Lo
que mas puede distorsionar el ministerio de la curación es, disociarlo del
contexto de evangelización. La sanación aislada y separada del anuncio
explicito de la salvación en Cristo Jesús carece de fundamento evangélico.
La
promesa de Jesús “En mi Nombre expulsaran demonios, hablaran lenguas nuevas,
impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán sanos”, viene
inmediatamente después de la orden: vayan por todo el mundo y proclamen la
Buena Nueva a toda la creación. (Marcos 16, 14.16)
Evangelizar
es instaurar la integra del hombre en Cristo Jesús, salvación que se extiende
al cuerpo, el alma y al espíritu.
Curar
sin anunciar la Buena Nueva de salvación es curanderismo. La curación realizada
por Dios se presenta siempre en un contexto de evangelización. Jesús envió a
sus apóstoles a evangelizar y evangelizando curar a los enfermos. No solo curar
ni solo proclamar un mensaje. Las dos cosas van siempre juntas.
Un
día estaba comiendo cuando alguien me preguntó indiscretamente:
-Padre,
¿usted está seguro que tiene el don de curación?
Yo
no podía contestar inmediatamente, así que todos se me quedaron mirando,
esperando mi respuesta.
Entonces
dije:
-Bueno…
estoy seguro que tengo la misión de evangelizar… los signos y curaciones
acompañan siempre la predicación del Evangelio. Yo simplemente predico y oro
mientras que Jesús sana a los enfermos. Así hemos hecho el equipo de trabajo y
nos acoplamos bien…
La
última palabra del Evangelio de Marcos es muy elocuente:
Ellos
salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y
confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban. Mc 16.20.
Por
esta razón a mi no me gusta orar por los enfermos sino tengo la oportunidad de
proclamar que Jesús esta vivo y dar algunos testimonios que muestren que el
Evangelio es verdad y que se vive hoy.
Yo
soy testigo de que los milagros y curaciones se multiplican cuando anunciamos a
Jesús. Yo no entiendo cómo todavía hay personas que se sorprenden y no aceptan
los milagros. A mi me sorprendería mas que Jesús no cumpliera sus promesas de
sanar a los enfermos cuando anunciamos su Nombre. Si Dios es maravilloso ¿por
qué no habría de hacer maravillas?
Durante
el Congreso de Quebec en 1974 me pidieron hacer un taller sobre los signos que acompañan
la evangelización. La sala de las conferencias estaba llena con unas 2000
personas. Como había mucho ruido en el pasillo exterior, dejé mi folder sobre
el escritorio y yo mismo salí discretamente a cerrar la puerta para estar mas
recogidos.
En
el pasillo estaba una señora en silla de ruedas que tenía cinco años y medio
sin poder caminar. La invité a entrar pero ella me respondió:
-Yo
quería entrar pero no me dejan, pues la sala esta llena y no puedo caminar.
-Venga
– le dije – y empujé la silla. Cerré la puerta y comencé mi conferencia, insistiendo
en la importancia de anunciar a Jesús resucitado que sana y salva a todo el hombre y a todos
los hombres.
Di
el testimonio de mi curación y cómo el Señor nos cura con su amor. Subraye la
importancia de testificar las maravillas del Señor en nuestra vida. Una persona
se puso de pie y argumentó:
-Yo
soy cristiano y creo en Dios. Pero también soy médico y creo que antes de
afirmar que estamos curados deberíamos de tener un examen médico que
certificara la curación; como lo hacen en Lourdes por ejemplo.
-Usted,
como médico, tiene derecho a hacerlo, pero cuando uno siente la sanación como
fue mi caso, no se puede esperar lo que digan los médicos para dar gracias a
Dios…
Él
replicó diciendo que deberíamos ser prudentes y mil cosas más, argumentando con
palabras que yo ni entendía. Sus razones eran como hielo que caía sobre la
asamblea, pues yo no sabía qué contestarle.
Cuando
todo se estaba viniendo abajo por la prudencia y sabiduría de ese médico, la señora
de silla de ruedas que yo había introducido en la sala sintió una fuerza, se
levantó y comenzó a caminar sola por el pasillo de la sala.
Por
un accidente de automóvil cinco años y medio antes, había tenido una delicada operación
y le habían quitado las rótulas. Por tanto, medicamente ella no podría volver a
caminar. Unos lloraban y otros la felicitaban. Su nombre era Elena Lacroix.
Al
llegar al micrófono nos dio su testimonio.
Cuando terminó de hablar, y la gente aplaudía, me dirigí al médico y le
pregunté si creía que deberíamos esperar un examen médico o si ya podíamos dar
gracias a Dios.
El
médico se tiró de rodillas al suelo. Era el mas conmovido de todos. Se sentía apenado
y avergonzado de haber hecho el ridículo. Yo le dije:
-No
se preocupe. Dios quería hacer un gran milagro hoy y lo usó a usted para
manifestar su gloria, diciendo: “Como el padre Emiliano no te puede contestar,
Yo si lo haré”
Esta
fue la primera sanación física que vi con mis ojos, precisamente al
evangelizar.
¡Gloria
a Dios!
p.
Tardif
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