viernes, 29 de junio de 2012

GETHSEMANÍ


Como sabemos la felicidad genera alegría y el sufrimiento genera tristeza. En la Biblia encontramos el término tristeza empleado 37 veces, mientras que el término alegría, se utiliza 239 veces. Pero el tema más importante del que nos vamos a ocupar aquí, es el relativo a la angustia y la tristeza que sufrió el Señor en su paso por este mundo, concretamente en el Huerto de Gethsemaní. Este suceso es bien conocido por la Agonía de Gethsemaní, relatada más extensamente en San Mateo (Mt 26,36-16) y en San Marcos (Mc 14,32-42) que en San Lucas que es más escueto (Lc 22,39-46). Son tantas las cosas que se pueden decir y escribir sobre este transcendental tema, que prescindo de todo relato material-histórico de lo que sucedió, me centro en dar unas pinceladas espirituales, unas veces propias y otras extraídas de los pensamientos de santos y exégetas católicos.
           
            El ser humano, pertenece a dos distintas clases de órdenes; al material por su cuerpo y al espiritual por su alma. Por ello los goces y sufrimientos que podemos experimentar, en razón de nuestro cuerpo y de nuestra alma, son distintos en sus características. Lo material es caduco y no perdura lo espiritual es eterno, porque el orden espiritual es superior al orden material y nunca perecerá. Por ello nuestra alma es inmortal y nuestro cuerpo es mortal. También es importante no olvidar que los goces y sufrimientos de carácter espiritual, son mucho mayores e intensos que los que tienen su origen en lo material. Como consecuencia del dominio que nuestro cuerpo tiene sobre nuestra alma, desgraciadamente, en general más nos preocupan los goces y sufrimientos materiales que los espirituales. Pero repito, los importantes son los espirituales no los materiales. Pongamos un ejemplo, la muerte de un hijo o un ser querido produce siempre un sufrimiento de carácter espiritual, mientras que las enfermedades del cuerpo siempre el sufrimiento que producen es material y desde luego cualquiera prefiere una indigestión o un cólico nefrítico antes que se le muera un ser querido.

            En cuanto a los goces espirituales, también son superiores a los meramente materiales. Existen almas, que como fruto de una intensa vida espiritual, el Señor por vía contemplativa o de cualquier otra forma, ha permitido que estas almas tengan y conozcan como pequeños anticipos, unas débiles pinceladas de los goces celestiales. También son estas, almas las que en su elevado grado de amor al Señor, aprecian más que los demás, los sufrimientos que en este mundo se le dan al Señor con nuestras ofensas y pecados y ellas dentro de sus posibilidades oran y se sacrifican, para tratar de mitigar al Señor, el dolor que en este mundo se le ocasiona.

            Dadas sus dos naturalezas, divina y humana, el sufrimiento del Señor en Gethsemaní, fue doble. Nosotros como criaturas humanas materializadas que somos, no es más fácil apreciar el dolor y la categoría de los tormentos materiales que el Señor sufrió, con su Pasión y Muerte en crucifixión, que el dolor y la categoría de los tormentos de orden espiritual, que el Señor padeció, en la Agonía de Gethsemaní. Son varios los autores que se inclinan a pensar que fueron mucho mayores los dolores síquicos o espirituales, que el Señor sufrió, que los materiales. Así el obispo Fulton Sheen, escribe: “Es muy verosímil que la agonía en el huerto le ocasionara mayores sufrimientos incluso que el dolor físico de la crucifixión, y quizás sumió a su alma en regiones de más oscuras tinieblas que ningún otro momento de la pasión, con excepción tal vez de cuando en la cruz clamó: ¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?”

            Andrea Mardegan, es un sacerdote italiano ordenado en 1984 por Juan Pablo II que en uno de su libros escribe: “Mas que por los tremendos sufrimientos físicos que tendría que soportar, más aún que por los sufrimientos espirituales (el abandono de los suyos, las burlas, el rechazo público), el alma de Jesús estaba afligida por el peso de los pecados de todos los hombres, de todos los tiempos”. Y son muchos los que piensan que el peso espiritual que soportó el Señor, fuen mayor que el materia, así el capuchino Raniero Cantalamesa, predicador oficial de la Santa Sede, escribe: “Porque la verdadera pasión de Jesús es la que no se ve, la que le hizo exclamar en Getsemaní: “Me muero de tristeza” (Mc 14,34)”.

