A cuántas almas muertas, y
hasta podridas, resucitarás, si permites a Cristo que actúe en ti.
En aquellos tiempos, narran los Evangelios, pasaba el Señor; y ellos, los enfermos, le llamaban y le buscaban.
También
ahora pasa Cristo con tu vida cristiana y, si le secundas, cuántos le
conocerán, le llamarán, le pedirán ayuda y se les abrirán los ojos a las luces
maravillosas de la gracia
El que
acepta mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama. y el que me ama
será amado por mi Padre y yo le amaré y yo mismo me manifestaré a él.
Judas, no
el Iscariote, le dijo: Señor; ¿y qué ha pasado para que tú te vayas a
manifestar a nosotros y no al mundo? Jesús contestó y le dijo: Si alguno me
ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada
en él. El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que escucháis no
es mía sino del Padre que me ha enviado. Os he hablado de todo esto estando con
vosotros; pero el Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi
nombre, él os enseñará todo y os recordará todas las cosas que os he dicho.
(Jn
14,21-26)
Jesús,
ante la desorientación que hay en el mundo – tanta gente sufriendo y luchando
sin sentido; tantos que queman sus vidas por ideales que no valen la pena;
tantos sin ideales, cuyo único norte es el placer a corto plazo y que no
cosechan más que tristezas y odios –, ante esta panorámica desoladora, a mí
también me nace esta pregunta de lo más hondo del alma: Señor, ¿y qué ha pasado
para que tú te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?
Jesús,
¿por qué yo he tenido la suerte de conocerte, de entenderte, de amarte? ¿Por
qué no te manifiestas a los demás, que tanta falta les hace? Tu contestación
parece que no responde: Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le
amará y vendremos a él y haremos morada en él. Sin embargo es la mejor
respuesta – la más profunda – al por qué de este aparente desentendimiento
divino por los hombres.
Jesús, Tú
no puedes manifestarte directamente: si aparecieras milagrosamente, tu
presencia sería abrumadora y los hombres no tendrían otra opción que
obedecerte; pero Tú quieres que te obedezca libremente, por amor.
Por eso,
aunque te manifiestas un poco más a los apóstoles, porque son los primeros, también
les has de exigir más – el martirio –para que su amor tenga mérito.
Jesús, Tú
quieres manifestarte a los demás a través de mí –metido en mí–con el ejemplo de
obras que reflejen el amor que te tengo. De esta manera, te manifiestas sin
imponerte, respetando la libertad. Si yo te amo de verdad y guardo tu palabra,
es decir, si te amo con obras, entonces me amarás y vendrás a mí: la Trinidad
habitará en mi pobre alma humana, y desde ahí se manifestará al mundo. Santidad
y apostolado son dos caras de la misma moneda.
En esto
consiste la perfección de la vida cristiana: en que, hechos partícipes del
nombre de Cristo por nuestro apelativo de cristianos, pongamos de manifiesto,
con nuestros sentimientos, con la oración y con nuestro género de vida, la
virtualidad de este nombre
¡Poder de
hacer milagros!: a cuántas almas muertas, y hasta podridas, resucitarás, si
permites a Cristo que actúe en ti.
En
aquellos tiempos, narran los Evangelios, pasaba el Señor; y ellos, los
enfermos, le llamaban y le buscaban. También ahora pasa Cristo con tu vida
cristiana y, si le secundas, cuántos le conocerán, le llamarán, le pedirán
ayuda y se les abrirán los ojos a las luces maravillosas de la gracia
Jesús, te
quieres manifestar a todo el mundo, pero quieres hacerlo a través de mí, de mi
vida cristiana. Para ello tengo que permitir que Tú actúes en mí: que estés en
mí, en mi alma en gracia; que te ame y guarde tu palabra. Entonces se repetirán
los milagros que hiciste en los primeros tiempos: ¡cuántas personas podrán mejorar
espiritualmente, y también materialmente, si los cristianos somos consecuentes
con nuestra fe! Jesús, ¡qué responsabilidad tan grande la mía!
Si no te
amo como me pides, si sólo busco mis intereses, si me dejo llevar egoístamente
de lo que me apetece o me preocupa, entonces te quedas fuera. No puedes hacer
morada en mí ni llegar a los que me rodean.Jesús, quiero amarte; quiero que
puedas contar conmigo para mostrarte a los demás. Ayúdame Dios Espíritu Santo a
no olvidarme de estas cosas, tal como Jesús ha prometido: el
Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todo y os
recordará todas las cosas que os he dicho.
En el
momento del Bautismo vinieron a nuestra alma las tres personas de la Beatísima Trinidad
con el deseo de permanecer unidas a nuestra existencia. Esta presencia, del
todo singular, sólo se pierde por el pecado mortal. San Agustín, al considerar
esta inefable cercanía de Dios, exclamaba: "¡Tarde
te amé, hermosura tan antigua y tan nueva!; he aquí que Tú estabas dentro de mí
y yo fuera, y por fuera te buscaba (...) Tú estabas conmigo, mas yo no estaba
contigo. Me tenían lejos de Ti las cosas que, si no estuviesen en Ti, no
serían. Tú me llamaste claramente y rompiste mi sordera; brillaste,
resplandeciste, y curaste mi ceguedad".
(Confesiones,
10, 27, 38).
Los
cristianos no debemos contentarnos con no perder a Dios: debemos buscarle en
nosotros mismos procurando el recogimiento de los sentidos que tienden a
desparramarse y quedarse apegados a las cosas. Para lograr este recogimiento, a
algunos el Señor les pide que se retiren del mundo, pero Dios quiere que la
mayoría de los cristianos (madres, estudiantes, trabajadores...) le encontremos
en medio de nuestros quehaceres.
Mediante
la mortificación habitual durante el día – con la que tan relacionado está el
gozo interior - guardamos para Dios los sentidos. Mortificamos la imaginación,
librándola de pensamientos inútiles; la memoria, echando a un lado recuerdos
que no nos acercan al Señor; la voluntad, cumpliendo con el deber concreto,
porque el trabajo intenso, si está dirigido a Dios, lejos de impedir el diálogo
con El, lo facilita.
La
liturgia nos invita a tratar con más intimidad al Espíritu Santo, Tercera
Persona de la Santísima Trinidad, en este tiempo en que nos encaminamos hacia
la fiesta de Pentecostés.
El
Espíritu Santo está en el alma del cristiano en gracia, para configurarlo con
Cristo, para que cada vez se parezca más a El, para moverlo al cumplimiento de
la voluntad de Dios, y ayudarle en esa tarea.
¿Porqué
sentirnos solos, si el Espíritu Santo nos acompaña? Pidamos a la Virgen que nos
enseñe a comprender esta dichosísima realidad.
¡Qué distinto sería nuestro
porte en algunas circunstancias, la conversación, si fuéramos conscientes de
que somos templos de Dios, templos del Espíritu Santo! "¡Dios te salve
María, templo y Sagrario de la Santísima Trinidad, ayúdame!"
Por: Wilson
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