miércoles, 25 de abril de 2012

SANTO PURGATORIO


Puede ser que alguien se sienta extrañado por el calificativo que le doy al purgatorio. Pero el purgatorio es un estado de purificación para perfecciones la santificación de las almas que allí se encuentran. Cuando nos morimos podemos ir a parar a tres sitios diferentes; Al infierno, si hasta el último momento nos hemos negado a aceptar el amor de Dios, haciendo un acto de amor, es decir arrepintiéndonos de nuestras faltas y pecados para así generar la misericordia divina; Al cielo directamente, si es que hemos sido tan perfectos que no tenemos necesidad de purificar ningún reato de culpa; O al santo purgatorio, porque tenemos necesidad de terminar de purificarnos. De los tres sitios o estados en que puede llegar a encontrarse nuestra alma; en el cielo todas las almas que allí se encuentran no están ya purificadas por ser perfectas y por lo tanto están santificadas, y tienen ya la dicha de contemplar el Rostro de Dios, por lo que participan ya de su gloria y se encuentran glorificadas.
             El infierno es un estado de condenación eterna, desde él es imposible llegar jamás a lograr la salida de este estado, pues al no haberse aceptado la última posibilidad de amar que el Señor ofreció, Él que es el único generador del amor que existe, lo retira de esa alma, al igual que le fue retirado a los ángeles caídos y es carencia de amor tiene dos consecuencias: La primera que el vació que se crea por la no existencia de amor, lo ocupa de inmediato el odio que es la antítesis del amor. La segunda consecuencia para el condenado, es que al carecer de amor, es ya incapaz de realizar un acto de amor que es el de arrepentimiento, por lo que jamás podrá ser objeto de la misericordia divina, y jamás podrá salir del infierno.
             La tercera situación es la correspondiente al santo purgatorio y lo califico así, pues el purgatorio es un estado de purificación del alma para llegar a alcanzar su santidad y llegar al cielo. Sobre visiones acerca del purgatorio y visitas de almas del purgatorio son varios los escritos que existen. Como casi siempre suele ocurrir la Iglesia no se ha pronunciado en casi ninguno de ellos, aunque hay algunos sobre el purgatorio y las visitas de almas del purgatorio, muy conocidas, como son por ejemplo, las de la austriaca Maria Simma, sobre las cuales otro día le dedicaremos una glosa. Y es precisamente sobre este tema, sobre el que quiero reseñar aquí hoy, un escrito que recibí hace unos meses. Puede ser que se trate de una auténtica visión o no lo sea, o inclusive una parte del libro María Simma, pues hay pensamientos que me recuerdan las visones de Maria Simma, pero en todo caso ateniéndome a las palabras del Señor. “Guardaos de los falsos profetas: se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces, por sus frutos los conoceréis”. (Mt 7,15-20). Y como los frutos de este documento me parecen buenos, voy a copiarlo íntegramente:
 Dice Jesús:
            Quiero explicarte lo que es y en qué consiste el Purgatorio. Y te lo explico Yo de manera que chocará a muchos que se creen depositarios del conocimiento del más allá y no lo son. Las almas sumergidas en aquellas llamas sólo sufren por el amor. Ellas no son indignas de poseer la Luz, pero tampoco son dignas de entrar inmediatamente en el Reino de la Luz; son investidas por la Luz, al presentarse ante Dios. Es una breve, anticipada beatitud, que les asegura su salvación y les hace conocedoras de lo que será su eternidad y expertas de cuanto cometieron contra su alma, defraudándola de años de bienaventurada posesión de Dios.
            Después, sumergidas en el lugar de purgación, son investidas por las llamas expiadoras. En esto aciertan quienes hablan del purgatorio. Pero donde se equivocan es al querer aplicar distintos nombres a esas llamas. Éstas son incendio de amor. Purifican encendiendo de amor las almas. Dan el Amor porque, cuando el alma ha alcanzado ese amor que no alcanzó en la tierra, es liberada y se une al Amor en el Cielo. Te parece una doctrina distinta de la conocida, ¿verdad? Pero piensa.
            ¿Qué es lo que Dios Uno y Trino quiere para las almas que ha creado? El Bien. Quien quiere el Bien para una criatura, ¿qué sentimientos tiene hacia la criatura? Sentimientos de amor.
            ¿Cuál es el mandamiento primero y segundo, los dos más importantes, de los que he dicho que no los hay mayores y en ellos está la llave para alcanzar la vida eterna? Es el mandamiento del amor: “Ama a Dios con todas tus fuerzas, ama al prójimo como a ti mismo”.
            ¿Que os he dicho infinidad de veces por mi boca, la de los profetas y los santos? Que la mayor absolución es la Caridad. La Caridad consuma las culpas y las debilidades del hombre, porque quien ama vive en Dios y viviendo en Dios peca poco, y si peca se arrepiente inmediatamente, y el perdón del Altísimo es para quien se arrepiente.
            ¿A qué faltaron las almas? Al Amor. Si hubieran amado mucho, habrían cometido pocos y leves pecados, unidos a vuestra debilidad e imperfección pero nunca habrían alcanzado la persistencia consciente en la culpa, ni siquiera venial. Habrían visto la forma de no afligir a su Amor y el Amor viendo su buena voluntad, les habría absuelto incluso de los pecados veniales cometidos.
            ¿Cómo se repara, también en la tierra una culpa? Expiándola y, cuando es posible, a través del medio con el que se ha cometido. Quien ha dañado, restituyendo cuanto quitó con prepotencia. Quien ha calumniado, retractándose de la calumnia, y así todo. Ahora, si esto lo requiere la pobre justicia humana, ¿no lo querrá la Justicia santa de Dios? ¿Y qué medio utilizará Dios para obtener reparación? A Sí mismo, o sea al Amor, exigiendo amor.
