Al observar
una película documental sobre la vida de los tiburones, un buzo descendía a las
profundidades del mar, protegido por una jaula de barrotes de acero.
Después de
arrojar un cebo especial a las aguas, toda la zona se llenó de voraces
tiburones que comenzaron a atacarlo.
Las escenas
que siguieron evidenciaron la crueldad y fuerza de los escualos. Con gran
violencia intentaban cercenar el cuerpo del hombre rana, y en su furia mordían
los barrotes, perdiendo dientes en el intento. Entre el buzo y la muerte sólo
estaban los barrotes de la jaula.
El Señor me
mostró con claridad que debemos estar siempre revestidos de la armadura divina.
Así nos ataca el enemigo: con furia y fuerza. Si nos cubrimos con la armadura
de Cristo, se romperá los dientes sin conseguir tocarnos.
Salmos 3:3
Mas tú, Dios, eres escudo alrededor de mí: Mi gloria, y el que ensalza mi cabeza.
Mas tú, Dios, eres escudo alrededor de mí: Mi gloria, y el que ensalza mi cabeza.
Salmos 18:2
Roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fuerte mío, en él confiaré; Escudo mío, y el cuerno de mi salud, mi refugio.
Roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fuerte mío, en él confiaré; Escudo mío, y el cuerno de mi salud, mi refugio.
Salmos 91:4
Con sus plumas te cubrirá, Y debajo de sus alas estarás seguro: Escudo y adarga es su verdad.
Con sus plumas te cubrirá, Y debajo de sus alas estarás seguro: Escudo y adarga es su verdad.
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