miércoles, 9 de mayo de 2012

JESÚS NOS DA PAZ


No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Si pongo mi felicidad en amar a Dios, ¿qué me va a acobardar, qué me va a quitar la paz? Si me doy cuenta de que soy hijo de Dios, si pongo mi confianza en Él porque sé que me quiere y se preocupa de mí, ¿qué dificultad no podré superar?

>> La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Habéis escuchado que os he dicho: Me voy y vuelvo a vosotros. Si me amarais os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Os lo he dicho ahora antes de que suceda, para que cuando suceda creáis. Ya no hablaré mucho con vosotros, pues viene el príncipe del mundo; contra mí no puede nada, pero el mundo debe conocer que amo al Padre y que obro tal como me ordenó. ¡Levantaos, vámonos de aquí! (Jn 14, 27-31)

Comentario por Pablo Cardona

I. Jesús, me dejas tu paz. Mi paz os doy. ¿Cuál es esa paz? No os la doy como os la da el mundo. Jesús, tu paz no es la paz del mundo: no es ausencia de dolor, ausencia de sacrificio. ¿ Qué es tu paz? Tu paz es plenitud de sentido en todo: alegrías, sufrimientos; es darse cuenta de que vale la pena cualquier esfuerzo si se hace por amor. Tu paz consiste en buscar la felicidad en el amor, que es darse, y no en el egoísmo, que es buscarse a sí mismo.

No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Si pongo mi felicidad en amar a Dios, ¿qué me va a acobardar, qué me va a quitar la paz? Si me doy cuenta de que soy hijo de Dios, si pongo mi confianza en Él porque sé que me quiere y se preocupa de mí, ¿qué dificultad no podré superar?

Viene el príncipe del mundo; contra mí no puede nada. Jesús, quedan pocas horas para tu muerte, que es la hora del príncipe de este mundo, del demonio. Pero Tú eres más fuerte, y me vas a rescatar del poder del demonio precisamente con tu sacrificio en la Cruz. La victoria sobre el «príncipe de este mundo» se adquirió de una vez por todas en la Hora en que Jesús se entregó libremente a la muerte para darnos su vida.

Esto también es un motivo de paz: puedo superar todas las tentaciones del demonio con tu ayuda, con la ayuda de la gracia que me has ganado en la cruz y que recibo en los sacramentos; todo lo puedo, si me apoyo en la oración. Por eso, tu primer saludo después de la Resurrección vuelve a ser de paz: La paz sea con vosotros.

II. ¡Cómo vas a salir de ese estado de tibieza, de lamentable languidez, si no pones los medios! Luchas muy poco y, cuando te esfuerzas, lo haces como por rabieta y con desazón, casi con deseo de que tus débiles esfuerzos no produzcan efecto, para así auto justificarte: para no exigirte y para que no te exijan más.

–Estás cumpliendo tu voluntad; no la de Dios. Mientras no cambies, en serio, ni serás feliz, ni conseguirás la paz que ahora te falta.

–Humíllate delante de Dios, y procura querer de veras.

Jesús, a veces quiero conseguir la paz a base de equilibrios: contentar un poco a todo el mundo, a Ti ya mis gustos. Pero ese equilibrio es inestable, y se acaba rompiendo una y otra vez: Tú me pides más, y yo no quiero lo suficiente como para dártelo; o, a la hora de hacer un propósito, se me olvida o no puedo. ¿Qué me pasa? Me pasa que estoy cumpliendo mi voluntad, no la de Dios.

Jesús, me pasa que lucho muy poco y acabo no haciendo tu voluntad sino la mía. Me doy cuenta de que esto me ocurre porque no te quiero de veras, porque me da miedo darme más, porque creo que si me olvido de mí – de mis comodidades y mis gustos, de mis inclinaciones, de mis necesidades, de mi tiempo – perderé la paz y la alegría. En el fondo, me falta fortaleza para exigirme y acabo justificándome con cualquier excusa.

Mientras no cambies, en serio, ni serás feliz, ni conseguirás la paz que ahora te falta. Jesús, Tú me has dado una paz distinta, una paz que no es como la da el mundo; una paz que requiere lucha, lucha contra uno mismo, esfuerzo, sacrificio. Pero esa paz y esa felicidad, son una paz y una felicidad mucho más profundas y estables, pues no se apoyan en las circunstancias externas siempre cambiantes, sino en hacer la voluntad de Dios, que es quien sabe lo que más me conviene en cada momento. Ayúdame a que también yo pueda decir: El mundo debe conocer que amo al Padre y que obro tal como me ordenó.

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