El retiro del Señor al desierto
después de su bautizo en el Jordán, es un pasaje evangélico de todos conocidos.
Hay una concatenación lógica de los hechos. El Señor, aunque no lo necesitaba, se
purifica con el agua del Jordán y después se retira a un periodo penitencial de
40 días. Ya explicamos en la primera glosa que publiqué el 15-05-2009, en esta
revista el simbolismo del número cuarenta. San Mateo nos relata estos hechos
diciéndonos: “Entonces fue llevado Jesús por el Espíritu al desierto para ser tentado
por el diablo. Y habiendo ayunado cuarenta días y cuarenta noches, al fin tuvo
hambre. Y acercándose el tentador, le dijo: Si eres hijo de Dios, di que estas
piedras se conviertan en pan. Pero el respondió diciendo: Escrito esta “No solo
de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”.
Llevole entonces el diablo a la ciudad santa, y poniéndole sobre el pináculo
del templo, le dijo: Si eres hijo de Dios, échate de aquí abajo, pues escrito
esta: “A sus ángeles encargaran que te tomen en sus manos, para que no tropiece
tu pie contra una piedra”. Díjole Jesús: También está escrito: “No tentaras al
Señor tu Dios”. De nuevo le llevo el diablo a un monte muy alto, y mostrándole
todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, le dijo: Todo esto te daré si
de hinojos me adoras. Díjole entonces Jesús: Apártate, Satanás, porque escrito
esta: “Al Señor tu Dios adoraras y a Él solo darás culto”. Entonces el diablo
le dejo, y llegaron ángeles y le servían”. (Mt 4,1-11).
Es
mucho lo que podemos comentar y meditar tomando de base estos versículos
evangélicos, tanto en el orden espiritual como en el material histórico. En
este último lo primero que uno se pregunta, es saber: ¿Como los evangelistas
tuvieron noticias con tanto detalle, de las tentaciones que sufrió el Señor en
el desierto?. Hay que considerar, que de un lado el Señor si estaba en el
desierto, es que estaba solo, pues la soledad y el silencio, fue lo que le
impulsó a estar allí los cuarenta días. De otro lado, aunque hubiese estado
acompañado, que no lo estuvo, el acompañante, nunca pudo ver ni captar las
tentaciones, pues como bien sabemos estas pertenecen al mundo íntimo de cada
ser humano. A la vista de lo anterior solo caben dos soluciones a este enigma.
La primera, es la de que el Señor se lo contó a sus discípulos; posiblemente en
de esas cuevas del monte de los olivos, - gruta de la predicción y gruta del
Padrenuestro - en las que descansaban en sus viajes casi diarios de Betania a
Jerusalén y viceversa. También cabe la posibilidad, como segunda opción, de que
al tiempo de redacción de los evangelios el Espíritu Santo por ejemplo, por
medio de una visión, les diese a conocer a los evangelistas los hechos de este
pasaje evangélico. Y aún cabe una tercera opción. Teniendo en cuenta que los
tres sinópticos no varían en su exposición de los hechos cabe la posibilidad
más segura que existiesen los relatos del Señor y además la intervención del
Espíritu Santo.
Pero parece
ser lo más lógico que la fuente principal de información de los evangelistas,
fuese el Señor. Sea de una forma o de otra, lo que es claro es que el Señor
deseaba que nosotros estuviésemos bien informados de las tentaciones que Él
tuvo que soportar y como salió airoso de ellas, Con razón más adelante el
Señor, nos dejó dicho: “…en el mundo habéis de tener tribulación; pero
confiad yo he vencido al mundo”. (Jn 16,33). El Señor nos demuestra que las
tentaciones pueden ser siempre vencidas, y en este sentido escribe Carlo
Carretto: “La fe me ayuda a vencer el temor y superar la muerte; es
invencible. Y San Juan afirma: “Y esta es la victoria que ha vencido al
mundo: nuestra fe” (1Jn 5,4). El don de la fe que tenemos es esencial en la
lucha ascética y el dominio de las tentaciones, con respecto a las cuales
siempre no hay que olvidar que el Señor, solo permite al demonio que nos tiente
con una fuerza siempre inferior a vuestra capacidad de resistencia. Pero de
todas formas nuestra fortaleza para vencer las tentaciones siempre radica en la
fuerza de nuestra fe.
Tradicionalmente
los exégetas han visto, o han tratado de ver en las tres tentaciones del Señor
una relación entre ellas y los más frecuentes peores pecados del género humano,
así el arzobispo de Oviedo, Monseñor Sanz Montes, escribe: “Las tres
tentaciones que narra el capítulo cuarto del evangelio según san Lucas son
universales y por tanto, muy actuales. Son las seducciones del “dios-tener (en
todas sus manifestaciones de preocupación por el dinero, por la acumulación,
por las "devociones" de lotos y azarees, por el consumo crudo y
duro)”; del “dios-poder (con toda la gama de pretensiones trepadoras, que
confunden el servicio a los demás con el servirse de los demás, para los
propios intereses y controles)” y del “dios-placer (con tantas, tan desdichadas
y sobre todo tan deshumanizadoras formas de practicar el hedonismo, tratando de
censurar inútilmente nuestra limitación y finitud”.
Para el
obispo Sheen: “Las tentaciones pueden venir de tres diferentes fuentes:
nuestra carne, la cual produce los pecados del sexo, los pecados de impureza o
lujuria; nuestra mente, de donde proviene el orgullo egoísmo y egolatría; del
mundo fuera de ambos: cuerpo y alma, se encuentran la codicia y la avaricia. El
primer grupo de tentaciones son más frecuentes en la adolescencia y juventud,
el segundo en la madurez y el tercero en la ancianidad o vejez”.
Pero con
independencia de la naturaleza de las tentaciones y de las clases de estas que
podemos sufrir, lo más fundamental es que consideremos, sin tentaciones no
podemos vivir y que ellas tiene un lado muy positivo para nuestro proceso de
santificación en esta vida y posterior salvación. Podríamos resumir la
importancia de las tentaciones con la conocida expresión: Sin tentaciones no
hay escala posible para subir el cielo. El hombre mientras esté en este
mundo, nunca estará libre de tentaciones, porque tal como se puede leer en el
Kempis, porque en nosotros está el germen de ella, es decir, la concupiscencia,
en la cual nacimos, El hombre jamás se verá libre de las tentaciones, y si
alguna vez llegara a estar libre, seria esta una mala señal para su futuro,
pues carecería de la posibilidad de salvarse, ya que no podría demostrar su
amor al Señor, venciendo las tentaciones.
Mi más cordial
saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del
Carmelo
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