No hay duda que transmitir a Dios es una cuestión de santidad. Nadie como un santo para acercar la espiritualidad a los que menos les llega. Pero para los casos en que no hay un santo a mano, la Iglesia nos pone otros medios de "sensibilizar" lo divino: la sotana, los ropajes, las imágenes y, por supuesto, la liturgia.
En los bautizos a los que he asistido en los últimos años, que gracias a Dios han sido muchos, he notado que me dejaban en general muy frío, espiritualmente hablando, claro. Y pensándolo siempre llegaba a la misma conclusión: el oficiante, con muy buena intención y contando con la ignorancia religiosa general, iba explicando a los asistentes lo que iba haciendo, los signos y palabras del Bautismo, el significado del óleo, de la vela, etc., e intercalando alguna bromilla para no hacerlo muy pesado, claro.
Hasta hace un tiempo intuía que esto era lo que me dejaba frío, esas interrupciones "publicitarias" Y por suerte hace unas semanas pude comprobar que mi intuición era cierta: asistí a un bautizo donde el sacerdote, con espiritualidad y respeto, siguió la liturgia sin interrumpir con nada de su cosecha. Y, ¡que cambio! La atmósfera del rito fue otra.
Y es que la liturgia no es para explicarla (eso sería más bien una catequesis) sino para dar gracias a Dios y adorarle.
No dudo que si un santo hiciese comentarios personales durante una celebración esta sería espiritualísima. Nadie como un santo para "traer" a Dios.
Pero si no hay uno cerca, la liturgia, el respeto por ella y no vulgarizarla, puede hacer un tanto.
D´Artagnan
No hay comentarios:
Publicar un comentario