            Este Dios al que habéis ofendido, y que os ama paternalmente, y que quiere unirse con sus criaturas, os lleva a alcanzar esta unión a través de Sí mismo. Todo gira entorno al Amor, excepto para los verdaderos “muertos”: los condenados. Para estos “muertos” también ha muerto el Amor. Pero para los tres reinos - el que tiene el peso de la gravedad: la Tierra; aquél en el que está abolido el peso de la materia pero no el del alma cargada por el pecado: el Purgatorio; y, en fin, aquél cuyos habitantes comparten con el Padre su naturaleza espiritual que les libera de todo peso - el motor es el Amor. Amando sobre la Tierra es como trabajáis para el Cielo. Amando en el Purgatorio es como conquistáis el Cielo que en la vida no habéis sabido merecer. Amando en el Paraíso es como gozáis el Cielo.
            Lo único que hace un alma cuando está en el Purgatorio es amar, pensar, arrepentirse a la luz del Amor que esas llamas han encendido para ellas, que ya son Dios, pero que, para su castigo, le esconden a Dios. Esto es el tormento. El alma recuerda la visión de Dios que tuvo en el juicio particular. Se lleva consigo ese recuerdo y, dado que el haber tan sólo entrevisto a Dios es un gozo que supera todo lo creado, el alma está ansiosa de volver a gustar ese gozo. Ese recuerdo de Dios y ese rayo de luz que le revistió cuando compareció ante Él, hacen que el alma “vea” la importancia que realmente tienen las faltas cometidas contra su Bien, y este “ver”, junto a la idea de que por esas faltas se ha impedido voluntariamente, durante años o siglos, la posesión del Cielo y la unión con Dios, constituye su pena purgante.
            El tormento de los purgantes es el amor y la certeza de haber ofendido al Amor. Un alma, cuanto más ha faltado en la vida, tanto más está como cegada por cataratas espirituales que le hacen más difícil conocer y alcanzar ese perfecto arrepentimiento de amor que es el primer coeficiente para su purgación y entrada en el Reino de Dios. Cuanto más un alma lo ha oprimido con la culpa, tanto más pesado y tardío se hace vivir el amor. A medida que se limpia por poder del Amor, se acelera su resurrección al amor y, de consecuencia, su conquista del Amor que se completa en el momento en que, terminada la expiación y alcanzada la perfección del amor, es admitida en la Ciudad de Dios.
            Hay que orar mucho para que estas almas, que sufren para alcanzar la Alegría, sean rápidas en alcanzar el amor perfecto que les absuelve y les une conmigo. Vuestras oraciones, vuestros sufragios, son nuevos aumentos de fuego de amor. Aumentan el ardor. Pero - ¡oh! ¡Bienaventurado tormento! - también aumentan la capacidad de amar. Aceleran el proceso de purgación. Alzan las almas sumergidas en ese fuego a grados cada vez más altos. Las llevan a los umbrales de la Luz. Abren las puertas de la Luz, en fin, e introducen el alma en el Cielo.
            A cada una de estas operaciones, provocadas por vuestra caridad hacia quien os precedió en la segunda vida, corresponde la sorpresa de la caridad hacia vosotros. Caridad de Dios que os agradece el que proveáis por sus hijos penantes, caridad de los penantes que os agradecen el que os afanéis por introducirles en el gozo de Dios.
Vuestros seres queridos nunca os amaron tanto como después de la muerte de la tierra, porque su amor ya está impregnado de la Luz de Dios y a esta Luz comprenden cómo les amáis y cómo debería haberos amado.
            Ya no pueden deciros palabras que invoquen perdón y den amor. Pero me las dicen a Mí para vosotros, Yo os traigo estas palabras de vuestros Difuntos que ahora os saben ver y amar como se debe. Os las traigo junto con su petición de amor y su bendición, que ya es válida desde el Purgatorio porque ya está animada por la inflamada Caridad que les quema y purifica.
            Perfectamente válida, además, desde el momento en que, liberados, salgan a vuestro encuentro a los umbrales de la Vida o se reúnan con vosotros en ella, si les hubierais precedido en el Reino de Amor. Fíate de Mí, María. Yo trabajo por ti y por tus seres queridos. Conforta tu espíritu. Vengo para darte la alegría. Confía en Mí».
            Dice Jesús: «El secreto del alma que no quiere perder a su Amor, Dios, debe ser ya te hablé de ellos permanecer siempre unida a Dios con las potencias del alma.
            Hagáis lo que hagáis, tened el espíritu firme en Mí. De este modo santificaréis todas vuestras acciones haciéndolas agradables a Dios y sobrenaturalmente útiles para vosotros. Para quien sabe permanecer en Dios todo es oración, porque la unión no es otra cosa que amor, y porque el amor transforma en adoraciones gratas al Señor hasta las acciones más humildes de la vida humana.
            En verdad te digo que, entre quien está muchas horas en la iglesia repitiendo palabras con el alma ausente, y quién está en su casa, en su oficina, en su negocio, en su ocupación, amándome a Mí y al prójimo por Mí, permaneciendo unido a Mí, quien reza es el segundo y es a él a quien bendigo, mientras que el primero sólo está cumpliendo un precepto hipócrita que Yo condeno y desecho.
            Cuando el alma ha sabido alcanzar esta amorosa ciencia de saber permanecer con sus potencias firmes en Mí, produce actos continuos de amor. Hasta en el sueño material me ama, porque la carne se adormece y se despierta con mi Nombre y pensando en Mí, y mientras que el cuerpo descansa el alma continúa amando.

            Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo

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