Como sabemos la felicidad genera
alegría y el sufrimiento genera tristeza. En la Biblia encontramos el término tristeza
empleado 37 veces, mientras que el término alegría, se utiliza 239
veces. Pero el tema más importante del que nos vamos a ocupar aquí, es el
relativo a la angustia y la tristeza que sufrió el Señor en su paso por este
mundo, concretamente en el Huerto de Gethsemaní. Este suceso es bien conocido
por la Agonía de Gethsemaní, relatada más extensamente en San Mateo (Mt
26,36-16) y en San Marcos (Mc 14,32-42) que en San Lucas que es más escueto (Lc
22,39-46). Son tantas las cosas que se pueden decir y escribir sobre este
transcendental tema, que prescindo de todo relato material-histórico de lo que
sucedió, me centro en dar unas pinceladas espirituales, unas veces propias y
otras extraídas de los pensamientos de santos y exégetas católicos.
El
ser humano, pertenece a dos distintas clases de órdenes; al material por su
cuerpo y al espiritual por su alma. Por ello los goces y sufrimientos que
podemos experimentar, en razón de nuestro cuerpo y de nuestra alma, son
distintos en sus características. Lo material es caduco y no perdura lo
espiritual es eterno, porque el orden espiritual es superior al orden material
y nunca perecerá. Por ello nuestra alma es inmortal y nuestro cuerpo es mortal.
También es importante no olvidar que los goces y sufrimientos de carácter
espiritual, son mucho mayores e intensos que los que tienen su origen en lo
material. Como consecuencia del dominio que nuestro cuerpo tiene sobre nuestra
alma, desgraciadamente, en general más nos preocupan los goces y sufrimientos
materiales que los espirituales. Pero repito, los importantes son los
espirituales no los materiales. Pongamos un ejemplo, la muerte de un hijo o un
ser querido produce siempre un sufrimiento de carácter espiritual, mientras que
las enfermedades del cuerpo siempre el sufrimiento que producen es material y
desde luego cualquiera prefiere una indigestión o un cólico nefrítico antes que
se le muera un ser querido.
En
cuanto a los goces espirituales, también son superiores a los meramente
materiales. Existen almas, que como fruto de una intensa vida espiritual, el
Señor por vía contemplativa o de cualquier otra forma, ha permitido que estas
almas tengan y conozcan como pequeños anticipos, unas débiles pinceladas de los
goces celestiales. También son estas, almas las que en su elevado grado de amor
al Señor, aprecian más que los demás, los sufrimientos que en este mundo se le
dan al Señor con nuestras ofensas y pecados y ellas dentro de sus posibilidades
oran y se sacrifican, para tratar de mitigar al Señor, el dolor que en este
mundo se le ocasiona.
Dadas
sus dos naturalezas, divina y humana, el sufrimiento del Señor en Gethsemaní,
fue doble. Nosotros como criaturas humanas materializadas que somos, no es más
fácil apreciar el dolor y la categoría de los tormentos materiales que el Señor
sufrió, con su Pasión y Muerte en crucifixión, que el dolor y la categoría de
los tormentos de orden espiritual, que el Señor padeció, en la Agonía de
Gethsemaní. Son varios los autores que se inclinan a pensar que fueron
mucho mayores los dolores síquicos o espirituales, que el Señor sufrió, que los
materiales. Así el obispo Fulton Sheen, escribe: “Es muy verosímil que la
agonía en el huerto le ocasionara mayores sufrimientos incluso que el dolor
físico de la crucifixión, y quizás sumió a su alma en regiones de más oscuras
tinieblas que ningún otro momento de la pasión, con excepción tal vez de cuando
en la cruz clamó: ¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?”
Andrea
Mardegan, es un sacerdote italiano ordenado en 1984 por Juan Pablo II que en
uno de su libros escribe: “Mas que por los tremendos sufrimientos físicos
que tendría que soportar, más aún que por los sufrimientos espirituales (el
abandono de los suyos, las burlas, el rechazo público), el alma de Jesús estaba
afligida por el peso de los pecados de todos los hombres, de todos los
tiempos”. Y son muchos los que piensan que el peso espiritual que soportó
el Señor, fuen mayor que el materia, así el capuchino Raniero Cantalamesa,
predicador oficial de la Santa Sede, escribe: “Porque la verdadera pasión de
Jesús es la que no se ve, la que le hizo exclamar en Getsemaní: “Me
muero de tristeza” (Mc 14,34)”.
