para la cual no me sentía capacitada. Sin embargo, en ese
momento oí una voz interior que me preguntó:
-Yolanda,
¿eres tú quien sana o soy Yo?
Inmediatamente
le pedí perdón al Señor y reconocí que Él sólo era quien sanaba. Así,
comenzamos la oración. Aquel hombre se arrodilló y en cuanto puse mis manos
sobre él comenzó a gritar y agarró mis dos manos con las suyas con mucha
fuerza. Yo estaba profundamente impresionada y no sabia ni que hacer ni cómo
orar. Lo único que brotó de mi corazón fue el rezo del Avemaría. En cuanto
comencé, perdió toda su fuerza y cuando llegué a “bendita eres entre todas las
mujeres” él ya estaba orando junto conmigo. Al terminar estaba en paz y
simplemente dijo: “Denme comida”.
Que
la Virgen María puede interceder eficazmente ante su Hijo con la fuerza del
amor lo hemos aprendido y comprobado más con la experiencia que con la
teología.
P.
Tardif
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