Gota a gota,
con la ayuda de Dios, abriremos el corazón de la sociedad.
Entre los
judíos, las palabras que se pronuncian en los brindis siempre son las mismas:”
Le chaim!” o “L´chaim!” que viene a significar: “¡A la vida!” o “¡Por la vida!”
Eso es lo que debe brotar de nuestro corazón: celebrar la vida, defenderla
celebrándola y reclamando su protección en toda circunstancia.
A veces los ejemplos y analogías nos ayudan a ver claro. Hablemos de nuestro vecino Plutón. Podemos "legislar", con una amplia o escuálida mayoría de votos de astrónomos, que el bueno de Plutón no es un planeta (ya lo hemos hecho). Podemos "decidir" en un parlamento mundial que Plutón es plano, como la Tierra era considerada hace siglos. Podemos "decidir" que es un asteroide, un meteorito desmesurado o un pro-planeta que oposita a recuperar su status. Pero lo que no puede hacer ningún parlamento es mover a Plutón de su órbita, ni modificar su tamaño.
Así sucede con la vida. La vida humana "es" tal desde la concepción, aunque se legisle lo contrario. Las opiniones son libres, dice el adagio periodístico, pero los hechos son "sagrados". Se ha legislado en base a la opinión de una escuálida mayoría parlamentaria. Me atrevería a decir que ha sido la "opinión" de algo menos de 200 personas lo que se ha convertido en ley, con la vana pretensión de la que la ley puede cambiar la naturaleza de lo legislado.
Curiosa es, además, la coincidencia semántica entre los términos "escuálido" y "escualo". Sí, nuestra sociedad occidental, anémica de valores, y sobresaturada de intereses creados y cepos ideológicos y económicos, está viendo cómo nuestros hijos son devorados... ahora legalmente.
Si para conocer a Plutón los astrónomos “legisladores” deberían haber viajado hasta él, para conocer el don de la vida hay que viajar hasta él, hay que dejar atrás la ley de la gravedad ideológica y económica, y atreverse a mirar a los ojos a un niño antes de nacer. Hoy es posible. Esos ojos, cerrados o abiertos, harán llegar la verdad de la vida humana al corazón del legislador y al corazón de la sociedad, más que cualquier comisión de expertos. A la pequeña mano de Samuel Armas, agarrando el dedo del doctor Bruner cuando le intervino de espina bífida a las 21 semanas de gestación, no se le puede responder con estadísticas o folios timbrados. A su “abrazo” de dedos sólo cabe una respuesta: Otro abrazo, cada cual en su ámbito, el doctor Bruner salvándole la vida, y el parlamento, legislando con sentido común y celebrando la vida.
El lenguaje muchas veces esconde una sutil trampa para la verdad. Incluso los que defendemos el derecho primario a la vida desde la concepción no nos hemos dado cuenta de que al saber que un matrimonio allegado espera un hijo les decimos: ¡Enhorabuena, vais a ser padres! Cuando deberíamos decirles: ¡Enhorabuena, sois padres!
Pero la misma sutileza del lenguaje esconde esa verdad interior que nos sale al paso al mirarnos al espejo (ante el espejo nadie se engaña). Porque no he escuchado a nadie – ya sea promotor del aborto como contrario al mismo- decir a un matrimonio que ha tenido un aborto natural: "Habéis perdido un feto", sino "habéis perdido un hijo".
Repito, hay esperanza. Seamos como la gota de agua sobre la "cabeza" de la opinión pública. Nuestra fuerza es la perseverancia. Gota a gota, con la ayuda de Dios, abriremos no la cabeza sino el corazón de la sociedad.
A veces los ejemplos y analogías nos ayudan a ver claro. Hablemos de nuestro vecino Plutón. Podemos "legislar", con una amplia o escuálida mayoría de votos de astrónomos, que el bueno de Plutón no es un planeta (ya lo hemos hecho). Podemos "decidir" en un parlamento mundial que Plutón es plano, como la Tierra era considerada hace siglos. Podemos "decidir" que es un asteroide, un meteorito desmesurado o un pro-planeta que oposita a recuperar su status. Pero lo que no puede hacer ningún parlamento es mover a Plutón de su órbita, ni modificar su tamaño.
Así sucede con la vida. La vida humana "es" tal desde la concepción, aunque se legisle lo contrario. Las opiniones son libres, dice el adagio periodístico, pero los hechos son "sagrados". Se ha legislado en base a la opinión de una escuálida mayoría parlamentaria. Me atrevería a decir que ha sido la "opinión" de algo menos de 200 personas lo que se ha convertido en ley, con la vana pretensión de la que la ley puede cambiar la naturaleza de lo legislado.
Curiosa es, además, la coincidencia semántica entre los términos "escuálido" y "escualo". Sí, nuestra sociedad occidental, anémica de valores, y sobresaturada de intereses creados y cepos ideológicos y económicos, está viendo cómo nuestros hijos son devorados... ahora legalmente.
Si para conocer a Plutón los astrónomos “legisladores” deberían haber viajado hasta él, para conocer el don de la vida hay que viajar hasta él, hay que dejar atrás la ley de la gravedad ideológica y económica, y atreverse a mirar a los ojos a un niño antes de nacer. Hoy es posible. Esos ojos, cerrados o abiertos, harán llegar la verdad de la vida humana al corazón del legislador y al corazón de la sociedad, más que cualquier comisión de expertos. A la pequeña mano de Samuel Armas, agarrando el dedo del doctor Bruner cuando le intervino de espina bífida a las 21 semanas de gestación, no se le puede responder con estadísticas o folios timbrados. A su “abrazo” de dedos sólo cabe una respuesta: Otro abrazo, cada cual en su ámbito, el doctor Bruner salvándole la vida, y el parlamento, legislando con sentido común y celebrando la vida.
El lenguaje muchas veces esconde una sutil trampa para la verdad. Incluso los que defendemos el derecho primario a la vida desde la concepción no nos hemos dado cuenta de que al saber que un matrimonio allegado espera un hijo les decimos: ¡Enhorabuena, vais a ser padres! Cuando deberíamos decirles: ¡Enhorabuena, sois padres!
Pero la misma sutileza del lenguaje esconde esa verdad interior que nos sale al paso al mirarnos al espejo (ante el espejo nadie se engaña). Porque no he escuchado a nadie – ya sea promotor del aborto como contrario al mismo- decir a un matrimonio que ha tenido un aborto natural: "Habéis perdido un feto", sino "habéis perdido un hijo".
Repito, hay esperanza. Seamos como la gota de agua sobre la "cabeza" de la opinión pública. Nuestra fuerza es la perseverancia. Gota a gota, con la ayuda de Dios, abriremos no la cabeza sino el corazón de la sociedad.
Autor:
Hermano Lázaro Clemente, fmp
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