Me
conmueve recordar que, en un alarde de amor; se ha ido y se ha quedado; se ha
ido al Cielo y se nos entrega como alimento en la Hostia Santa. Echamos de
menos, sin embargo, su palabra humana, su forma de actuar; de mirar; de
sonreír; de hacer el bien.
Sexta Semana de Pascua
La
Ascensión del Señor (101) (C)
«Y les dijo: Así está escrito: que el
Cristo tiene que padecer y resucitar de entre los muertos al tercer día, y que
se predique en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las
gentes, comenzando en Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas. Y sabed
que yo os envío al que mi Padre ha prometido. Vosotros, pues, permaneced en la
ciudad hasta que seáis revestidos de la fuerza de lo alto.
Los sacó hasta cerca de Betania y
levantando sus manos los bendijo. Y sucedió que, mientras los bendecía, se alejó
de ellos y se elevaba al Cielo. Y ellos le adoraron y regresaron a Jerusalén
con gran gozo. Y estaban siempre en el Templo bendiciendo a Dios. (Lc 24, 46-53).
Comentario
por Pablo Cardona
Extraído
de la colección
"Una
cita con Dios", Tomo IV, Pascua
I.
Jesús, te has ido a la derecha del Padre, en el Cielo. Así culminas la obra de
la Redención, abriéndonos las puertas de tu Reino. Jesucristo, cabeza de la
Iglesia, nos precede en el Reino glorioso del Padre para que nosotros, miembros
de su cuerpo, vivamos en la esperanza de estar un día con él eternamente (102).
Pero
ahora, ¿qué voy a hacer si Tú no estás, si no te veo, si no te oigo? Y me
respondes: Yo os envío al que mi Padre ha prometido. En diez días, el día de
Pentecostés, vas a enviar al Espíritu Santo; y los apóstoles, hoy aún
titubeantes, se van a lanzar a predicar en tu nombre la conversión para perdón
de los pecados a todas las gentes.
II.
La liturgia pone ante nuestros ojos, una vez más, el último de los misterios de
la vida de Jesucristo entre los hombres: su Ascensión a los cielos. Desde el
Nacimiento en Belén, han ocurrido muchas cosas: lo hemos encontrado en la cuna,
adorado por pastores y por reyes; lo hemos contemplado en los largos años de
trabajo silencioso, en Nazaret; lo hemos acompañado a través de las tierras de
Palestina, predicando a los hombres el Reino de Dios y haciendo el bien a
todos. Y más tarde, en los días de su Pasión, hemos sufrido al presenciar cómo
lo acusaban, con qué saña lo maltrataban, con cuánto odio lo crucificaban.
Al
dolor; siguió la alegría luminosa de la Resurrección. ¡Qué fundamento más claro
y más firme para nuestra fe! Ya no deberíamos dudar: Pero quizá, como los
Apóstoles, somos todavía débiles y, en este día de la Ascensión, preguntamos a
Cristo: «¿Es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?»; ¿es ahora
cuando desaparecerán, definitivamente, todas nuestras perplejidades, y todas
nuestras miserias?
El
Señor nos responde subiendo a los cielos. También como los Apóstoles,
permanecemos entre admirados y tristes al ver que nos deja. No es fácil, en
realidad, acostumbrarse a la ausencia física de Jesús. Me conmueve recordar
que, en un alarde de amor; se ha ido y se ha quedado; se ha ido al Cielo y se
nos entrega como alimento en la Hostia Santa. Echamos de menos, sin embargo, su
palabra humana, su forma de actuar; de mirar; de sonreír; de hacer el bien.
Querríamos volver a mirarle de cerca, cuando se sienta al lado del pozo cansado
por el duro camino, cuando llora por Lázaro, cuando ora largamente, cuando se
compadece de la muchedumbre.
Siempre
me ha parecido lógico y me ha llenado de alegría que la Santísima Humanidad de
Jesucristo suba a la gloria del Padre, pero pienso también que esta tristeza,
peculiar del día de la Ascensión, es una muestra del amor que sentimos por
Jesús, Señor Nuestro. Él, siendo perfecto Dios, se hizo hombre, perfecto
hombre, carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre. Y se separa de
nosotros, para ir al cielo. ¿Cómo no echarlo en falta?
Si
sabemos contemplar el misterio de Cristo, si nos esforzamos en verlo con los
ojos limpios, nos daremos cuenta de que es posible, también ahora acercarnos
íntimamente a Jesús, en cuerpo y alma. Cristo nos ha marcado claramente el
camino: por el Pan y por la Palabra, alimentándonos con la Eucaristía y
conociendo y cumpliendo lo que vino a enseñarnos, a la vez que conversamos con
Él en la oración(103).
101*)
En algunas diócesis, la fiesta de la Asunción se celebra el próximo domingo.
102)
Catecismo, 666.
103)
Es Cristo que pasa, 117-118.
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