La cultura atea del Occidente moderno vive todavía gracias a la liberación del miedo a los demonios que ha traído el cristianismo.
La
escatología es el estudio teológico de la consumación y plena realización del
hombre y del mundo en Cristo, por ser Él la personificación del Reino de Dios,
que crece en la historia hasta el cumplimiento al fin de los tiempos. La
escatología ofrece el marco de referencia para tener una completa visión
cristiana de la historia y del hombre, fundamenta el sentido de la esperanza, y
da perspectiva a la moral y a la espiritualidad cristiana. Como es sabido los
temas capitales son la resurrección de la carne, el juicio de Dios, el infierno
con Satanás, y el Cielo o su antesala en el Purgatorio. Aquí sólo nos referimos
al Demonio presente y olvidado en nuestro tiempo.
En el
desierto de la Cuaresma Jesucristo permite ser tentado por el Diablo pero le
vence hasta que llegue su hora ante la Cruz, y de nuevo lo vencerá
definitivamente. Si todavía actúa en la historia contra la Iglesia es por
permisión divina, porque los cristianos peregrinamos hacia la Morada definitiva
luchando con la esperanza de los vencedores. A través de varios capítulos nos
acercaremos al misterio de iniquidad que es el Demonio y sus ángeles
pervertidos, viendo sus orígenes, sus ataques a la Iglesia y a los hombres,
para terminar considerando cómo vencer a los demonios pervertidores. Se trata
de una victoria asegurada porque el cristiano está inmerso en el misterio de
amor de Jesucristo.
Los
capítulos llevan por título: 1) El Diablo anda suelto, 2) El misterio de los
orígenes, 3) El Diablo frente a Cristo y su Iglesia , 4) El Diablo frente a los
hombres, 5) Cómo vencer al Diablo.
EL DIABLO ANDA SUELTO
«La cultura
atea del Occidente moderno vive todavía gracias a la liberación del miedo a los
demonios que ha traído el cristianismo. Pero si esta luz redentora de Cristo
llegara a extinguirse, el mundo recaería en el terror y la desesperación con
toda su tecnología, no obstante su gran saber. Existen ya signos de este regreso
de fuerzas oscuras, mientras en el mundo secularizado aumentan los cultos
satánicos» (Card. J. Ratzinger).
CULTOS DEMONÍACOS
El creciente
interés por el ocultismo, la aparición de sectas satánicas, las noticias de
lamentables sucesos en Norteamérica, Inglaterra o Alemania, Norte de Italia o
Sur de España parecen ser síntomas de una intensa actividad diabólica en
nuestra época.
Con
frecuencia aparecen, en los periódicos, historias como la de una mujer muerta
tras la práctica de un exorcismo, de unos niños maltratados para expulsar los
demonios del cuerpo, o la aparición de restos de animales utilizados en algún
aquelarre o reunión de culto al diablo.
¿Qué hay en
la raíz de estos sucesos? De una parte hay mucho engaño y superchería sobre
personas ignorantes o incultas, pero de otra se puede advertir un agrave
deformación de la fe, atribuyendo a los demonios autonomía y poderes que no
tienen. Se llega a este culto supersticioso cuando se acentúan los aspectos
sentimentales y emotivos de lo religioso; y también por carecer de buena
doctrina, cuando en vez de formar la inteligencia con las enseñanzas de la
Iglesia se alimenta con increíbles doctrinas.
A los temas
demoníacos y de ocultismo se dedica hoy parte de la literatura, música, teatro,
cine, etcétera, y no faltan grupos y sectas demoníacos que suponen algo más que
un juego. Novelas y películas llenas de escenas de crueldad, de perversiones,
de pseudo religión, de blasfemias, etc., permiten pensar que responden a un
odio por lo sagrado – típico pecado de Satanás -, a un derribo de la
inteligencia para encerrarse en el mundo de los sentidos, que bien pudieran
será una verdadera “autopista para el infierno”, rememorando el título de una
canción de rock duro.
Mons.
Corrado Balducci, experto vaticano en cuestiones sobre demonología, destacaba
algunos síntomas de esta ofensiva mundial del diablo. Cómo en capitales
importantes del mundo occidental, hay tiendas donde se vende todo lo necesario
para los ritos satánicos: velas, iconografía demoníaca, paramentos, amuletos,
etc.; y también cómo en muchos países ha crecido una ola de violencia y locura
en forma de sectas sanguinarias que ejercen su violencia sobre animales e
incluso sobre niños indefensos. En declaraciones a la prensa afirmaba que: «El
fenómeno del satanismo va in crescendo y la razón está en la crisis religiosa,
en la crisis de valores, en la difusión del escepticismo y la desesperanza (…).
