Que Santa
Hildegarda no esté canonizada oficialmente no es importante; los últimos papas
la han llamado "santa" repetidas veces y son ellos quienes definen
quién es santo.
En 1979 Juan Pablo II impulsó la celebración del 8º centenario de Santa
Hildegarda, probablemente el primer Papa que hablaba de ella en muchos siglos.
Su sucesor, Benedicto XVI la cita, la pone de ejemplo, la ha dedicado tres
semblanzas y se propone nombrarla doctora, es decir "enseñadora" de
la Iglesia universal. Además hay otra forma de canonización que es la
"aclamación" del pueblo fiel, que la llama santa desde el principio.
Seguro que San Joaquín y Santa Ana, los padres de la Virgen, tampoco tienen
papeles, pero no hay que perder de vista que los papeles a veces reflejan la
realidad, pero rara vez son la realidad misma.
Que Santa Hildegarda no haya sufrido proceso de canonización nos da idea del
olvido de siglos de esta mujer y sus obras. San Isidro Labrador, coetáneo suyo,
fue canonizado en toda regla y con todo el papeleo en 1619, en aquella
magnífica tacada de santos españoles con San Ignacio, Santa Teresa y San
Francisco Javier.
Santa Hildegarda tuvo en vida el máximo reconocimiento del Papa Eugenio III y
en 1237 el del Papa Gregorio IX que reconoció sus indiscutibles milagros. Ya
muerta, el obispo de Maguncia tuvo que prohibirla solemnemente ante su tumba
que hiciera milagros porque las turbas de fieles le invadían la catedral, cosa
que la pobre Hildegarda obedeció. Pero respecto a sus libros, Gregorio IX solo
se estiró a "se dice que fueron concebidas por revelaciones del Espíritu
Santo".
Y cayó en el olvido: El Profesor Larraínzar, canonista e insigne especialista
en manuscritos medievales, subraya que casi todos los manuscritos que se conservan
de sus obras son anteriores a su muerte y proceden del escritorio de
Hildegarda: Se conserva lo que ella dictó y muy poco más.
Puede que el saber revelado recibido por Hildegarda quedara relegado por la
Escolástica, una sugestiva corriente intelectual que confiaba en la razón
humana. Con la hermosa solidez de sus argumentos y la belleza de sus
razonamientos condenó al olvido las revelaciones de Hildegarda.
En cuatrocientos años de imprenta apenas se ha impreso cuatro veces. El Scivias
se publicó en francés en 1513. La Física en 1533. En el siglo XVII se imprimió
junto con las obras de las santas Gertrudis y Brígida, pero hasta 1855 no se
publicó el grueso de sus obras . Treinta años después, el cardenal Pitra
publicó dos obras más que estaban en Montecasino, la Vita Meritorum y la Lingua
Ignota. En 1900 se halló en la Biblioteca Real de Copenhague el Causae et
Curae, que se tradujo en 1933.
La II Guerra Mundial tuvo un doble efecto, pues si por un lado se perdieron
algunos manuscritos, por otro una Europa sin medicamentos necesitaba la
medicina natural. Al acabar la guerra, la abadesa Adelgundis Führkötter
confirmó la autenticidad de los manuscritos y el Dr. Hertzka, un médico
salzburgués a quien su padre había animado en su juventud a que estudiase
Historia de la Medicina (y que, según creo, la había aplicado cuando estuvo
prisionero en Siberia) empezó a tratar a sus pacientes a la manera
hildegardiana.
Muy pronto se creó una asociación hildegardiana, a la que siguieron enseguida
otras en Alemania, Suiza y Austria, y nacieron tiendas para vender los
productos naturales recomendados por Hildegarda, que con frecuencia son hierbas
de cuneta de carretera. Sin embargo, las obras mayores de Hildegarda siguieron
sin traducir hasta que Schipperges publicó en 1975 la traducción alemana del
Scivias, seguida de cerca por la Divina Operum y la Vita Meritorum (1965 y
1972) y la Física en 1982/83. En ese momento, Santa Hildegarda empezó a
traducirse a los demás grandes idiomas occidentales, mientras los doctores
Hertzka y Strehlow difundían con éxito la medicina y la dietética
hildegardianas en una docena de libros cuyas ediciones se multiplican.
No estamos
en cola: el primer portal de la red en que aparecen todas las obras de Santa
Hildegarda traducidas a un lenguaje moderno es español: www.hildegardiana.es
La insegura
y tímida profetisa del Rin sigue siendo muy desconocida, pero el interés por
ella y por sus obras sube incontenible: Hildegarda y sus obras han estado
ocultas ocho siglos, quizá porque el mundo no estuviera en condiciones de
recibir su enseñanza. Si ahora reaparece simultáneamente y con tanto vigor en
tantos idiomas, quizá se deba a que estemos maduros para entenderla. A lo mejor
es que la necesitamos más o que tal vez nos encaminemos a un mundo donde sus
enseñanzas podrían ser muy útiles.
Escrito por José María Sánchez de Toca y Rafael Renedo
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