JESÚS,
¿Con qué frecuencia te visito? ¿Cuántas veces paso al lado de un sagrario y me paro un segundo a decirte algo?
¿Cuántas veces voy expresamente a visitarte aunque no me venga de camino?
A lo mejor me falta fe o corazón, o un poco de las dos cosas.
¿Qué puedo hacer para creer más en Ti, para quererte más?
De la misma manera que a andar se aprende andando, mi
fe y mi amor crecerán con actos de fe y actos de amor.
«Nadie puede
venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado, y yo lo resucitaré en el
último día. Está escrito en los Profetas: Y serán todos enseñados por Dios.
Todo el que ha escuchado al que viene del Padre, y ha aprendido viene a mí. No
es que alguien haya visto al Padre, sino aquél que procede de Dios, ése ha
visto al Padre.
En verdad,
en verdad os digo que el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de vida.
Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. Este es el pan que
baja del Cielo para que si alguien come de él no muera. Yo soy el pan vivo que
he bajado del Cielo. Si alguno come de este pan vivirá eternamente; y el pan
que yo daré es mi carne para la vida del mundo. Discutían, pues, los judíos
entre ellos diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» (Juan 6,
44-52)
Jesús, das a
conocer el misterio de la Eucaristía: «Yo soy el pan de vida; y el pan que yo
daré es mi carne». ¿Hablas en serio? El mensaje es muy fuerte, absolutamente
fuera de lo habitual, por lo que es lógico que los judíos pregunten: «¿Cómo
puede éste darnos a comer su carne?» Te piden una explicación humana, pero la
Eucaristía es un fenómeno sobrenatural y, por tanto, se escapa a las
posibilidades de la razón natural o de las ciencias naturales.
Es un
misterio, el misterio de nuestra fe: «Este es el sacramento de nuestra fe»,
decimos después de la consagración, porque, de alguna forma, al creer en la
Eucaristía, creemos en las demás verdades de la fe: la Encarnación, la
Resurrección, etc. «En resumen, la Eucaristía es el compendio y la suma de
nuestra fe» (CEC.- 1327).
Por eso, Tú
no hablas de conocer, sino de creer: «En verdad os digo que el que cree tiene
vida eterna.» Y la fe la da Dios: «nadie puede venir a mí si no lo atrae el
Padre.» Jesús, aumenta mi fe. Que no pretenda entender con mi cabeza pequeña
algo que supera lo estrictamente material, cuando me cuesta tanto comprender
hasta los procesos físicos más sencillos. Que me fíe de Ti, que te crea, que te
crea firmemente: Jesús, creo firmemente que estás aquí, en la Eucaristía, y que
me ves, y que me oyes.
«La
frecuencia con que visitamos al Señor está en función de dos factores: fe y
corazón; ver la verdad y amarla».
Jesús, ¿con
qué frecuencia te visito? ¿Cuántas veces paso al lado de un sagrario y me paro
un segundo a decirte algo? ¿Cuántas veces voy expresamente a visitarte aunque
no me venga de camino? A lo mejor me falta fe o corazón, o un poco de las dos
cosas. ¿Qué puedo hacer para creer más en Ti, para quererte más? De la misma
manera que a andar se aprende andando, mi fe y mi amor crecerán con actos de fe
y actos de amor.
Un propósito
sencillo para mejorar será, por tanto, irte a visitar más a menudo, diariamente
si puedo. Que la Eucaristía se entienda por la fe y el amor no significa que
sea irracional. La cabeza también puede entender algo, porque la Eucaristía,
aunque es sobrenatural, es razonable.
Los teólogos
hablan de «transubstanciación» o cambio de substancia: esto significa que,
aunque lo accidental - lo externo -, se mantenga igual, lo substancial - lo que
aquello es en realidad - ha cambiado. Aunque el ejemplo no es exacto, se parece
a un cheque que, antes de firmar, es un papel; pero cuando una persona autorizada
lo firma, sin dejar de ser igual por fuera, cambia substancialmente: ahora es
dinero. Igualmente, aunque no exactamente, lo que antes era sólo pan y vino,
sin dejar de serlo en lo accidental, cambia de substancia con la «firma» de las
palabras de la consagración, y se convierte en tu cuerpo y sangre.
La única
persona «autorizada» para confeccionar la Eucaristía es el sacerdote. Hasta
aquí la cabeza. Lo que me pides, sin embargo, es fe: fe en tus palabras; fe en
Ti, que eres Dios y sabes más. Y también me pides corazón, porque sólo por amor
se entiende que hayas hecho esta locura de milagro para no separarte de mí. Que
no sea yo el que me separe de Ti, o me olvide de Ti. Que te vaya a visitar
diariamente si puedo.
Yo soy el
pan vivo que ha bajado del Cielo. Si alguno come de este pan vivirá
eternamente; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo. Jesús
revela el gran misterio de la Sagrada Eucaristía. Sus palabras son de un
realismo tan grande que excluyen cualquier otra interpretación. Sin la fe,
estas palabras no tienen sentido. Por el contrario, aceptada por la fe la
presencia real de Cristo en la Eucaristía, la revelación de Jesús resulta clara
e inequívoca, y nos muestra el infinito amor que Dios nos tiene.
Te adoro con
devoción, Dios escondido, decimos con aquel himno a la Sagrada Eucaristía Adoro
te devote, que compuso Santo Tomás, y que constituye un resumen de los
principales puntos de la doctrina católica sobre este sagrado Misterio.
Te adoro, Dios escondido, le decimos nosotros en nuestra oración,
manifestándole nuestro amor, nuestro agradecimiento y el asentimiento humilde
con que le acatamos. Es una actitud imprescindible para acercarnos a este
misterio de amor.
La
Consagración en la Santa Misa ha sido y es la piedra de toque de la fe
cristiana. Por la transubstanciación, “convertida la sustancia o naturaleza del
pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, no queda ya nada de pan y de
vino, sino las solas especies: Bajo ellas Cristo entero está presente en su
realidad física, aun corporalmente, aunque no del mismo modo como los cuerpos
están en su lugar” (PABLO VI, Mysterium fidei).
En la
Sagrada Comunión se nos entrega el mismo Cristo, perfecto Dios y perfecto
Hombre; misteriosamente escondido, pero deseoso de comunicarnos la vida divina.
Su Divinidad actúa en nuestra alma, mediante su Humanidad gloriosa, con una
intensidad mayor que cuando estuvo aquí en la tierra. Oculto bajo las especies
sacramentales, Jesús nos espera, y le decimos: Tú eres nuestro Redentor, la
razón de nuestro vivir.
La Comunión
sustenta la vida del alma de modo semejante a como el alimento corporal
sustenta al cuerpo: mantiene al cristiano en gracia de Dios librando el alma de
la tibieza, y ayuda a evitar el pecado mortal y a luchar contra el venial.
La Sagrada Eucaristía también aumenta la vida
sobrenatural, la hace crecer y desarrollarse, y deleita a quien comulga bien
dispuesto. Nada se puede comparar a la alegría de la cercanía de Jesús,
presente en nosotros. Jesús nos espera cada día. Si se lo pedimos, la Santísima
Virgen nos ayudará a ir a la Comunión mejor dispuestos cada día.
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