Al agravarse una profunda crisis ética y religiosa, hace que se busque, se
adore, se crea en el diablo, que se le considere capaz de donar riquezas, sexo,
siempre que nos entreguemos a él. Los individuos plegados por ese mito satánico
terminan por ser operadores del mal para sí y para los otros. A todo ello suele
ir unido un abuso del alcohol, de las drogas, y contribuye no poco en este
culto al demonio el llamado “rock satánicos»
(1).
El año 1972
el Papa VI nos alertó con gran claridad sobre el activismo del demonio en estos
años, afirmando que la defensa contra el demonio es una clara necesidad de la
Iglesia actual. Por ello será oportuno releer juntos ahora algunas de sus
palabras.
«Se sale del
cuadro de la enseñanza bíblica y eclesiástica quien se niega a reconocer su
existencia; o bien quien hace de ella un principio que existe por sí y que no tiene,
como cualquier otra criatura, su origen en Dios; o bien la explica como una
pseudorealidad, una personificación conceptual y fantástica de las causas
desconocidas de nuestras desgracias. El problema del mal, visto en su
complejidad, y en su absurdidad respecto a nuestra racionalidad unilateral, se
hace obsesionante. Constituye la más fuerte dificultad para nuestra comprensión
religiosa del cosmos. No sin razón sufrió por ello durante años San Agustín:
Quaereban unde malum, et non erat exitus, buscaba de dónde procedía el mal, y
no encontraba explicación (Confes. VII, 5, 7, 11, etc., P.L., 22, 736, 739).
»Y he aquí,
pues, la importancia que adquiere el conocimiento del mal para nuestra justa
concepción cristiana del mundo, de la vida, de la salvación. Primero en el
desarrollo de la historia evangélica al principio de su vida pública: ¿Quién no
recuerda la página densísima de significados de la triple tentación de Cristo?
Después, en los múltiples episodios evangélicos, en los cuales el demonio se
cruza en el camino del Señor y figura en sus enseñanzas (Mt 12, 43). ¿Y cómo no
recordar que Cristo, refiriéndose al demonio en tres ocasiones, como a su
adversario, lo denomina como “príncipe de este mundo”? (Jn 12, 31; 14, 30; 16,
11). Y la incumbencia de esta nefasta presencia está señalada en muchísimos
pasajes del Nuevo Testamento. San Pablo lo llama el “dios de este mundo” (2 Co
4, 4), y nos pone en guardia sobre la lucha a oscuras, que nosotros cristianos
debemos mantener no con un solo demonio, sino con una pluralidad pavorosa:
“Revestíos, dice el Apóstol, de la coraza de Dios para poder hacer frente a las
asechanzas del Diablo, pues toda vez que nuestra lucha no es (solamente) con la
sangre y con la carne, sino contra los principados y las potestades, contra los
dominadores de la tinieblas, contra los espíritus malignos del aire” (Ef 11,
12).
»Y que se
trata no de un solo demonio, sino de muchos, diversos pasajes evangélicos no
los indican (Lc 11, 21; Mc 5, 9); pero uno es el principal: Satanás, que quiere
decir el adversario, el enemigo; y con él muchos, todos criaturas de Dios, pero
caídas, porque fueron rebeldes y condenadas (Cfr Denz., Sch., 800-428); todo el
mundo misterioso, revuelto por un drama desgraciadísimo, del que conocemos muy
poco.
