Os cuento tres de mis últimos sueños. A algunos de mis
enemigos les encanta psicoanalizarme, y no seré yo quien les amargue la fiesta.
Sueño 1: Voy en un vuelo, me dirijo al aseo que está en la parte de atrás. Cual es mi sorpresa al comprobar repentinamente que varios militares con ametralladoras colgadas a la cintura están sacando un féretro de alguien muy importante, el dictador del país. A mí, como les estorbo, me dan un empujón para apartarme. El resultado es que sin ellos quererlo me echan fuera del avión por una gran puerta que estaba abierta. No me queda más remedio que contemplar la escena de la bajada de ese líder desde abajo. Se trataba de un aeropuerto africano, pequeño. Estaba preocupado, porque mi pasaporte y todas mis pertenencias están en el avión. Pero pienso que esperaré a que acaben con la operación de bajar el ataúd del avión para volver a subir.
Sueño 2: Estoy como en un garaje de reparación de automóviles y alegre le digo a la otra persona: qué curioso, soñé con esta situación la noche anterior. Allí acaba todo, reconociendo en el sueño que había soñado justamente esa escena en ese lugar.
Sueño 3: Cometo un pecado (dejo a la imaginación de todos los freudianos pensar qué tipo de pecado) y pienso: qué rabia, me voy a tener que confesar de este pecado con la vergüenza que me da. Entonces le consulto a buen sacerdote, amable, comprensivo. El cual sonriente me dice: sí, sentencio que te tienes que confesar, pero como has pecado en un sueño (y es como si me guiñara un ojo), te tendrás que confesar en un sueño. Yo que capté la ironía, me quedé embelesado ante la sabiduría de la contestación. Tenía toda la lógica del mundo: si había pecado en un sueño, sólo debía confesarme en un sueño. Lo curioso, es que en el mismo sueño soy consciente de estar soñando.
Sueño 1: Voy en un vuelo, me dirijo al aseo que está en la parte de atrás. Cual es mi sorpresa al comprobar repentinamente que varios militares con ametralladoras colgadas a la cintura están sacando un féretro de alguien muy importante, el dictador del país. A mí, como les estorbo, me dan un empujón para apartarme. El resultado es que sin ellos quererlo me echan fuera del avión por una gran puerta que estaba abierta. No me queda más remedio que contemplar la escena de la bajada de ese líder desde abajo. Se trataba de un aeropuerto africano, pequeño. Estaba preocupado, porque mi pasaporte y todas mis pertenencias están en el avión. Pero pienso que esperaré a que acaben con la operación de bajar el ataúd del avión para volver a subir.
Sueño 2: Estoy como en un garaje de reparación de automóviles y alegre le digo a la otra persona: qué curioso, soñé con esta situación la noche anterior. Allí acaba todo, reconociendo en el sueño que había soñado justamente esa escena en ese lugar.
Sueño 3: Cometo un pecado (dejo a la imaginación de todos los freudianos pensar qué tipo de pecado) y pienso: qué rabia, me voy a tener que confesar de este pecado con la vergüenza que me da. Entonces le consulto a buen sacerdote, amable, comprensivo. El cual sonriente me dice: sí, sentencio que te tienes que confesar, pero como has pecado en un sueño (y es como si me guiñara un ojo), te tendrás que confesar en un sueño. Yo que capté la ironía, me quedé embelesado ante la sabiduría de la contestación. Tenía toda la lógica del mundo: si había pecado en un sueño, sólo debía confesarme en un sueño. Lo curioso, es que en el mismo sueño soy consciente de estar soñando.
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