viernes, 16 de marzo de 2012

LAS TENTACIONES Y OTROS


¿PERMITE DIOS LAS TENTACIONES? ¿ES ALGO QUE PODEMOS EVITAR?

Conoce el origen y las causas de las tentaciones para luchar efectivamente contra ellas.

No todas las tentaciones nos vienen del demonio; muchas nos vienen del mundo que nos rodea,
incluso de amigos y conocidos. Otras provienen de fuerzas interiores, profundamente arraigadas en nosotros, qué llamamos pasiones, fuerzas imperfectamente controladas y, a menudo, rebeldes, que son resultado del pecado original. Pero, sea cual fuere el origen de la tentación, sabemos que, si queremos, siempre podremos vencerla: "fiel es Dios, dice San Pablo, que no
permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas" (I Cor. 10,13).

¿Cuál es entonces el motivo por el que Dios permite que seamos tentados?
Porque precisamente venciendo la tentación adquirimos méritos delante de Él; porque
las tentaciones encontradas y venidas nos llevan a crecer en santidad. La frase de San Pablo que acabamos de citar termina así: "sino que de la misma tentación Dios os hará sacar provecho" (ib).
Tendría poco mérito ser bueno si fuera fácil. Los grandes santos no fueron hombres y mujeres sin tentaciones; en la mayoría de los casos las sufrieron tremendas, y se santificaron venciéndolas.

Es claro que no podemos ganar en estas batallas nosotros solos. Contamos con la ayuda de
Dios para reforzar nuestra debilitada voluntad. "Sin Mí, no podéis hacer nada" nos dice el Señor.

Su ayuda, su gracia, está a nuestra disposición en ilimitada abundancia, si la deseamos, si
la buscamos. La confesión frecuente, la comunión y la oración habituales (especialmente a la hora de la tentación) nos harán inmunes a la tentación, si ponemos lo que está de nuestra parte. Sin embargo, sería tentar a Dios esperar que Él lo haga todo. Si no evitamos peligros innecesarios si, en la medida que podamos, no evitamos las circunstancias - las personas, lugares o cosas que
puedan inducirnos a tentación -, no estamos cumpliendo por nuestra parte. Si imprudentemente nos ponemos en peligro.

El demonio no sólo trata de dañarnos con las tentaciones, a veces pretende causar estragos
con la posesión diabólica. En los últimos años se ha puesto de moda en argumentos cinematográficos el tema de la posesión diabólica que ciertamente existe, como queda de manifiesto en la Biblia y en la continua experiencia de la Iglesia. En ella, el diablo penetra en el cuerpo de una persona y controla sus actividades físicas: su palabra, sus movimientos, sus acciones. Pero el diablo no puede controlar su alma; la libertad del alma humana queda inviolada, y ni todos los demonios del infierno pueden forzarla. En la posesión diabólica
el individuo pierde el control de sus acciones físicas, que pasan a un poder más fuerte, el del diablo. Lo que el cuerpo haga, lo hace el diablo, no ese individuo.

La Liturgia prescribe un rito especial para expulsar un demonio de una persona posesa, al
cual se llama exorcismo. En ese rito el Cuerpo Místico de Cristo acude a su Cabeza, Jesús mismo, para que rompa la influencia del demonio sobre dicha persona. La función de exorcista es propia de todo sacerdote, pero no puede ejercerla oficialmente a no ser con permiso oficial del obispo, y siempre que una cuidadosa investigación haya demostrado que es un caso auténtico de posesión y no una simple enfermedad mental. El obispo debe seleccionar para este delicado Oficio a un sacerdote especialmente docto y santo, y ayudarlo de cerca con numerosas cautelas. No se puede jugar con el diablo, ni tomárselo a broma, ni buscar "emociones fuertes" cerca de su presencia. Es
demasiado triste -y demasiado peligrosa- su realidad y su acción. Por eso, tampoco es prudente escuchar discos de música diabólica, ver películas u obras teatrales que se refieran a temas satánicos. Existe la obligación de no tomar parte ni como espectador ni como escucha; si al diablo, imprudentemente y con ligereza, se le invoca, seguramente por ahí andará.

LA GUARDIA PERSONAL

Siempre ha sido bueno para un hombre verse acompañado de quienes aspiran a los más nobles
ideales y tienen gran talento. Su papel en la vida se empobrece si sólo trata a gente igual o inferior a él. Se enriquece, en cambio, si se relaciona con aquellos de quienes puede aprender alguna cosa, imitar en algo, emular en algo.