»Conocemos,
sin embargo, muchas cosas de este mundo diabólico, que afectan a nuestra vida y
a toda la historia humana. El demonio está en el origen de la primera desgracia
de la Humanidad; él fue el tentador engañoso y fatal del primer pecado, el
pecado original (Gn 3; Sb 1,24). Por acuella caída de Adán, el demonio adquirió
un cierto dominio sobre el hombre, del que sólo la Redención de Cristo nos pudo
liberar. Es una historia que sigue todavía: recordemos los exorcismos del
Bautismo y las frecuentes alusiones de la Sagrada Escritura y de la liturgia a
la agresiva y opresora “potestad de las tinieblas” (cfr Lc 22,53; Col 1, 3). Es
el enemigo número uno, es el tentador por excelencia. Sabemos también que este
ser oscuro y perturbador existe de verdad y que con alevosa astucia actúa
todavía; es el enemigo oculto que siembra errores e infortunios en la historia
humana. Debemos recordar la parábola reveladora de la buena semilla y de la
cizaña, síntesis y explicación de la falta de lógica que parece presidir nuestras
sorprendentes vicisitudes: Inimicus homo hoc fecit (Mt 13,28). El hombre
enemigo hizo esto. Es “el homicida desde el principio… y padre de toda mentira”
como lo define Cristo (cfr Jn 8, 44-45); es el insidiador sofístico del
equilibrio moral del hombre. Es el pérfido y astuto encantador, que sabe
insinuarse en nosotros por medio de los sentidos, de la fantasía, de la
concupiscencia, de la lógica utópica, o de los desordenados contactos sociales
en el juego de nuestro actuar, para introducir en él desviaciones. Mucho más
nocivas, porque en apariencia son conformes a nuestras estructuras físicas o
psíquicas, o a nuestras instintivas y profundas aspiraciones.
» (…) ¿Qué
defensa, qué remedio oponer a la acción del demonio? La respuesta es más fácil
de formularse, si bien sigue siendo difícil actualizarla. Podremos decir; todo
lo que nos defiende del pecado nos defiende por ello mismo del enemigo
invisible. La gracia es la defensa decisiva. La inocencia adquiere un aspecto
de fortaleza. U. Asimismo, cada uno recuerda hasta qué punto la pedagogía
apostólica ha simbolizado en la armadura de un soldado las virtudes que pueden
hacer invulnerable al cristiano (cfr Rm 13, 12: Ef 5, 11, 14, 17; 1 Ts 5, 8).
El cristiano debe ser militante; debe ser vigilante y fuerte ( 1 Pe 5, 8); y
debe a veces recurrir a algún ejercicio ascénito especial para alejar ciertas
incursiones diabólicas; Jesús lo enseña indicando el remedio “en la oración y
en el ayuno” (Mc 9, 29). Y el Apóstol sugiere la línea maestra a seguir: “No os
dejéis vencer por el mal, sino venced el mal en el bien” (Rm 12, 21; Mt 13,
29)» (2).
Por tanto,
la existencia del mundo demoníaco se revela como una verdad dogmática en la
doctrina del Evangelio vivida por los cristianos en cualquier época y no sólo
en el medievo.
«A lo largo
de los siglos la Iglesia ha reprobado las diversas formas de superstición, la
preocupación excesiva acerca de Satanás y de los demonios, los diferentes tipos
de culto y de apego morboso a estos espíritus, etc.; sería por eso injusto
afirmar que el cristianismo ha hecho de Satanás el argumento preferido de su
predicación, olvidándose del señorío universal de Cristo y transformando la
Buena Nueva del Señor resucitado en un mensaje de terror» (3).
Como enseña
la teología moral, a la fe se oponen por exceso: la credulidad y la
superstición, p. Ej., atribuyendo al demonio un poder al margen de la
Providencia Divina del que ciertamente carece. Por defecto también se oponen a
la fe: la infidelidad, la apostasía, la herejía, la duda y la ignorancia.
Sobre esta
última es preciso saber que tenemos obligación de aprender las cosas necesarias
para la Salvación o indicadas por precepto divino a través de la Iglesia, y
junto a ellas las verdades que son necesarias para llevar una vida auténticamente
cristiana y para el recto desempeño de los deberes del propio estado. Por eso,
el que descuida por culpable negligencia estos deberes, pone en peligro la fe
recibida y comete un grave pecado de ignorancia voluntaria.
La
superstición es un vicio por el que la persona ofrece culto divino a quien no
se debe – cualquier criatura de dios- o a quien se debe –a Dios, y
proporcionalmente a los santos - pero de modo indebido. Por ejemplo hay
superstición cuando se atribuye al demonio, a los muertos o a la naturaleza
poderes efectivos que no poseen según los sabios designios del Creador. La
gravedad de este pecado viene del ultraje que se hace a Dios por dar un honor
indebido a los espíritus.
