miércoles, 2 de mayo de 2012

DESPEGARSE Y DESPOSESIONARSE


Hace pocos días, escribí una glosa sobre el desapego humano y hoy vuelvo a la carga con otra glosa…, ya que sigo meditando sobre este tema; quizás sea, porque como muchos, personalmente no me encuentro limpio de apegos, en la medida en que me gustaría estar. El apego en cualquiera de sus varias formas, sea a los recuerdos, sea a los afectos personales, sea a las cosas de este mundo…, etc., no es lo propio de la niñez, ni de la juventud, es más bien lo propio de la senectud; con ella se acentúan los apegos, quizás sea esto, porque al verse como se acerca el final de la vida, la persona piense que queda menos tiempo, y que hay que aprovechar el que queda, para disfrutar nostálgicamente de los recuerdos agridulces que proporcionan los apegos. Pero esto no es bueno para el alma.
Tanto el apego a la posesión de lo que se tiene, como el apego a lo que se desea tener, pero no se tiene, son nefastos en el desarrollo de nuestra vida espiritual, porque bloquean el camino del alma hacia el Señor. Repetidamente el Señor nos ha manifestado, que Él es un Dios celoso (Ex 20,5). “Porque Yahvéh tu Dios es un fuego devorador, un Dios celoso”. (Dt 4,24). Él no admite nada ni nadie que le haga sombra en el amor a Él y así nos dice: “El que no esta conmigo esta contra mi, y el que conmigo no recoge, desparrama”. (Mt 12,30). Y nuestra obligación está claramente definida por Él mismo: “Amaras al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el máximo y primer mandamiento”. (Mt 22,37).

Los celos provienen siempre del amor y es el tremendo amor que el Señor tiene al hombre, el que le crea sus celos cuando ve que el hombre no le ama y entonces tal como dice Slawomir Biela: Cometemos adulterio cuando nos involucramos emocionalmente con las cosas de este mundo, apoyándonos en ellas e idolatrándolas. También Carlo Carretto, escribe diciendo: Él está celoso porque tiene miedo de que en lugar de amarlo a Él, en su Ser desnudo, amemos sus cosas, sus riquezas, sus dones, el gozo que nos brinda, la paz que nos dispensa, la verdad que nos regala. Dios no es solo celoso en su amor, es trágico en su amor. Nosotros provocamos los celos del Señor, cuando amamos más lo creado por Él, que a él mismo. San Agustín, refiriéndose a este tema, ponía de manifiesto la estupidez humana, porque pudiendo poseer al que todo lo ha hecho, nosotros nos aferramos en amar, las cosas hechas por el Señor.

El hombre en su insensatez, se apega a poseer, no ya lo que legítimamente puede ser suyo, conforme a las leyes humanas, sino también se apega a la posesión de lo que desearía tener y no tiene y espiritualmente tanto en uno como en otro caso, su alma sale dañada de esta situación. El remedio está en el desapego y la desposesión que corresponda. Así hay en los evangelios un pasaje que nos dice: "Uno de los principales le preguntó: Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna? Le dijo Jesús: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Ya sabes los mandamientos: No cometas adulterio, no mates, no robes, no levantes falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre. Él dijo: Todo eso lo he guardado desde mi juventud. Oyendo esto Jesús, le dijo: Aún te falta una cosa. Todo cuanto tienes véndelo y repártelo entre los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego, ven y sígueme. Al oír esto, se puso muy triste, porque era muy rico”. (Lc 18,18-23).

Escribe Slawomir Biela y nos dice: Aquel joven era tan perfecto que se volvió rico, no solo en el sentido material sino en el espiritual. Se sintió señor y propietario de sus muchas posesiones temporales y de los bienes espirituales de que disfrutaba, bienes que le hacían verse a si mismo como alguien grande. De ahí que cuando se encontró con el Señor de todos los bienes, descubrió que no era capaz de responder a su llamada, y por eso se marchó entristecido.

Cuando una persona avanza en el desarrollo de su vida espiritual, llega un momento en el que como parte de proceso de su entrega al Señor, sentirá la necesidad de organizar sus desapegos y desposesiones. Pero es difícil dar aquí reglas fijas, porque cada caso es un caso. No es lo mismo, las obligaciones de unos cónyuges unidos por un sacramento, y con unos hijos por educar, que han de velar por el patrimonio familiar, sea este poco o mucho, que la libertad de actuación que puede tener un soltero pobre o rico.

Hace cuatro años, íbamos mi mujer y yo por la plaza roja de Moscú caminando con dirección al rio, cuando a nuestras espaldas nos dicen en español: Son Uds. de Madrid. No volvimos sorprendidos y vimos dos señoras de mediana edad, que iban en nuestra misma dirección, ya que abajo, al lado del río en una plaza que hay, les esperaban sus maridos, que luego conocimos. Nos explicaron que pertenecían al Camino neocatecumenal, y que sin saber ruso, los dos matrimonios abandonaron todo en España y se habían ido a Rusia a encontrar trabajo para mantenerse, pero esencialmente para realizar una labor misional. Nos quedamos sumamente impresionados. Es indudable que ellos habían seguido a pie juntillas las palabras del Señor, estando los cuatro cónyuges de acuerdo en dar el paso.

Es difícil - escribe Nouwen - decir lo que significa concretamente esta pobreza en la vida de cada uno de nosotros, porque esto debe de ser establecido en la vida individual de cada uno. Pero me atrevo a decir que cualquiera que practique la oración contemplativa de una forma disciplinada, más pronto o más tarde se confrontará con las palabras de Cristo al joven rico. Porque si hay algo cierto, es que todos somos jóvenes ricos diciendo: “Maestro, ¿qué debo hacer para poseer la vida eterna?”. Y puede ser que todavía no está claro, que estemos preparados para escuchar la respuesta.

Y Bonaventure Perquin, O.P. también escribe: “¿Porque acontece que personas que reciben a diario la Comunión durante años no crecen en santidad? Sin duda alguna porque no permiten que Nuestro Señor tome completa posesión de ellos, para que cambien sus modos de pensar, sus deseos e intereses. Nuestra mente debe de adaptarse, conformarse a Él y ello requiere un profundo desposeimiento de sí mismo… Hay pocas personas en las que la Sagrada Comunión alcance perfectamente su fin, porque a muchos de nosotros nos cuesta trabajo desprendernos de todo lo que pueda ser un obstáculo para la unión perfecta con Dios”.

Siempre hay que pensar, que es más fácil desapegarse que desposeerse y que la gracia divina, al que la solicita le hace maravillas. Quizás no podamos o no sea prudente por razón de obligaciones familiares, u otras circunstancias, desposeerse de bienes; en estos casos lo que si es fácil de realizar, es desapegarse de los bienes que se poseen y tratar de vivir prudentemente como si estos bienes no existiesen. Ya San Agustín en su época escribía: “Si tus obligaciones no te permiten despojarte de los bienes de la tierra, consérvalos, pero sin hacerte esclavos suyo. Se dueño y no servidor de tus riquezas”.

Pero en todo caso, hay que pensar que el joven rico del Evangelio, no se condenó, sino que perdió la oportunidad de tener una gran gloria en el cielo, por aferrarse a cuatro chucherías mundanas y esto nos ocurre a muchos.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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