            Y tanto esta exclamación: “Me muero de tristeza” (Mc 14,34), como la de: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”. (Mt 27,46), son la dos expresiones frutos de un sufrimiento síquico, no material. Realmente el Señor no hizo alusión a ninguno de los tremendos dolores físicos, que sufrió, dando así cumplimiento a lo que expresó el profeta Isaías: “Al ser maltratado, se humillaba y ni siquiera abría su boca: como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda ante el que la esquila, él no abría su boca”. (Is 53,7). En los Hechos de los apóstoles se recoge este pasaje cuando el ministro de la reina Candace le pide al apóstol Felipe que le explique la profecía de Isaías: “Entonces le pidió a Felipe que subiera y se sentara junto a él. El pasaje de la Escritura que estaba leyendo era el siguiente: "Como oveja fue llevado al matadero; y como cordero que no se queja ante el que lo esquila, así él no abrió la boca". (Hech 8,31-32). En este pasaje de los Hechos de los apóstoles, escrito con posterioridad a la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, lo que se pone de manifiesto es el silencio del Señor frente a todos y en especial frente a Pilatos: “Jesús fue presentado ante el procurador, que le pregunto: ¿Eres tu el rey de los judíos? Respondió Jesús: Tú lo dices. Pero a las acusaciones hechas por los príncipes de los sacerdotes y los ancianos nada respondía. Díjole entonces Pilato: ¿No oyes todo lo que dicen contra ti? Pero El no respondía a nada, de suerte que el procurador se maravillo sobremanera”. (Mt 27,11-14).

            De este silencio del Señor frente a los sufrimientos materiales, es mucho lo que deberíamos de aprender. Ni en los sufrimientos y tormentos a los que fue sometido, antes de su muerte en la cruz y ni siquiera en el terrible momento de la crucifixión y su muerte posterior, el Señor se quejó pues todos ellos eran tormentos sobre la materialidad de su cuerpo. Solamente abrió su boca para quejarse en Gethsemaní y en la cruz, y ello por razón de sufrimientos de carácter espiritual. Por ello no tiene nada de extraño que sean muchos amantes del Señor, los que entiendan que los tormentos y sufrimientos de Él, más lo fueron por causas espirituales que por razones materiales. Son las almas, a las que su gtado o nivel de espiritualidad les hace comprender y sufrir por las ofensas y pecados del mundo, y más le impresionan los tormentos de Gethsemaní, que lo posteriores de carácter material que sufrió después de su prendición, en la gruta de Gethsemaní, donde se encontraban los discípulos a pocos metros de la Roca de la Agonía donde el Señor sudo sangre. Lo que suele ocurrir, es que nosotros seres totalmente materializados más importancia le damos al dolor material que al espiritual.

            Jean Lafrance da su debida importancia a Gethsemaní, cuando escribe: “La Resurrección, momento central de la salvación de la humanidad, es la respuesta a la oración del hombre Dios en Gethsemaní, que asume todas las peticiones de la historia humana de la salvación”. Y el Beato Raimundo de Capúa, escribe diciendo: “El Salvador no pidió realmente que le fuese aplazada o alejada la hora de la pasión…. Aleja de mi este cáliz, según la interpretación de Santa Catalina de Siena, no entendía él que se tratase del cáliz de la futura pasión, sino de la presente y pasada”. Lo que de verdad creaba sufrimiento y aplastaba al Señor era el peso de todos los pecados y ofensas de la humanidad, tanto los que hasta entonces se habían ya hecho, sino también los que Él sabía que iban a realizarse por todos y cada uno de nosotros. Tratemos pues, de mitigar este tremendo peso que soportó el Señor, con un desmesurado amor nuestro a Él.

            Termino con un pensamiento de Jean Lafrance: “Jesús no se contenta con invitarte a orar incesantemente. Deberías tener sin cesar ante los ojos a Jesús en oración en Gethsemaní”.

            Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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