Más de uno se puede preguntar: ¿Y qué es la contemplación? Son varias las respuestas que se le pueden dar a esta pregunta y a mí, ahora, a bote pronto, se me ocurre contestar, que contemplar
es: Amar en el ruido del silencio, mirar amando y amando entregarse a quien más le ama a uno, que es el Señor. Realmente no es fácil definir ni la contemplación, ni la oración contemplativa, porque ambas son distintas aunque estén íntimamente relacionadas entre sí y ambas son la consecuencia de un don que el Señor otorga a un alma de su elección. Se podría decir que la
contemplación es el estado en que cae un alma sumida por el don recibido y la oración contemplativa, es el contacto que esa alma establece con el Señor, que necesariamente no tiene porqué ser vocal.
En resumen, lo primero que hay que dejar bien sentado, es que aunque todo lo que tenemos
son dones divinos, en este caso se trata de un don muy específico de amor reciproco entre un alma y su Creador. Y como don divino que es, hay que tener presente que como dice Jean Lafrance: “El Señor, no llama a los que son dignos, sino a los que les place o, como dice San
Pablo “Dios tiene compasión de quien quiere y usa de misericordia con quien quiere ser misericordioso. No es, pues, obra del que quiere ni del que corre, sino de Dios que usa misericordia”.
Son varias las definiciones que podemos leer en libros, tratados y opiniones de santos y exégetas, pero todas ellas son muchas veces dispares, y o bien se limitan a resaltar una de las características de la contemplación o precisan en forma muy dispar con otras opiniones y ellos es natural que así sea, pues todos, por disposición divina no solo somos desiguales en nuestros cuerpos materiales, sino también en nuestras almas y por tanto en nuestras íntimas relaciones con Dios. Cada ser humano tiene una distinta relación con el Señor. Es por ello, que el hermano marista Pedro Finkler escribe: “Todo el que quiera aprender a contemplar debe saber que tiene que abrirse y preparar su propio camino. El conocimiento previo de la experiencia ajena puede, sin embargo, ser muy útil para la orientación general en esa búsqueda. Pero es totalmente correcto pensar que no hay dos contemplativos cuya vivencia en la experiencia mística sea idéntica”. También es de tener en cuenta la opinión de Thomas Merton que dice: “No hay nadie tan reservado como el contemplativo acerca de su contemplación. En ocasiones siente un dolor casi físico al hablar a alguien acerca de lo que ha visto de Dios. O, al menos le resulta intolerable hablar de ello como su experiencia propia. Al mismo tiempo, desea ardientemente que todos
los demás compartan su paz y su Alegría. Su contemplación le da una nueva perspectiva sobre el mundo de los seres humanos”. Por ello y de todas formas, a titulo orientativo copio varias importantes definiciones.
Para San Juan de la Cruz contemplar es: “Sumergirse en la mayor profundidad de si mismo y ahí encontrarse con Dios. El alma en contemplación es, para el santo Doctor, como el pez inmerso en las aguas del espíritu, dejándose envolver por las tinieblas para penetrar en el abismo de la
fe. Se trata de reducir al silencio al hombre sensorial y racional para que pueda realmente vivenciar la fe en Dios presente, de modo que el supremo acto de fe, de esperanza y de amor se confundiría con el supremo acto de contemplación”.
Thomas Mertón, da dos definiciones desde distintos ángulos de mirada: “En el sentido estricto de la palabra, la contemplación es un amor sobrenatural y un conocimiento de Dios sencillo y
oscuro, infundido por Él en lo más elevado del alma, de modo que le proporciona a esta un contacto directo y experimental con Él”. Y en otro distinto libro suyo, da otra definición mucho más completa y muy ajustada que muchos contemplativos, podrían suscribir y así. nos dice: “La contemplación es por encima de todo, la conciencia de la realidad de esa Fuente. Conoce la Fuente de una manera oscura e inexplicable pero con una certeza que va más allá de la razón y de la simple fe. Pues la contemplación es un género de visión espiritual a la que aspiran la razón y la fe por su misma naturaleza, porque sin ellas ambas permanecen siempre necesariamente
incompletas. No obstante la contemplación no es visión, porque ve “sin ver” y conoce “sin conocer”. Es una profundidad de fe más honda, un conocimiento tan profundo que no puede ser captado en imágenes ni en palabras ni siquiera en conceptos claros”.
San Francisco de Sales nos dice: “La meditación considera minuciosamente y uno a uno los objetos presentados a nuestra alma; la contemplación los mira sencillamente, atraída por el objeto amado, y la consideración así unida produce una moción más viva y fuerte”.
Para Iain Mathew, la contemplación es: “La dilatación de la fe. La fe había sido un encuentro oculto en la profundidad del espíritu. Ahora comienza a estampar su presencia oculta tanto en los sentimientos como en la mente”.
Richard Rohr escribe: “La contemplación es una manera de describir lo que Jesús hizo en el desierto. No consiste tanto en aprender cuanto en dejar de aprender. No es tanto explicar todo el contenido cuanto asimilarlo todo y enfocarlo hacia la nada. Consiste en no juzgar demasiado rápido y en purificar calladamente la observancia y la conciencia”.
También opina Teresa de Calcuta diciéndonos: “La contemplación no es nada más que esta disposición en la cual la persona está completamente sobrecogida por el asombro de un amor”.
Las definiciones o explicaciones acerca de la contemplación son muchas, por ello prefiero cerrar esta glosa con estos breves apuntes y con unas importantes manifestaciones del oblato Francis Kelly Nemeck y la misionera de María Inmaculada María Teresa Combs, ambos miembros de una comunidad eremítica, situada en un rancho de Texas y ambos en su libro: “Corazón que escucha”, nos dicen: “Mas de una vez, a la contemplación se la compara equivocadamente con una especie de “euforia espiritual” donde uno adquiere un conocimiento exacto de quién es Dios,
acompañado de una sensación clara de su presencia inmediata. Dios no puede ser abarcado por nada sensible o intelectual. La contemplación es ese salto en la fe por el que encontramos a Dios más allá de todo lo perceptible y por su misma naturaleza es purificante”.
“Otras veces también se cree erróneamente que la contemplación consiste en experimentar fenómenos espirituales extraordinarios, como visiones, locuciones, levitaciones, etc…. El Señor puede conceder a una persona una gracia espiritual sin que ella haya dado todavía el paso a la
contemplación, y puede también regalar la gracia, infinitamente más valiosa, de la contemplación, sin conceder jamás ninguno de esos fenómenos espirituales”.
“En la contemplación la lucha entre Dios y el pecado cobra una fuerza enorme…. Conforme Dios va invadiendo a la persona, todo lo que no puede ser divinizado se alborota, se desata y salta a borbotones al terreno consciente”.
Y en otro libro nos dicen: “La acción directa e inmediata de Dios en nosotros, es lo que constituye la dimensión contemplativa de la vida humana. Este aspecto contemplativo va intensificándose
progresivamente hasta el momento de la muerte. Nuestro último acto humano al morir es un acto eminentemente contemplativo: el acto de más completo abandono de todo nuestro ser a Dios en fe y en amor”.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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