jueves, 19 de abril de 2012

TIRAR LA TOALLA


En una glosa anterior, ponía de relieve que el hombre necesita siempre una casa donde cobijarse…, y esa casa no solo la necesita el cuerpo, sino también su alma, y cuando más la necesitará, será cuando ella deje este cuerpo mortal que aquí abajo, ahora tiene. Por ello
debe de preocuparse de ir construyendo ya aquí abajo, su futura casa espiritual para su refugio, cuando le falte su cuerpo. Y en este sentido el Señor nos dejó dicho: “Aquel, pues, que escucha mis palabras y las pone por obra, será el varón prudente, que edifica su casa sobre roca. Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y dieron sobre la casa; pero no cayo, porque
estaba fundada sobre roca. Pero el que me escucha estas palabras y no las pone por obra, será semejante al necio, que edificó su casa sobre arena. Cayo la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y dieron sobre la casa, que se derrumbó estrepitosamente”. (Mt 7,24-27).

Aquí abajo, todos nos encontramos convocados, para construir con amor una casa para nuestra alma y ¡Ay del que no se preocupe de construirla! Cuando su cuerpo termine destruido y acabado, su alma no tendrá refugio donde acogerse. La casa de nuestra alma no es una casa material, es una casa espiritual, construida con materiales espirituales, que nosotros en esta vida, tenemos que preocuparnos de ir acumulándolos. Estos son, nuestro amor al Señor y al prójimo, nuestras oraciones, nuestra frecuencia sacramental, nuestras buenas obras, etc…

Los materiales serán de mayor o menor valor constructivo, de acuerdo con el grado de amor al Señor, que hayamos puesto en su creación y acumulación. Y dentro de estos hay uno de alto valor que es la contemplación. Por diversas razones, que ya hemos expuesto en otras glosas, estas piedras o ladrillos espirituales que nacen de la contemplación, no están al alcance de todos, esencialmente porque la contemplación es un don divino y tal como escribe Jean Lafrance: “El Señor no llama a los que son dignos sino a los que les place o, como dice San Pablo “Dios tiene compasión de quien quiere y usa de misericordia con quien quiere ser misericordioso. No es, pues, obra del que quiere ni del que corre, sino de Dios que usa misericordia”. (Rom 9,18). Pero no pensemos que la contemplación es inalcanzable. Luis del Blois – Blosio - escribía en el siglo
XVI: “No te desconsuele porque en esta vida no te eleve Dios a un grado más alto de contemplación, sino pídele con mucha insistencia que te de buena humilde y resignada voluntad y así te la conserve hasta la hora de tu muerte”.

Daniel Maurín autor francés, muy especializado en los temas de la contemplación escribe: “Lo que vamos a recibir en la contemplación, no nos pertenece y no podemos lograrlo por un acto de voluntad; solo el Señor puede introducirnos en su intimidad si nos abandonamos sin resistencia a la llamada de su corazón”.

Y añade: “No vayamos a creer, sin embargo, que se trata de un ejercicio difícil, reservado solo a los contemplativos. Es ciertamente mucho más difícil meditar la palabra de Dios que
contemplar su rostro”.

Santa Teresa de Jesús escribía: “Todos podríamos llegar a beber el agua viva de la contemplación si nos dispusiéramos como Dios quiere”. Desde luego que el camino para alcanzar la Contemplación pasa por la llamada oración contemplativa u oración del corazón, y estos efectos Santa Teresa decía: “Por mal que la haga, quien la ha comenzado, (la oración del corazón o
contemplativa), que no la deje; pues es el medio por donde puede tornarse a remediar, y sin ella será muy dificultoso…. Y quien no la ha comenzado, por amor del Señor le ruego yo que no prescinda de tanto bien”. Es decir, en palabras actuales, Santa Teresa nos viene a decir: Que nadie tire la toalla, porque si perseveramos la contemplación se consigue, el proceso es lento pero tengamos fe en el éxito por largo y tedioso que sea el camino, pues el mismo Señor nos dejó dicho: "Os digo, pues; Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre”. (Lc 11, 9-10). Y bien sabemos que en razón de peticiones de orden material, muchas veces estas no se consiguen, porque el Señor estima que no son convenientes para el bien de nuestra alma, pero cuando se trata de peticiones del orden espiritual, todas a la corta o la larga siempre las conseguimos.

Como decíamos la oración contemplativa o del corazón es el camino para llegar a la contemplación San Francisco de Sales escribe: “El deseo del amor divino nos mueve a meditar, pero el amor conseguido nos hace contemplar, porque descubre suavidad tan agradable en la cosa amada que el espíritu no se sacia en su vista y consideración.…. (…). En suma, la
meditación es madre del amor, y la contemplación, su hija”. Y añade: “…, apenas el amor ha excitado en nosotros la atención contemplativa, esta origina recíprocamente mayor y más ferviente amor, que se ve coronado de perfección después que goza de lo que ama”. Lo
cual entra del orden de toda lógica, pues el amor es siempre reciprocidad. Y cuanto mayor sea el amor que pongamos, mayor será la reciprocidad que recibamos.

El camino clásico, pero no el único para alcanzar la oración contemplativa, es el de lentamente avanzar en la meditación inicial hacia una meditación contemplativa, que nos abrirá las puertas de la contemplación cuando el Señor estime oportuno agraciarnos con el don de la contemplación.

El hermano marista Pedro Finkler da una serie de consejos y pensamientos para aquellos que
quieran iniciarse en el camino de la contemplación y así nos dice: “Todo el que quiera aprender a contemplar, debe saber que tiene que abrirse y preparar su propio camino. El conocimiento
previo de la experiencia ajena puede, sin embargo, ser muy útil para la orientación general en esa búsqueda. Pero es totalmente correcto pensar, que no hay dos contemplativos cuya vivencia en la experiencia mística sea idéntica”.

“El camino que lleva a la oración contemplativa es arduo y, por lo general, bastante largo. Recorrerlo con perseverancia exige esfuerzo y puede cansar. Son pocos los que logran alcanzar la cumbre de la contemplación. Pero más reducido aún es el número de los que llegan a disfrutar
en plenitud la maravillosa experiencia de una profunda e íntima unión con Dios”.

“Aquel que se dedica a las cosas de Dios en una obra contemplativa tiene asegurada la protección de Dios. El Padre Celestial no permitirá que le falte lo necesario para su propio sustento y sus
necesidades materiales. A veces, incluso le multiplica milagrosamente sus pocos haberes pecuniarios”.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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