lunes, 14 de mayo de 2012

TENTACIONES AL SEÑOR


El retiro del Señor al desierto después de su bautizo en el Jordán, es un pasaje evangélico de todos conocidos. Hay una concatenación lógica de los hechos. El Señor, aunque no lo necesitaba, se purifica con el agua del Jordán y después se retira a un periodo penitencial de 40 días. Ya explicamos en la primera glosa que publiqué el 15-05-2009, en esta revista el simbolismo del número cuarenta. San Mateo nos relata estos hechos diciéndonos: “Entonces fue llevado Jesús por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y habiendo ayunado cuarenta días y cuarenta noches, al fin tuvo hambre. Y acercándose el tentador, le dijo: Si eres hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan. Pero el respondió diciendo: Escrito esta “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Llevole entonces el diablo a la ciudad santa, y poniéndole sobre el pináculo del templo, le dijo: Si eres hijo de Dios, échate de aquí abajo, pues escrito esta: “A sus ángeles encargaran que te tomen en sus manos, para que no tropiece tu pie contra una piedra”. Díjole Jesús: También está escrito: “No tentaras al Señor tu Dios”. De nuevo le llevo el diablo a un monte muy alto, y mostrándole todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, le dijo: Todo esto te daré si de hinojos me adoras. Díjole entonces Jesús: Apártate, Satanás, porque escrito esta: “Al Señor tu Dios adoraras y a Él solo darás culto”. Entonces el diablo le dejo, y llegaron ángeles y le servían”. (Mt 4,1-11).

            Es mucho lo que podemos comentar y meditar tomando de base estos versículos evangélicos, tanto en el orden espiritual como en el material histórico. En este último lo primero que uno se pregunta, es saber: ¿Como los evangelistas tuvieron noticias con tanto detalle, de las tentaciones que sufrió el Señor en el desierto?. Hay que considerar, que de un lado el Señor si estaba en el desierto, es que estaba solo, pues la soledad y el silencio, fue lo que le impulsó a estar allí los cuarenta días. De otro lado, aunque hubiese estado acompañado, que no lo estuvo, el acompañante, nunca pudo ver ni captar las tentaciones, pues como bien sabemos estas pertenecen al mundo íntimo de cada ser humano. A la vista de lo anterior solo caben dos soluciones a este enigma. La primera, es la de que el Señor se lo contó a sus discípulos; posiblemente en de esas cuevas del monte de los olivos, - gruta de la predicción y gruta del Padrenuestro - en las que descansaban en sus viajes casi diarios de Betania a Jerusalén y viceversa. También cabe la posibilidad, como segunda opción, de que al tiempo de redacción de los evangelios el Espíritu Santo por ejemplo, por medio de una visión, les diese a conocer a los evangelistas los hechos de este pasaje evangélico. Y aún cabe una tercera opción. Teniendo en cuenta que los tres sinópticos no varían en su exposición de los hechos cabe la posibilidad más segura que existiesen los relatos del Señor y además la intervención del Espíritu Santo.

Pero parece ser lo más lógico que la fuente principal de información de los evangelistas, fuese el Señor. Sea de una forma o de otra, lo que es claro es que el Señor deseaba que nosotros estuviésemos bien informados de las tentaciones que Él tuvo que soportar y como salió airoso de ellas, Con razón más adelante el Señor, nos dejó dicho: “…en el mundo habéis de tener tribulación; pero confiad yo he vencido al mundo”. (Jn 16,33). El Señor nos demuestra que las tentaciones pueden ser siempre vencidas, y en este sentido escribe Carlo Carretto: “La fe me ayuda a vencer el temor y superar la muerte; es invencible. Y San Juan afirma: “Y esta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe” (1Jn 5,4). El don de la fe que tenemos es esencial en la lucha ascética y el dominio de las tentaciones, con respecto a las cuales siempre no hay que olvidar que el Señor, solo permite al demonio que nos tiente con una fuerza siempre inferior a vuestra capacidad de resistencia. Pero de todas formas nuestra fortaleza para vencer las tentaciones siempre radica en la fuerza de nuestra fe.

Tradicionalmente los exégetas han visto, o han tratado de ver en las tres tentaciones del Señor una relación entre ellas y los más frecuentes peores pecados del género humano, así el arzobispo de Oviedo, Monseñor Sanz Montes, escribe: “Las tres tentaciones que narra el capítulo cuarto del evangelio según san Lucas son universales y por tanto, muy actuales. Son las seducciones del “dios-tener (en todas sus manifestaciones de preocupación por el dinero, por la acumulación, por las "devociones" de lotos y azarees, por el consumo crudo y duro)”; del “dios-poder (con toda la gama de pretensiones trepadoras, que confunden el servicio a los demás con el servirse de los demás, para los propios intereses y controles)” y del “dios-placer (con tantas, tan desdichadas y sobre todo tan deshumanizadoras formas de practicar el hedonismo, tratando de censurar inútilmente nuestra limitación y finitud”.

Para el obispo Sheen: “Las tentaciones pueden venir de tres diferentes fuentes: nuestra carne, la cual produce los pecados del sexo, los pecados de impureza o lujuria; nuestra mente, de donde proviene el orgullo egoísmo y egolatría; del mundo fuera de ambos: cuerpo y alma, se encuentran la codicia y la avaricia. El primer grupo de tentaciones son más frecuentes en la adolescencia y juventud, el segundo en la madurez y el tercero en la ancianidad o vejez”.

Pero con independencia de la naturaleza de las tentaciones y de las clases de estas que podemos sufrir, lo más fundamental es que consideremos, sin tentaciones no podemos vivir y que ellas tiene un lado muy positivo para nuestro proceso de santificación en esta vida y posterior salvación. Podríamos resumir la importancia de las tentaciones con la conocida expresión: Sin tentaciones no hay escala posible para subir el cielo. El hombre mientras esté en este mundo, nunca estará libre de tentaciones, porque tal como se puede leer en el Kempis, porque en nosotros está el germen de ella, es decir, la concupiscencia, en la cual nacimos, El hombre jamás se verá libre de las tentaciones, y si alguna vez llegara a estar libre, seria esta una mala señal para su futuro, pues carecería de la posibilidad de salvarse, ya que no podría demostrar su amor al Señor, venciendo las tentaciones.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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