Por ello, si no frecuenta la compañía de los ángeles, ha prescindido de una relación que podía haberle trasmitido esperanza, hacerle sentir orgulloso de pertenecer a la gran familia de los seres inteligentes, de la cual es el más modesto miembro, y darle confianza en sus esfuerzos, haciéndole saber que no está sólo.

Tal vez sea este el secreto del universal atractivo que los ángeles han ejercido siempre sobre el hombre. En el mundo angélico, el alma humana se siente a gusto, en su casa, como no lo puede estar en un mundo inferior; allí encuentra el común Lenguaje del espíritu, la rápida comprensión, la fácil simpatía e incuestionable ayuda que le permite ser él mismo y sentirse relajado y tranquilo. Porque lo mejor del hombre reside en el mundo del espíritu.

Que cada hombre tiene un ángel de la guarda personal no es materia de fe, pero sí algo creído comúnmente por todos los católicos. Aun cuando esta verdad no se encuentra explícitamente definida en la Escritura, y la Iglesia no la ha definido como dogma, la sostiene toda ella, tanto en el Magisterio como en el sentido universal de los fieles, que se apoya en la misma Escritura tal como ha sido entendida por la Tradición de la Iglesia.

Santo Tomás de Aquino aporta junto a otros muchos datos de conveniencia, dos de enorme
sentido común. ¿Quién necesita guardia o protección?, preguntan. Por una parte, el que está débil o enfermo. Por otra, quien tiene enemigos más poderosos que Él. Luego del pecado, nuestra naturaleza humana quedó enferma y débil para la práctica del bien. Necesitamos, pues, quien nos cuide. Y tenemos (como cada día lo constatamos más claro en la sociedad moderna) la tremenda presencia de seres superiores que, con inteligencia preclara, están empeñados en dar muerte a nuestras almas.

Sí, en el mundo de los hombres, en su corazón, hay espacio suficiente para unos seres que
no ocupan lugar.

LA ACCIÓN DE SATANÁS Y LA VICTORIA DE CRISTO

En esta fase histórica de la victoria de Cristo se inscribe el anuncio y el inicio de la victoria final, la parusía, la segunda y definitiva venida de Cristo al final de la historia, venida hacia la cual está
proyectada la vida del cristiano.

Nuestras catequesis sobre Dios, Creador de las cosas "visibles e invisibles", nos ha llevado a iluminar y vigorizar nuestra fe por lo que respecta a la verdad sobre el maligno o Satanás, no ciertamente querido por Dios, sumo Amor y Santidad, cuya Providencia sapiente y fuerte sabe conducir nuestra existencia a la victoria sobre el príncipe de las tinieblas.

Efectivamente, la fe de la Iglesia nos enseña que la potencia de Satanás no es infinita. El sólo es una criatura, potente en cuanto espíritu puro, pero siempre una criatura, con los límites de la criatura, subordinada al querer y al dominio de Dios.

Si Satanás obra en el mundo por su odio a Dios y su reino, ello es permitido por la Divina Providencia que con potencia y bondad ("fortiter et suaviter") dirige la historia del hombre y del mundo. Si la acción de Satanás ciertamente causa muchos daños - de naturaleza espiritua l- e indirectamente de naturaleza también física a los individuos y a la sociedad, él no puede, sin
embargo, anular la finalidad definitiva a la que tienden el hombre y toda la creación, el bien.

Él no puede obstaculizar la edificación del reino de Dios en el cual se tendrá, al final, la plena actuación de la justicia y del amor del Padre hacia las criaturas eternamente "predestinadas" en el Hijo-Verbo, Jesucristo. Más aún, podemos decir con San Pablo que la obra del maligno
concurre para el bien y sirve para edificar la gloria de los "elegidos" (Cfr. 2 Tim 2, 10).

Así toda la historia de la humanidad se puede considerar en función de la salvación total, en la cual está inscrita la victoria de Cristo sobre "el príncipe de este mundo" (Jn 12, 31; 14, 30; 16, 11). "Al Señor tu Dios adorarás y a El sólo servirás" (Lc 4, 8), dice terminantemente Cristo
a Satanás.

En un momento dramático de su ministerio, a quienes lo acusaban de manera descarada de expulsar los demonios porque estaba aliado de Belcebú, jefe de los demonios, Jesús responde aquellas palabras severas y confortantes a la vez: "Todo reino en sí dividido será desolado y toda
ciudad o casa en sí dividida no subsistirá. Si Satanás arroja a Satanás, está dividido contra sí: ¿cómo, pues, subsistirá su reino?. Mas si yo arrojo a los demonios con el poder del espíritu de Dios, entonces es que ha llegado a vosotros el reino de Dios" (Mt 12, 25-26. 28). "Cuando un hombre fuerte bien armado guarda su palacio, seguros están sus bienes; pero si llega uno
más fuerte que él, le vencerá, le quitará las armas en que confiaba y repartirá sus despojos"
(Lc 11, 21-22).

