Son cada vez más los seres humanos que abdican de la libertad de pensar a cambio de que les
garanticen la libertad de ser igual que los demás y no hacer el ridículo.
Probablemente nunca en la historia del mundo se ha hablado tanto como ahora de la libertad.
Tal vez porque nunca hubo tan poca. Y no me estoy refiriendo a los regímenes dictatoriales, ni siquiera a las grandes opresiones económicas. Aludo a la mordaza que incluso a quienes nos creemos muy libres nos pone a diario la realidad de este mundo que nos hemos construido.
Día a día los tópicos se tragan a las ideas. El bombardeo de los medios de comunicación, de las grandes fuerzas políticas es tal que ya el pensar por cuenta propia es un placer milagroso que casi nadie se puede permitir. Uno tiene que pensar lo que "se piensa", lo que "se dice", lo que "circula". La moda ha saltado de los vestidos a las ideas, e incluso los que se creen más independientes terminan vistiéndose los pensamientos de los grandes modistas de la mente. Los jóvenes, que se creen tan rebeldes, terminan hablando "como está mandado" que hoy hable y
piense un joven. No logra saberse "quién" lo ha mandado, pero lo cierto es que o aceptas ese estilo de hablar y pensar o serás un permanente bicho raro, un marginado de tu generación.
No se sabe quién fabrica la papilla mental de la que todos nos alimentamos.
Pero es cierto que más que pensar nos lo dan pensado o, como dice un personaje de Garci, "no vivimos, nos viven".
Y es inútil gritar que somos libres de pensar algo distinto de lo que impera.
El día que resulte ridículo opinar de manera distinta de la común, ¿habrá alguien que se atreva a usar de la libertad de discrepar en una civilización en la que hacer el ridículo se habrá convertido en el más capital de los pecados?
Bernanos escribió hace años un texto que conforme avanzan los años se va haciendo, de día en día, más profético:
"En nuestro tiempo yo no conozco un solo sistema o un solo partido al que se le pueda confiar una idea verdadera con la más pequeña esperanza de poder encontrarla a la mañana siguiente no digo ya intacta, sino incluso simplemente reconocible.
Yo dispongo de unas cuantas pequeñas ideas que me son muy queridas; pues bien, no me atrevería a enviarlas a la vida pública, por no decir a la casa pública, porque la prostitución de ideas se ha convertido en el mundo entero en una institución del Estado. Todas las ideas que uno deja ir ellas solitas, con su trenza a la espalda y con su cestita en la mano como Caperucita Roja, son violadas en la primera esquina de la calle por quién sabe qué slogan en uniforme."
El párrafo es dramático, pero rigurosamente verdadero. Y fácilmente comprobable. Uno, por ejemplo, ama apasionadamente la paz; es, sería sin dudarlo un pacifista. Pero de pronto mira a lo que se llama pacifista en el mundo de hoy y empieza a dudar si no se habrá equivocado de mundo o de pacifismo.
Uno, claro, ama apasionadamente la democracia, y lo que más le gusta en ella es la idea de que siempre se respetarán en plenitud los derechos de las minorías.
Pero pronto descubre que mejor es que te libre Dios de ser negro en un país de blancos, conservador en un país de socialistas o tradicional en una civilización en la que se lleve la progresa.
Pero lo verdaderamente asombroso no es siquiera el comprobar el infinito número de pequeños dictadores que hay en toda comunidad, (e incluso en toda persona).
Lo grave es que, además de recortar nuestra libertad de discrepar, tienen todavía suficientes argumentos para convencernos de que están respetando nuestros derechos y de que, si nos quejamos, lo hacemos sin razón. Con lo cual uno se queda sin el derecho y con la mala conciencia de protestar injustamente.
Además está el lastre de la obligación de "pensar en bloque". En nuestro tiempo la gente no piensa en cada caso lo que cree que debe pensar. Más bien la sociedad te empuja a elegir una determinada postura ideológico-socio-política, y una vez adoptada, tú ya tienes que pensar
forzosamente lo que "corresponde" a la postura elegida. Eso de que uno sea conservador en unas cosas y avanzado en otras, abierto en unas y dispuesto a mantenerse fiel al pasado en otras, es algo incomprensible, insoportable.
Uno tiene estricta obligación de pensar igual que sus amigos, lo mismo que los que votaron lo que él, debe defender en bloque cuanto hagan aquellos con los que en un momento determinado coincidió. El derecho a la revisión permanente de las propias ideas se llama hoy incoherencia, y hasta te aseguran que "con la Patria (y con el partido, con el clan y hasta con la salsa de fresa) uno
tiene que estar con razón o sin ella". El conformismo se ha vuelto la gran ley del mundo. Y son cada vez más los seres humanos que abdican de la libertad de pensar a cambio de que les garanticen la libertad de ser igual que los demás y no hacer el ridículo. ¿No sería más práctico que nos fabricaran en serie como a los muñecos?
Autor: José Luis Martín Descalzo
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