“Procura
venir pronto… y a Marcos, tráele, que me va a ser útil para el ministerio”.
Timoteo
recibe este encargo de San Pablo al parecer en Éfeso.
En los
escritos del Nuevo Testamento aparece un personaje, importante en la Iglesia
apostólica, que unas veces es llamado Juan, otras Juan Marcos y otras Marcos
solamente. Por la simple lectura del Evangelio se ve que se trata de la misma
persona. Nada tiene de extraño que un judío usase dos nombres: uno hebreo Juan
y otro latino helenizado Juan Marcos, máxime si procedía de provincias del
Imperio romano. En San Marcos, como en San Pablo, el nombre romano terminó por
imponerse sobre el hebreo.
San Marcos
era hijo de María, viuda al parecer, de alta posición, en cuya casa se reunía
la primitiva iglesia de Jerusalén. Una antigua tradición nos atestigua que es
la misma casa en la que el Señor celebró la Última Cena e instituyó la
Eucaristía, y que el hombre que llevaba el cántaro era el propio Marcos,
detalle conservado por el evangelista y usado también por San Lucas. También
parece que “el muchacho que seguía (al grupo del prendimiento) cubierto con una
sábana” era el propio Marcos que guarda este dato como íntimo recuerdo
personal. De ser así, Getsemaní debió pertenecer al patrimonio de la familia.
Era primo de Bernabé, una de las grandes figuras de la primitiva Iglesia y, al
ser Bernabé levita y de Chipre, es natural que Marcos perteneciese a la colonia
chipriota de Jerusalén y que fuese levita, como su primo. Así lo cree el
Prólogo de Prisciliano.
SAN MARCOS EVANGELISTA
La actividad
evangélica de San Marcos la inicia con Bernabé y Pablo, quienes cumplido su
ministerio de llevar subsidios a la iglesia de Jerusalén, se volvieron a
Antioquía llevándose consigo a Marcos. Enviados de nuevo Bernabé y Saulo a la
misión, para la que les había llamado el Espíritu Santo, embarcaron rumbo a
Chipre donde predicaron en las sinagogas, teniendo a Marcos como auxiliar o
diácono y una vez evangelizada la isla, al zarpar Pablo y los que con él
estaban de Pafos a Perge de Pamfilia, Marcos se separó de ellos y se volvió a
Jerusalén. Cuando más tarde Pablo y Bernabé visitaron las comunidades
evangelizadas, Bernabé quiso llevar consigo a Marcos pero Pablo se opuso, pues
no olvidaba que no les había acompañado a Pamfilia. Como la divergencia de
criterios fue irreductible, ambos se separaron en la tarea misional y “Bernabé
tomando consigo a Marcos se embarcó para Chipre”. Los acontecimientos
posteriores indican una plena reconciliación de San Pablo con Marcos.
Unos diez
años más tarde encontramos a Marcos en Roma como intérprete de San Pedro y, un
poco después, como escritor de su evangelio, según lo presenta la tradición. Su
relación debía de ser muy antigua. Sabemos que liberado Pedro por el ángel, se
dirigió a la casa de María, la madre de Marcos, donde era muy familiar. Tal
testimonio, junto con los datos de la tradición, hace suponer que Marcos se
hallaba en Roma como intérprete de Pedro antes de que llegara San Pablo, con el
que, olvidadas las diferencias de la primera separación, ahora le sirve como
auxiliar, de consuelo y de gran utilidad para el ministerio. En Roma, hacia el
año 60, debió de escribir el Evangelio conocido en la tradición como Evangelio
según San Marcos.
SAN MARCOS ESCRIBIENDO SU EVANGELIO
Consta que
tuvo que visitar la Iglesia de Colosas y que San Pablo le recomendó a los
colosenses: “hacedle buena acogida”. No sabemos si realizó tal visita; pero sí
que estaba en Oriente y por aquellas tierras, pues Timoteo al parecer en Éfeso,
recibe este encargo de San Pablo: “procura venir pronto… y a Marcos, tráele,
que me va a ser útil para el ministerio”.
Probablemente
murió en el año 68 d.C., de muerte natural, según una relación, y según otra,
como mártir, en Alejandría de Egipto. Los Hechos de San Marcos, un escrito de
mitad del siglo IV, refieren que San Marcos fue arrastrado por las calles de
Alejandría, atado con cuerdas al cuello. Después lo llevaron a la cárcel y al
día siguiente le volvieron a aplicar el mismo martirio hasta que falleció.
Luego echaron su cuerpo a las llamas, pero los fieles lograron sacarlo y evitar
su destrucción.
De
Alejandría fueron trasladadas sus reliquias a Venecia el año 825, cuya
República lo adoptó como celestial patrono, erigiendo en su honor la
maravillosa Basílica de San Marcos, y tomando el símbolo del evangelista (el
león alado con el libro del Evangelio) como su escudo, que esculpió en todos
sus monumentos y posesiones.
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