Si hay algo fácil de hacer en esta
vida, eso es el encontrar al Señor. Él está siempre ansioso de que le
busquemos, porque está deseando mostrarnos su amor y como el amor exige
reciprocidad, también desea que le mostremos nuestro amor y para ello, una
prueba evidente de que le amamos es el deseo de querer encontrarle. Hay algo
maravilloso que aquí podemos experimentar, y es que mientras en el orden de lo
material, nuestros deseos cuesta mucho esfuerzo y tiempo en convertirlos en
realidades y no siempre lo conseguimos; en el orden del espíritu, desear es ya
obtener, el simple deseo, genera de inmediato la obtención de lo que se desea o
al menos el camino para la obtención de lo deseado.
Si deseo encontrar a Dios, desde ese
mismo instante ya he empezado a recorrer el camino del encuentro. Y otro tanto
igual, ocurre con todos nuestros deseos referidos al orden espiritual. Así por
ejemplo, si de verdad deseo amar a Dios, sin darme cuenta ya lo estoy amando. Y
uno se pregunta: ¿Por qué somos tan estúpidos, de querer concentrar nuestros
deseos en lo material obviando lo espiritual? Nosotros estamos llamados a una
eternidad espiritual y esta materialidad en la que vivimos aquí abajo,
sumergidos y ahogándonos, se acabará pronto, cualesquiera que sean, muchos
pocos o ningunos, los bienes materiales que en detrimento de los espirituales
hayamos sido capaces de lograr. Si, desde luego, que con infinitos trabajos,
sudores y angustias, podemos llegar a ser los más ricos del cementerio, porque
eso es al final de lo que lograremos alcanzar, si ponemos nuestros afanes en lo
material marginando al Señor.
¡Y si tan fácil es encontrar al
Señor…! ¿Por qué no se le busca, o al menos se le busca tan poco? La
contestación es sencilla: Por miedo, por miedo a complicarse uno la vida, pues
todo el mundo sabe que encontrar a Cristo es complicarse la vida, es abandonar
la comodidad actual, renunciar al sosiego en el que se cree que se vive bien
teniendo acallada la conciencia, es crearse unas serie de obligaciones que
impiden a muchos caminar tal como su alma desea, porque su cuerpo le pide
caminar anchamente por un camino llano, y no tener que caminar por un estrecho
camino de montaña tal como su alma desea. Así el Señor nos dejó dicho: "Entrad
por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que
lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; más ¡que estrecha
la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la
encuentran" (Mt
7,13-14).
Escribe Jean Lafrance a propósito de
este tema: “Muchos hombres eluden la mirada de Cristo, pues su vida está
ahogada en la insignificancia y el parloteo; algunos presienten que esta
confrontación con Cristo les llevaría muy lejos en el despojamiento y entonces
prefieren un cristianismo sin historias”. Porque “Consagrase a Jesús, no
es tan solo escuchar sus palabras, seguirle o imitarle, es sobre todo
encontrarle personalmente invocando su nombre”. Y sobre todo es amarle,
amarle con todas las fuerzas de nuestro ser, por que el que encuentra al Señor,
no puede por menos de entregarse a él, sentirse fascinado por el fuego de su
amor. Y esto es lo que le pasó a San Pablo después de su conversión.
El miedo a Dios es una de las grande tragedias humanas.… Mientras el Padre
despierte miedo, continuará siendo un intruso en nuestras vidas y será
imposible que ponga su morada en el interior de los hombres. Y para acabar con
esta situación, escribe Slawomir Biela: “Cuando pierdas los apoyos humanos y
te sientas rechazado, cuando sientas que no eres nadie, descubrirás que Dios es
tu único apoyo y que no puedes contar más que con Él. Esta soledad te hará
sufrir pero se convertirá dentro de ti en un vacío respecto a todo lo temporal.
Este mundo temporal se irá alejando cada vez más de ti convirtiéndose en un
vacío. Vacío que se irá llenando, aunque sea de modo imperceptible para ti, de
la presencia de Dios”.
El encuentro
con Dios, es una lógica e ineludible situación que siempre encontrará el que se
ha puesto honradamente a buscarle. Pero el encuentro, no es más que un primer
paso, al que le seguirán muchos más, si uno actúa noblemente y con su corazón
en sus manos. Una vez que se encuentra al Señor, uno comienza a sentirse
atraído por la dulzura de su amor. Uno comienza a sentirse amado en una forma
tal, que nunca antes conoció. Porque el Señor empieza también a corresponder a
ese inicial acto de amor que es el buscarle. Y como quiera que el amor es
siempre reciproco y por ello genera reciprocidad, este comenzará a crecer, y crecerá
hasta donde uno desee, por que a un mayor amor que nosotros seamos capaces de
darle al Señor, Él nos responderá con otro amor mucho mayor aún, que puede
llegar a ser un fuego voraz e insaciable que carece de límites. El Señor no se
contenta con una parte de tu amor, Él lo quiere todo y no quiere compartir tu
amor con nadie ni con nada. La situación que nos podemos crear, si
correspondemos al amor del Señor, la resume el profeta Zacarías en sus
profecías, cuando dice: “Vuélvete a
mí, y yo me volveré a ti”. (Zc 1,3).
Sobre la
entrega del hombre a Dios, el canónigo polaco Tadeusz Dajczer, escribe
diciéndonos. “Dios no puede abandonar al hombre que al abandonarse a Él
plenamente, se deshace, el mismo de las riquezas, y rompe con el sistema de
seguridad que destruye su fe. Dios ve maravillado el milagro de la fe humana…”.
Pero la entrega ha de ser total, el hombre ha de llevar a cabo un absoluto
despojamiento, nada puede reservarse, por pequeño que ello sea, el Señor lo
quiere todo. En el Kempis, podemos leer: “Me tiene sin cuidado cuanto pueda
recibir de tu parte, si no te das tú mismo; es a ti a quién quiero, no tus
dádivas. ¿Es que podría bastarte a ti todo cuanto tienes, sin Mí? De igual
manera, tampoco me satisface cuanto puedas tú ofrecerme, si no te ofreces a ti
mismo”. Es lógico que el Señor lo quiera todo, pues si nos reservamos algo
en la intimidad de nuestro ser, el Señor no podrá ocupar totalmente esa
intimidad, y nuestra entrega será siempre parcial, de la misma forma que
parcial también tendrá que ser, la forma en la que el Señor nos entregue su
infinito amor.
El
compromiso de entrega con el Señor exige tal como escribe Slawomir Biela, que: “Quien
desee reconocer su dependencia de Dios en todo, tendrá que aceptar
inevitablemente la pobreza material. De otra manera su dependencia será solo
teórica”. Todo lo que el Señor quiere y te pide, es que pongas tu fe y tu
esperanza en el Él, que le ames con todo tu corazón, que renuncies a tus
propias fuerzas y tus planes por humildad y abandono; Él hará el resto, estate
seguro que se ocupará de hacer el resto. Te ama tanto que está deseando
hacerlo.
Mi más
cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del
Carmelo
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