Leo en este mismo medio una curiosa
noticia según la cual, el director de una organización llamada Jihad Watch, Robert Spencer, pone en
duda no ya la autenticidad del islam, sino que su mismísmo fundador, el profeta
Mahoma, ni siquiera haya
existido alguna vez. Los argumentos, que pueden Vds. consultar en este mismo
medio, conforman finalmente un entramado atractivo y sugerente, como ocurre con
todas estas teorías rompedoras y provocativas sostenidas sobre cuatro argumentos
aislados de su contexto y de sus consecuencias, convenientemente edulcorados
para hacerlos creíbles y nunca mejor dicho, verosímiles.
Para cuantos desde las trincheras
cristianas o cualquiera otra no musulmana, se tienten de felicitarse porque
alguien diga que Mahoma nunca
existió, quiero recordarles que este primer paso, aparentemente comprometido y
pionero, pero simplemente falaz que da Robert
Spencer por lo que a Mahoma
se refiere, no es sino la adaptación al escenario islámico de un movimiento que
lleva muchos años y muchos pasos de adelanto en el escenario cristiano, donde
se han sostenido las más pintorescas majaderías para defender que Jesús nunca existió.
Es el movimiento que se da en llamar
“el Jesús mítico”, o “el mito de Jesús”, -denominación que
quizás se deba a George Walsh-,
el cual, sencillamente, sostiene que Jesús
nunca existió. No que no fuera Dios, no que no resucitara, no que no fuera
santo, no, sino que, sencillamente, nunca existió, y que todo es producto de
unas mentes calenturientas, desinformadas o interesadas. Adivinar cómo se
produjo la falsificación es el reto en el que se conjuran los autores del
llamado Jesús mítico.
Probablemente, el movimiento da sus
primeros pasos a finales del s. XVIII, en plena Revolución Francesa, con Charles François Dupuis (1742-1809) y Constantin-François Chassebœuf, Conde de
Volney (1757-1820). En su obra “Orígenes
de todos los cultos”, éste último sostiene que el cristianismo no sería
sino una versión de la religión mitraísta o mazdeísta expandida en oriente
medio desde Persia.
Si bien su gran pionero no es otro
que el racionalista protestante alemán, discípulo de Hegel, Bruno Bauer (1809–1882),
autor de “Una crítica de los Evangelios
y una historia de sus orígenes” quien, llevando al extremo la teoría de David Strauss (1808–1874) según la
cual la mayoría de lo que se contaba de Jesús
era un puro mito, concluyó que no la mayoría, sino la entera vida de Jesús es un mito, o, en otras
palabras, que Jesús nunca existió. Según Bauer, el Evangelio de
Juan es una mera invención realizada a partir de la adaptación del
concepto mesiánico del Antiguo
Testamento al concepto del logos del filósofo judío egipcio Filón de Alejandría; el de Mateo y Lucas una mera adaptación del de Marcos, y éste, sencillamente, falso, una recreación tardía que
intentaba justificar un culto (el cristiano) que por alguna extraña
circunstancia, se había expandido con fuerza a finales del s. I.
El relevo de Bauer lo toma la Escuela
Radical Holandesa, (Allard Pierson, S. Hoekstra, Samuel Adrian Naber).
Para el periodista escocés y miembro liberal del Parlamento J. M. Robertson (1856–1933), todo
empieza con una coincidencia: la espera de un mesías por los grupos ebionitas
llamado Jesús (porque Jesús significa “Dios salva”) y la
ejecución por los romanos del delincuente citado en el Talmud Jesús Ben Pandera.
Otro Robertson, en este caso Archibald, sostiene en su libro “Mito o historia” que el mito Jesús reposa sobre los hechos de
varios personajes coincidentemente llamados Jesús, el Jesús que
menciona el Talmud, un Jesús crucificado por los romanos, y
un tercer Jesús el Galileo
mencionado por el historiador judeo-romano Flavio Josefo.
El profesor de matemáticas de Nueva
Orleans William Benjamin Smith
(1850-1934) sostiene, a partir de una mención de Hipólito y de Epifanio
a una secta nazorea o nazarena existente antes de Jesús, que el Jesús evangélico es en realidad una adaptación de un Jesús perteneciente a esas sectas. En
línea similar, en su obra “El mito de
Cristo” (1909), Arthur Drews (1865-1935)
sostiene que el culto original es el de los gnósticos.
El prolífico Paul-Louis Couchoud (1879-1959) que escribe su “Enigma de Jesús” y otros cinco o seis
libros sobre el tema, sostiene que el invento ya no es de San Marcos, como sostuviera Bauer, sino de San Pablo.
Agotadas las posibilidades del tema
pero no el afán de llamar la atención, los trabajos del Jesús mítico derivan hacia el desvarío. John Eleazer Remsburg (1848-1919) diferencia entre Jesús de Nazaret, y Jesús de Belén. Según él, el primero
puede tener algún género de histórica existencia más o menos transformada,
mientras que el segundo es definitivamente una invención.
John M.
Allegro (1923-1988), estudioso de los rollos del Mar Muerto, sostiene que el
culto cristiano comienza en torno al consumo de hongos alucinógenos y que el Nuevo Testamento es un código secreto
de un culto clandestino. Sólo faltan unos platillos volantes bajando.
Casi tan divertido como Allegro, para G. A. Wells, autor de ¿Existió
Jesús? (1975) y cuatro o cinco obras más sobre el tema, los textos
iniciales del cristianismo no contienen información ni sobre la familia de
Jesús, ni sobre su lugar de nacimiento, ni sobre sus enseñanzas, ni sobre su
juicio ni sobre su crucifixion [?!], y lo único que podemos saber sobre el
Jesús histórico es lo que se contiene en el Documento Q
(por cierto, nunca encontrado).
Para Alvar Ellegård (1919-2008) autor de Myten om Jesus (1992), todo comienza con unas visiones de Pablo sobre el fin del mundo, y cuando
este no se produce y sus muchos seguidores le exigen saber quién es Jesús, entonces los evangelistas salen
en su defensa fabricándole una biografía basada en la del Maestro de Justicia de los esenios,
que es quien habría sido crucificado (aquí unos platillos volantes tampoco
habrían venido mal).
Robert M.
Price, del llamado Jesus
Seminar sostiene que nunca podremos afirmar que Jesús existió a menos
que encontremos su diario o su esqueleto (con lo cual la historia de la
antigüedad se queda reducida a Tutankamón
y gracias al descubrimiento de Howard
Carter, que ni siquiera antes), y que Jesús es un gracioso compendio de las mitologías griega, egipcia y
judía (y digo yo, ya puesto ¿por qué no incaica? ¡Ah, y más platillos
volantes!).
Pues bien
amigos, leyendo a Robert Spencer,
de Jihad Watch, no he podido
sino acordarme del divertido Jesús
mítico, acompañado ahora de su versión 2, Mahoma mítico. Hay gente que se gana bien la vida, ¿no les parece?
Luis
Antequera
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