La Sagrada
Escritura y la Tradición de la Iglesia admiten la intervención de los ángeles
buenos y malos sobre este mundo, y la posibilidad de que influyan sobre el
cuerpo; pero siempre será permitido estrictamente por Dios en el ámbito de su
Providencia y Gobierno del universo.
La
adivinación como pecado es la superstición que trata de averiguar las cosas
futuras o que están ocultas por medios indebidos o desproporcionados, pro ej.,
los naipes, las líneas de la mano, los astros, la invocación de los demonios,
etc. Este pecado es de suyo mortal contra la religión.
El espiritismo
tiene afinidad con la adivinación pues consiste en técnicas para mantener
comunicación con los espíritus, principalmente de los difuntos conocidos, para
averiguar de ellos cosas ocultas. Hoy día los estudios más serios y
documentados sobre el espiritismo llegan a la conclusión de que la mayor parte
de los casos se deben a puros y simples fraudes. Sin embargo consideran que un
porcentaje mínimo se debe a verdadero trato con los espíritus malignos (magia
diabólica), mientras que un porcentaje de casos se explican por los fenómenos
metapsíquicos, cuyas posibilidades naturales son amplias y no totalmente
conocidas aun por la ciencia (parapsicología).
La
asistencia a las reuniones espiritistas está gravemente prohibida por la
Iglesia. Se comprende que sea así por ser cooperación a una cosa pecaminosa,
por el escándalo de los demás y por los graves peligros para la propia fe.
La vana
observancia es el uso de medios desproporcionados para obtener efectos
naturales, aunque no pretende averiguar las cosas ocultas o futuras, por ej.,
miedo a ciertos números o animales, uso de amuletos, curaciones, etc. Estas
vanas observancias son de suyo pecado mortal por la grave injuria que se hace a
Dios atribuyendo cosas vanas a la Omnipotencia exclusiva de Dios, y también por
pretender gobernar la propia vida al margen de las leyes divinas.
A este orden
pertenece la magia o arte de realizar cosas maravillosas por causas ocultas. La
magia diabólica o negra solicita la intervención del demonio, y tiene la
malicia de la adivinación y de la vana observancia. En cambio, nada tiene de
malo la magia blanca, prestidigitación o ilusionismo, que obedece a causas
naturales como la habilidad o destreza del que actúa.
Los pecados
contra la religión que acabamos de ver – superstición, adivinación,
espiritismos, vana observancia, magia - suelen atraer la atención de gentes
sencillas y de jóvenes. Cuanto menor es la fe y la formación cristiana de una
persona, más posibilidades tiene de caer en prácticas supersticiosas; por eso
es preciso conocer bien la doctrina de la Iglesia acerca de las verdades de la
fe –mediante el estudio y la meditación- y poner los medios para adquirir una
recta conciencia en cuestiones morales que dependen de la fe.
No debe
extrañar que la inteligencia diabólica, su odio contra Dios y su envidia a los
hombres lleven al demonio a servirse torpemente de la natural curiosidad
humana. Algunas personas no se contentan con saber lo que Dios ha revelado ni
con lo descubierto por las ciencias; no parecen admitir su limitada condición
de criaturas ni creen en dios y en cambio son crédulas para los horóscopos o
las cartas. La verdad es que no salen ganando.
Todos estos
pecados contradicen abiertamente el amor a Dios y tienen algo de idolatría,
pues como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: «La idolatría no se
refiere sólo a los cultos falsos del paganismo. Es una tentación constante de
la fe. Consiste en divinizar todo lo que no es Dios. Hay idolatría desde el
momento en que el hombre honra y reverencia a una criatura en lugar de Dios» (4).
NOTAS:
(1) Mick
Jagger, Los AC-DC. Nina Hagen, Lucifer’s Friend. Black Sabbath, Rolling Stones,
Led Zappelin…, son algunos grupos representativos de este tipo de rock
satánico. Highway to hell, Príncipe de la oscuridad, Simpatía por el diablo,
Cantaré porque vivio en Satanás…, son títulos de algunas canciones.
(2) Pablo
IV, Audiencia general, 15-XI-1972, en “Ecclesia”, 1972, pp. 1065 ss.
(3) Fe
cristiana y demonología, Doc. Recomendado por la Congr. para la Doctrina de la
fe, en “Ecclesia”, 1975, pp. 1037 ss.
(4)
Catecismo de la Iglesia Católica, 1992, n. 2113.
Jesús Ortiz
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