Ya que este blog es leído por no
pocos sacerdotes, me gustaría dar algunos consejos para la predicación, para
ese gran trabajo que es la predicación:
Lo primero de todo, a la predicación hay que considerarla un trabajo. Es decir, el sacerdote no debe pensar al ir a decir la homilía: voy a decirles unas palabras. ¡No!, unas palabras cualquiera las pueden escuchar de cualquiera. El ministro de Dios debe ejercer el ministerio de la predicación, es un oficio sagrado. Eso supone preparar lo que se va a decir.
Los fieles deberían sentir al escuchar la homilía que están escuchando a Jesús, o a Pedro o a San Pablo o a un Isaías.
No se trata por tanto de ser gracioso, no se trata de dar un sermón entretenido, no se trata de sorprender por sorprender: se trata de que escuchen a Dios a través del hombre, de que Dios les hable a través de su enviado. Todo sacerdote debería recordar que es un enviado de Jesús. Jesús le llamó y él ha aceptado la misión de ir a predicar.
Después no hay que olvidar que es tan bonito predicar de lo positivo. Somos predicadores del bien. Ciertamente a veces tendremos que advertir acerca del mal. Pero esencialmente debemos hablar de aquello que llena nuestro corazón.
Lo primero de todo, a la predicación hay que considerarla un trabajo. Es decir, el sacerdote no debe pensar al ir a decir la homilía: voy a decirles unas palabras. ¡No!, unas palabras cualquiera las pueden escuchar de cualquiera. El ministro de Dios debe ejercer el ministerio de la predicación, es un oficio sagrado. Eso supone preparar lo que se va a decir.
Los fieles deberían sentir al escuchar la homilía que están escuchando a Jesús, o a Pedro o a San Pablo o a un Isaías.
No se trata por tanto de ser gracioso, no se trata de dar un sermón entretenido, no se trata de sorprender por sorprender: se trata de que escuchen a Dios a través del hombre, de que Dios les hable a través de su enviado. Todo sacerdote debería recordar que es un enviado de Jesús. Jesús le llamó y él ha aceptado la misión de ir a predicar.
Después no hay que olvidar que es tan bonito predicar de lo positivo. Somos predicadores del bien. Ciertamente a veces tendremos que advertir acerca del mal. Pero esencialmente debemos hablar de aquello que llena nuestro corazón.
Yo reconozco que tengo un defecto que no he logrado
vencer. Siempre predico diez minutos, y cuando noto (no llevo reloj) que he
alcanzado ese tiempo, corto la predicación como quien agarra una cimitarra y
corta algo de un modo abrupto, sin previo aviso.
Pero, claro, siempre mejor eso que los sermones que son como aviones que cuando parece que van a aterrizar, remontan el vuelo. He conocido predicaciones que han estado a punto de tomar suelo tres o cuatro veces, pero que en el último momento el cura retomaba el hilo de otro asunto, se entusiasmaba, y el sermón se volvía a alejar de su final.
Pero, claro, siempre mejor eso que los sermones que son como aviones que cuando parece que van a aterrizar, remontan el vuelo. He conocido predicaciones que han estado a punto de tomar suelo tres o cuatro veces, pero que en el último momento el cura retomaba el hilo de otro asunto, se entusiasmaba, y el sermón se volvía a alejar de su final.
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