Las palabras pronunciadas por Cristo a propósito del tentador encuentran su cumplimiento histórico en la cruz y en la resurrección del Redentor. Como leemos en la Carta a los Hebreos, Cristo se ha hecho partícipe de la humanidad hasta la cruz "para destruir por la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a aquellos que estaban toda la vida sujetos a servidumbre" (Heb 2, 14-15).

Esta es la gran certeza de la fe cristiana: "El príncipe de este mundo ya está juzgado" (Jn 16, 11); "Y para esto apareció el Hijo de Dios, para destruir las obras del diablo" (1 Jn 3, 8), como nos atestigua San Juan. Así, pues, Cristo crucificado y resucitado se ha revelado como el "más fuerte" que ha vencido "al hombre fuerte", el diablo, y lo ha destronado.

De la victoria de Cristo sobre el diablo participa la Iglesia: Cristo, en efecto, ha dado a sus discípulos el poder de arrojar los demonios (Cfr. Mt 10,1, y para Mc 16, 17). La Iglesia ejercita tal poder victorioso mediante la fe en Cristo y la oración (Cfr. Mc 9, 29; Mt 17, 19 ss.), que en casos
específicos puede asumir la forma de exorcismo.

En esta fase histórica de la victoria de Cristo se inscribe el anuncio y el inicio de la victoria final, la parusía, la segunda y definitiva venida de Cristo al final de la historia, venida hacia la cual está proyectada la vida del cristiano.

También si es verdad que la historia terrena continúa desarrollándose bajo el influjo de "aquel espíritu que -como dice San Pablo- ahora actúa en los que son rebeldes" (Ef 2, 2), los creyentes saben que están llamados a luchar para el definitivo triunfo del bien: "No es nuestra lucha contra la sangre y la carne, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos de los aires" (Ef 6, 12).

La lucha, a medida que se avecina el final, se hace en cierto sentido siempre más violenta, como pone de relieve especialmente el Apocalipsis, el último libro del Nuevo Testamento (Cfr. Ap 12, 7-9). Pero precisamente este libro acentúa la certeza que nos es dada por toda la Revelación divina: es decir, que la lucha se concluirá con la definitiva victoria del bien. En aquella victoria,
precontenida en el misterio pascual de Cristo, se cumplirá definitivamente el primer anuncio del Génesis, que con un término significativo es llamado proto-Evangelio, con el que Dios amonesta a la serpiente: "Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer" (Gen 3, 15). En aquella fase definitiva, completando el misterio de su paterna Providencia, "liberará del poder de las tinieblas" a aquellos que eternamente ha "predestinado en Cristo" y les "transferirá al reino de su Hijo predilecto" (Cfr. Col 1, 13-14). Entonces el Hijo someterá al Padre también el universo, para que "sea Dios en todas las cosas" (1 Cor 15, 28).

Con ésta se concluyen las catequesis sobre Dios Creador de las "cosas visibles e invisibles", unidas en nuestro planteamiento con la verdad sobre la Divina Providencia. Aparece claro a los ojos del creyente que el misterio del comienzo del mundo y de la historia se une indisolublemente con el misterio del final, en el cual la finalidad de todo lo creado llega a su
cumplimiento. El Credo, que une así orgánicamente tantas verdades, es verdaderamente la catedral armoniosa de la fe.

De manera progresiva y orgánica hemos podido admirar estupefactos el gran misterio de la inteligencia y del amor de Dios, en su acción creadora, hacia el cosmos, hacia el hombre, hacia el mundo de los espíritus puros. De tal acción hemos considerado la matriz trinitaria, su sapiente finalidad relacionada con la vida del hombre, verdadera "imagen de Dios", a su vez llamado a volver a encontrar plenamente su dignidad en la contemplación de la gloria de Dios.

Hemos recibido luz sobre uno de los máximos problemas que inquietan al hombre e invaden su búsqueda de la verdad: el problema del sufrimiento y del mal. En la raíz no está una decisión errada o mala de Dios, sino su opción, y en cierto modo su riesgo, de crearnos libres para tenernos como amigos. De la libertad ha nacido también el mal. Pero Dios no se rinde, y con su sabiduría transcendente, predestinándonos a ser sus hijos en Cristo, todo lo dirige con fortaleza y suavidad, para que el bien no sea vencido por el mal.

