En
Jesús tenemos la plenitud de la Revelación. Él es el Verbo, la Palabra de Dios,
que se ha hecho hombre (cf. Jn 1,14), que viene a nosotros para darnos a
conocer quién es Dios y cómo nos ama. Dios espera del hombre una respuesta de
amor, manifestada en el cumplimiento de sus enseñanzas: «Si me amáis,
guardaréis mis mandamientos» (Jn 14,15).
Contemplar
el Evangelio de hoy
Día
litúrgico: Miércoles X del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mt 5,17-19): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda. Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos».
Texto del Evangelio (Mt 5,17-19): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda. Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos».
Comentario:
Rev. D. Miquel MASATS i Roca (Girona, España)
«No
he venido a abolir, sino a dar cumplimiento»
Hoy
escuchamos del Señor: «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas;
(...), sino a dar cumplimiento» (Mt 5,17). En el Evangelio de hoy, Jesús enseña
que el Antiguo Testamento es parte de la Revelación divina: Dios primeramente
se dio a conocer a los hombres mediante los profetas. El Pueblo escogido se
reunía los sábados en la sinagoga para escuchar la Palabra de Dios. Así como un
buen israelita conocía las Escrituras y las ponía en práctica, a los cristianos
nos conviene la meditación frecuente —diaria, si fuera posible— de las
Escrituras.
En
Jesús tenemos la plenitud de la Revelación. Él es el Verbo, la Palabra de Dios,
que se ha hecho hombre (cf. Jn 1,14), que viene a nosotros para darnos a
conocer quién es Dios y cómo nos ama. Dios espera del hombre una respuesta de
amor, manifestada en el cumplimiento de sus enseñanzas: «Si me amáis,
guardaréis mis mandamientos» (Jn 14,15).
Del
texto del Evangelio de hoy encontramos una buena explicación en la Primera
Carta de san Juan: «En esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus
mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados» (1Jn 5,3). Guardar los
mandamientos de Dios garantiza que le amamos con obras y de verdad. El amor no
es sólo un sentimiento, sino que —a la vez— pide obras, obras de amor, vivir el
doble precepto de la caridad.
Jesús
nos enseña la malicia del escándalo: «El que traspase uno de estos mandamientos
más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de
los Cielos» (Mt 5,19). Porque —como dice san Juan— «quien dice: ‘Yo le conozco’
y no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él» (1Jn
2,4).
A
la vez enseña la importancia del buen ejemplo: «El que los observe y los
enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos» (Mt 5,19). El buen ejemplo
es el primer elemento del apostolado cristiano.
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