Puede ser que alguien se sienta
extrañado por el calificativo que le doy al purgatorio. Pero el purgatorio es
un estado de purificación para perfecciones la santificación de las almas que
allí se encuentran. Cuando nos morimos podemos ir a parar a tres sitios
diferentes; Al infierno, si hasta el último momento nos hemos negado a aceptar
el amor de Dios, haciendo un acto de amor, es decir arrepintiéndonos de
nuestras faltas y pecados para así generar la misericordia divina; Al cielo
directamente, si es que hemos sido tan perfectos que no tenemos necesidad de
purificar ningún reato de culpa; O al santo purgatorio, porque tenemos
necesidad de terminar de purificarnos. De los tres sitios o estados en que
puede llegar a encontrarse nuestra alma; en el cielo todas las almas que allí
se encuentran no están ya purificadas por ser perfectas y por lo tanto están
santificadas, y tienen ya la dicha de contemplar el Rostro de Dios, por lo que
participan ya de su gloria y se encuentran glorificadas.
Quiero explicarte lo que es y en qué
consiste el Purgatorio. Y te lo explico Yo de manera que chocará a muchos que
se creen depositarios del conocimiento del más allá y no lo son. Las almas
sumergidas en aquellas llamas sólo sufren por el amor. Ellas no son indignas de
poseer la Luz, pero tampoco son dignas de entrar inmediatamente en el Reino de
la Luz; son investidas por la Luz, al presentarse ante Dios. Es una breve,
anticipada beatitud, que les asegura su salvación y les hace conocedoras de lo
que será su eternidad y expertas de cuanto cometieron contra su alma,
defraudándola de años de bienaventurada posesión de Dios.
Después, sumergidas en el lugar de
purgación, son investidas por las llamas expiadoras. En esto aciertan quienes
hablan del purgatorio. Pero donde se equivocan es al querer aplicar distintos
nombres a esas llamas. Éstas son incendio de amor. Purifican encendiendo de
amor las almas. Dan el Amor porque, cuando el alma ha alcanzado ese amor que no
alcanzó en la tierra, es liberada y se une al Amor en el Cielo. Te parece una
doctrina distinta de la conocida, ¿verdad? Pero piensa.
¿Qué es lo que Dios Uno y Trino quiere
para las almas que ha creado? El Bien. Quien quiere el Bien para una criatura,
¿qué sentimientos tiene hacia la criatura? Sentimientos de amor.
¿Cuál es el mandamiento primero y
segundo, los dos más importantes, de los que he dicho que no los hay mayores y
en ellos está la llave para alcanzar la vida eterna? Es el mandamiento del
amor: “Ama a Dios con todas tus fuerzas, ama al prójimo como a ti mismo”.
¿Que os he dicho infinidad de veces
por mi boca, la de los profetas y los santos? Que la mayor absolución es la
Caridad. La Caridad consuma las culpas y las debilidades del hombre, porque
quien ama vive en Dios y viviendo en Dios peca poco, y si peca se arrepiente
inmediatamente, y el perdón del Altísimo es para quien se arrepiente.
¿A qué faltaron las almas? Al Amor.
Si hubieran amado mucho, habrían cometido pocos y leves pecados, unidos a
vuestra debilidad e imperfección pero nunca habrían alcanzado la persistencia
consciente en la culpa, ni siquiera venial. Habrían visto la forma de no
afligir a su Amor y el Amor viendo su buena voluntad, les habría absuelto
incluso de los pecados veniales cometidos.
¿Cómo se repara, también en la
tierra una culpa? Expiándola y, cuando es posible, a través del medio con el
que se ha cometido. Quien ha dañado, restituyendo cuanto quitó con prepotencia.
Quien ha calumniado, retractándose de la calumnia, y así todo. Ahora, si esto
lo requiere la pobre justicia humana, ¿no lo querrá la Justicia santa de Dios?
¿Y qué medio utilizará Dios para obtener reparación? A Sí mismo, o sea al Amor,
exigiendo amor.
Este Dios al que habéis ofendido, y
que os ama paternalmente, y que quiere unirse con sus criaturas, os lleva a
alcanzar esta unión a través de Sí mismo. Todo gira entorno al Amor, excepto
para los verdaderos “muertos”: los condenados. Para estos “muertos” también ha
muerto el Amor. Pero para los tres reinos - el que tiene el peso de la
gravedad: la Tierra; aquél en el que está abolido el peso de la materia pero no
el del alma cargada por el pecado: el Purgatorio; y, en fin, aquél cuyos
habitantes comparten con el Padre su naturaleza espiritual que les libera de
todo peso - el motor es el Amor. Amando sobre la Tierra es como trabajáis para
el Cielo. Amando en el Purgatorio es como conquistáis el Cielo que en la vida
no habéis sabido merecer. Amando en el Paraíso es como gozáis el Cielo.