Y
tanto esta exclamación: “Me muero de tristeza” (Mc 14,34), como la de:
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”. (Mt 27,46), son la dos
expresiones frutos de un sufrimiento síquico, no material. Realmente el Señor
no hizo alusión a ninguno de los tremendos dolores físicos, que sufrió, dando
así cumplimiento a lo que expresó el profeta Isaías: “Al ser maltratado, se
humillaba y ni siquiera abría su boca: como un cordero llevado al matadero,
como una oveja muda ante el que la esquila, él no abría su boca”. (Is
53,7). En los Hechos de los apóstoles se recoge este pasaje cuando el ministro
de la reina Candace le pide al apóstol Felipe que le explique la profecía de
Isaías: “Entonces le pidió a Felipe que subiera y se sentara junto a él. El
pasaje de la Escritura que estaba leyendo era el siguiente: "Como oveja
fue llevado al matadero; y como cordero que no se queja ante el que lo esquila,
así él no abrió la boca". (Hech 8,31-32). En este pasaje de los Hechos
de los apóstoles, escrito con posterioridad a la Pasión, Muerte y Resurrección
del Señor, lo que se pone de manifiesto es el silencio del Señor frente a todos
y en especial frente a Pilatos: “Jesús fue presentado ante el procurador,
que le pregunto: ¿Eres tu el rey de los judíos? Respondió Jesús: Tú lo dices.
Pero a las acusaciones hechas por los príncipes de los sacerdotes y los
ancianos nada respondía. Díjole entonces Pilato: ¿No oyes todo lo que dicen
contra ti? Pero El no respondía a nada, de suerte que el procurador se maravillo
sobremanera”. (Mt 27,11-14).
De
este silencio del Señor frente a los sufrimientos materiales, es mucho lo que
deberíamos de aprender. Ni en los sufrimientos y tormentos a los que fue
sometido, antes de su muerte en la cruz y ni siquiera en el terrible momento de
la crucifixión y su muerte posterior, el Señor se quejó pues todos ellos eran
tormentos sobre la materialidad de su cuerpo. Solamente abrió su boca para
quejarse en Gethsemaní y en la cruz, y ello por razón de sufrimientos de
carácter espiritual. Por ello no tiene nada de extraño que sean muchos amantes
del Señor, los que entiendan que los tormentos y sufrimientos de Él, más lo
fueron por causas espirituales que por razones materiales. Son las almas, a las
que su gtado o nivel de espiritualidad les hace comprender y sufrir por las
ofensas y pecados del mundo, y más le impresionan los tormentos de Gethsemaní,
que lo posteriores de carácter material que sufrió después de su prendición, en
la gruta de Gethsemaní, donde se encontraban los discípulos a pocos metros de
la Roca de la Agonía donde el Señor sudo sangre. Lo que suele ocurrir, es que
nosotros seres totalmente materializados más importancia le damos al dolor
material que al espiritual.
Jean
Lafrance da su debida importancia a Gethsemaní, cuando escribe: “La
Resurrección, momento central de la salvación de la humanidad, es la respuesta
a la oración del hombre Dios en Gethsemaní, que asume todas las peticiones de
la historia humana de la salvación”. Y el Beato Raimundo de Capúa, escribe
diciendo: “El Salvador no pidió realmente que le fuese aplazada o alejada la
hora de la pasión…. Aleja de mi este cáliz, según la interpretación de Santa
Catalina de Siena, no entendía él que se tratase del cáliz de la futura pasión,
sino de la presente y pasada”. Lo que de verdad creaba sufrimiento y
aplastaba al Señor era el peso de todos los pecados y ofensas de la humanidad,
tanto los que hasta entonces se habían ya hecho, sino también los que Él sabía
que iban a realizarse por todos y cada uno de nosotros. Tratemos pues, de
mitigar este tremendo peso que soportó el Señor, con un desmesurado amor
nuestro a Él.
Termino
con un pensamiento de Jean Lafrance: “Jesús no se contenta con invitarte a
orar incesantemente. Deberías tener sin cesar ante los ojos a Jesús en oración
en Gethsemaní”.
Mi más cordial saludo lector y el
deseo de que Dios te bendiga.
Juan
del Carmelo
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