Cuando uno tiene moral de triunfo, aunque solo sea en un cincuenta por ciento…, se puede decir que este, está ya asegurado. En nuestras luchas humanas se necesitan armas materiales y espirituales, pero de nada le vale a un ejército tener el más sofisticado sistema de armas ofensivas y defensivas, si los soldados que han de utilizar estas armas carecen de espíritu combativo y
sobre todo temple moral de que la victoria será suya. La historia esta llena de batallas ganadas, por ejércitos inferiores en número y carentes de bien armamento, que han obtenido la gloria del triunfo, fruto de una superioridad moral, que le impedía pensar en la derrota. Me viene a la memoria, las glorias Nde nuestros tercios en Italia con el Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran
capitán y de otros tercios herederos de estos en las batallas de Pavía, San Quintín o la de Mülhberg en la que los protestantes quedaron aplastados y gracias a esta batalla, media Alemania sigue siendo todavía católica y no digamos, de las hazañas de Hernán Cortés en Otumba o de Pizarro, y las victorias navales de Álvaro de Bazán, nuestro gran almirante y tantos otros españoles, que triunfaban más, con la seguridad espiritual que les daba la cruz de su
propia espada, que la fuerza material de ella, y locamente se lanzaban a realizar lo materialmente irrealizable. Y es que una persona, será siempre tan fuerte, como lo sea la fe de su alma, y vencerá siempre no por el tamaño de su cuerpo, sino por el temple de su moral.
Una sobrina de profesión médica-cirujana, me comentaba una vez, poniéndome de manifiesto lo asombroso de la psicosomática, que como sabemos es la ciencia que estudia la influencia del espíritu sobre el cuerpo, que había visto entrar en el quirófano, personas muertas de miedo, para una simple y nada peligrosa operación, y allí se habían quedado, y por el contrario, pacientes a los que el equipo médico que le iba a operar no le daba prácticamente ninguna posibilidad
de salir con vida del quirófano, superar la operación y tener una rapidísima recuperación, que dejaba a todos los facultativos perplejos.
Y es que si meditamos, vemos que lo que pasa, es que el orden espiritual está muy por encima del material, y cuando una persona pone su fe por encima de la fuerza de su espada, siempre triunfa, y es que lo correcto sería que el gobierno de nuestros cuerpos, estuviese siempre regido por nuestras almas. No recuerdo donde, pero una vez leí, que en el paraíso Adán y Eva, dominaban sus cuerpos de forma tal que podían retrasar o adelantar la hora de su digestión. Y es que libres de la concupiscencia y en estado preternatural, ellos tenían unos cuerpos sometidos a sus almas, lo contrario de lo que ahora nos pasa, que nuestro cuerpo material de un orden inferior, tiene sometido a nuestra alma que pertenece a un orden superior y es ella y no el cuerpo la que está creada a imagen y semejanza de Dios. Por ello, en la medida que avanza nuestra vida espiritual, nuestra alma se va fortaleciendo en detrimento de nuestro cuerpo, y nos vamos acercando cada vez más al amor del Señor que nos espera.
Es por ello que San Pablo escribe: "Por eso no desfallezcamos. Aun cuando nuestro hombre exterior se vaya desmoronando, el hombre interior se va renovando de día en día. En efecto, la leve tribulación de un momento nos produce, sobre toda medida, un pesado caudal de
gloria eterna, en cuanto no ponemos nuestros ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles; pues las cosas visibles son pasajeras, más las invisibles son eternas”. (2Co 4,16-18). En general, cuanto más se avanza en la senectud, el cuerpo que se va debilitando, y este debilitamiento, permite a nuestra alma tener unas condiciones de mayor vida interior, lo que determina un
mayor fortalecimiento de nuestra alma. Pero al principio del anterior párrafo, he escrito, en general, porque hay una gran proporción personas que en la senectud, siguen aferrándose con
desesperación a esta vida y a un cuerpo decrépito, que ya no les da lassatisfacciones carnales que en la juventud fueron causa sus desgracias espirituales. En la vida humana y refiriéndose al dinero hay un refrán que dice: El que los cuarenta no es rico, borrico. Este refrán podríamos acomodarlo a la vida espiritual, llamándole también borrico, al que cuando esta ya con un pie en la tumba, aún no se ha preocupado de su vida interior.
El temple moral, es la fuerza que nos da nuestra alma, para vencer a nuestra materia, si es que queremos alcanzar el cielo, porque este nadie nos lo va a regalar, ni siquiera el Señor, si es que no nos movemos por nuestra parte, en eso que se denomina lucha ascética y para la cual, hay que preparase con las armas que nos proporciona nuestra vida espiritual. La vida humana tiene un
cierto parangón, con la vida vegetal, concretamente con el desarrollo de los árboles. Estos tienen, al igual que nosotros una vida visible y otra invisible.
Los árboles tiene visiblemente, la belleza de sus troncos, ramas, hojas y frutos y todo ello se sostiene y desarrolla gracias a una parte no visible, llamada raíces. Cuanto más sólida y profundas son las raíces, más fuerte y erguida será la parte visible del árbol.
Algo similar nos pasa a nosotros. Nuestra vida humana, se divide también en dos partes: Una material visible y otra espiritual interior invisible. En la medida en que nuestra vida interior se vaya desarrollándose más y fortaleciéndose en su crecimiento, nuestra vida material externa acusará la fortaleza de nuestra vida espiritual y aunque nuestro cuerpo material se vaya
derrumbando por el paso de los años, si detrás de él, existe una fuerte vida espiritual, el cuerpo de la senectud, siempre se encontrará el mismo, con la fortaleza que le proporciona sus raíces espirituales, con la fuerza del temple moral que proporciona un alma que si no ha llegado todavía a entregarse al Señor, al menos está en camino do hacerlo.
La fortaleza del ser humano, no reside en la fuerza de sus músculos, sino en el temple, la serenidad y la dicha que le proporciona su alma si ella ha encontrado al Señor y se ha entregado sin reserva alguna al fuego de su amor.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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