Lo único que hace un alma cuando
está en el Purgatorio es amar, pensar, arrepentirse a la luz del Amor que esas
llamas han encendido para ellas, que ya son Dios, pero que, para su castigo, le
esconden a Dios. Esto es el tormento. El alma recuerda la visión de Dios que
tuvo en el juicio particular. Se lleva consigo ese recuerdo y, dado que el
haber tan sólo entrevisto a Dios es un gozo que supera todo lo creado, el alma
está ansiosa de volver a gustar ese gozo. Ese recuerdo de Dios y ese rayo de
luz que le revistió cuando compareció ante Él, hacen que el alma “vea” la
importancia que realmente tienen las faltas cometidas contra su Bien, y este
“ver”, junto a la idea de que por esas faltas se ha impedido voluntariamente,
durante años o siglos, la posesión del Cielo y la unión con Dios, constituye su
pena purgante.
El tormento de los purgantes es el
amor y la certeza de haber ofendido al Amor. Un alma, cuanto más ha faltado en
la vida, tanto más está como cegada por cataratas espirituales que le hacen más
difícil conocer y alcanzar ese perfecto arrepentimiento de amor que es el
primer coeficiente para su purgación y entrada en el Reino de Dios. Cuanto más
un alma lo ha oprimido con la culpa, tanto más pesado y tardío se hace vivir el
amor. A medida que se limpia por poder del Amor, se acelera su resurrección al
amor y, de consecuencia, su conquista del Amor que se completa en el momento en
que, terminada la expiación y alcanzada la perfección del amor, es admitida en
la Ciudad de Dios.
Hay que orar mucho para que estas
almas, que sufren para alcanzar la Alegría, sean rápidas en alcanzar el amor
perfecto que les absuelve y les une conmigo. Vuestras oraciones, vuestros
sufragios, son nuevos aumentos de fuego de amor. Aumentan el ardor. Pero - ¡oh!
¡Bienaventurado tormento! - también aumentan la capacidad de amar. Aceleran el
proceso de purgación. Alzan las almas sumergidas en ese fuego a grados cada vez
más altos. Las llevan a los umbrales de la Luz. Abren las puertas de la Luz, en
fin, e introducen el alma en el Cielo.
A cada una de estas operaciones,
provocadas por vuestra caridad hacia quien os precedió en la segunda vida,
corresponde la sorpresa de la caridad hacia vosotros. Caridad de Dios que os agradece
el que proveáis por sus hijos penantes, caridad de los penantes que os
agradecen el que os afanéis por introducirles en el gozo de Dios.
Vuestros seres
queridos nunca os amaron tanto como después de la muerte de la tierra, porque
su amor ya está impregnado de la Luz de Dios y a esta Luz comprenden cómo les
amáis y cómo debería haberos amado.
Ya no pueden deciros palabras que
invoquen perdón y den amor. Pero me las dicen a Mí para vosotros, Yo os traigo
estas palabras de vuestros Difuntos que ahora os saben ver y amar como se debe.
Os las traigo junto con su petición de amor y su bendición, que ya es válida
desde el Purgatorio porque ya está animada por la inflamada Caridad que les
quema y purifica.
Perfectamente válida, además, desde
el momento en que, liberados, salgan a vuestro encuentro a los umbrales de la
Vida o se reúnan con vosotros en ella, si les hubierais precedido en el Reino
de Amor. Fíate de Mí, María. Yo trabajo por ti y por tus seres queridos.
Conforta tu espíritu. Vengo para darte la alegría. Confía en Mí».
Dice Jesús: «El secreto del alma que
no quiere perder a su Amor, Dios, debe ser ya te hablé de ellos permanecer
siempre unida a Dios con las potencias del alma.
Hagáis lo que hagáis, tened el
espíritu firme en Mí. De este modo santificaréis todas vuestras acciones
haciéndolas agradables a Dios y sobrenaturalmente útiles para vosotros. Para
quien sabe permanecer en Dios todo es oración, porque la unión no es otra cosa
que amor, y porque el amor transforma en adoraciones gratas al Señor hasta las
acciones más humildes de la vida humana.
En verdad te digo que, entre quien
está muchas horas en la iglesia repitiendo palabras con el alma ausente, y
quién está en su casa, en su oficina, en su negocio, en su ocupación, amándome
a Mí y al prójimo por Mí, permaneciendo unido a Mí, quien reza es el segundo y
es a él a quien bendigo, mientras que el primero sólo está cumpliendo un
precepto hipócrita que Yo condeno y desecho.
Cuando el alma ha sabido alcanzar
esta amorosa ciencia de saber permanecer con sus potencias firmes en Mí,
produce actos continuos de amor. Hasta en el sueño material me ama, porque la
carne se adormece y se despierta con mi Nombre y pensando en Mí, y mientras que
el cuerpo descansa el alma continúa amando.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te
bendiga.
Juan del
Carmelo
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