VENCER AL DIABLO

La cultura atea del Occidente moderno vive todavía gracias a la liberación del miedo a los demonios que ha traído el cristianismo.

La escatología es el estudio teológico de la consumación y plena realización del hombre y del mundo en Cristo, por ser Él la personificación del Reino de Dios, que crece en la historia hasta el
cumplimiento al fin de los tiempos.

La escatología ofrece el marco de referencia para tener una completa visión cristiana de la historia y del hombre, fundamenta el sentido de la esperanza, y da perspectiva a la moral y a
la espiritualidad cristiana. Como es sabido los temas capitales son la resurrección de la carne, el juicio de Dios, el infierno con Satanás, y el Cielo o su antesala en el Purgatorio. Aquí sólo nos referimos al Demonio presente y olvidado en nuestro tiempo.

En el desierto de la Cuaresma Jesucristo permite ser tentado por el Diablo pero le vence hasta que llegue su hora ante la Cruz, y de nuevo lo vencerá definitivamente. Si todavía actúa en la historia contra la Iglesia es por permisión divina, porque los cristianos peregrinamos hacia la Morada definitiva luchando con la esperanza de los vencedores.

A través de varios capítulos nos acercaremos al misterio de iniquidad que es el Demonio y sus ángeles pervertidos, viendo sus orígenes, sus ataques a la Iglesia y a los hombres, para terminar considerando cómo vencer a los demonios pervertidores. Se trata de una victoria asegurada porque el cristiano está inmerso en el misterio de amor de Jesucristo.

Los capítulos llevan por título: 1) El Diablo anda suelto, 2) El misterio de los orígenes, 3) El Diablo frente a Cristo y su Iglesia , 4) El Diablo frente a los hombres, 5) Cómo vencer al
Diablo.

EL DIABLO ANDA SUELTO

«La cultura atea del Occidente moderno vive todavía gracias a la liberación del miedo a los demonios que ha traído el cristianismo. Pero si esta luz redentora de Cristo llegara a extinguirse, el mundo recaería en el terror y la desesperación con toda su tecnología, no obstante su gran saber. Existen ya signos de este regreso de fuerzas oscuras, mientras en el mundo secularizado
aumentan los cultos satánicos» (Card. J. Ratzinger).

CULTOS DEMONÍACOS

El creciente interés por el ocultismo, la aparición de sectas satánicas, las noticias de lamentables sucesos en Norteamérica, Inglaterra o Alemania, Norte de Italia o Sur de España parecen ser síntomas de una intensa actividad diabólica en nuestra época.

Con frecuencia aparecen, en los periódicos, historias como la de una mujer muerta tras la práctica de un exorcismo, de unos niños maltratados para expulsar los demonios del cuerpo, o la aparición de restos de animales utilizados en algún aquelarre o reunión de culto al diablo.

¿QUÉ HAY EN LA RAÍZ DE ESTOS SUCESOS?

De una parte hay mucho engaño y superchería sobre personas ignorantes o incultas, pero de otra se puede advertir un agrave deformación de la fe, atribuyendo a los demonios autonomía y poderes que no tienen. Se llega a este culto supersticioso cuando se acentúan los aspectos sentimentales y emotivos de los religioso; y también por carecer de buena doctrina, cuando en vez de formar la inteligencia con las enseñanzas de la Iglesia se alimenta con increíbles
doctrinas.

A los temas demoníacos y de ocultismo se dedica hoy parte de la literatura, música, teatro, cine, etcétera, y no faltan grupos y sectas demoníacos que suponen algo más que un juego. Novelas y películas llenas de escenas de crueldad, de perversiones, de pseudo religión, de blasfemias, etc., permiten pensar que responden a un odio por lo sagrado – típico pecado de Satanás -, a un derribo de la inteligencia para encerrarse en el mundo de los sentidos, que bien pudieran será una verdadera “autopista para el infierno”, remorando el título de una canción de rock duro.
Mons. Corrado Balducci, experto vaticano en cuestiones sobre demonología, destacaba algunos síntomas de esta ofensiva mundial del diablo.

Cómo en capitales importantes del mundo occidental, hay tiendas donde se vende todo lo necesario para los ritos satánicos: velas, iconografía demoníaca, paramentos, amuletos, etc.; y también cómo en muchos países ha crecido una ola de violencia y locura en forma de sectas sanguinarias que ejercen su violencia sobre animales e incluso sobre niños indefensos. En declaraciones a la prensa afirmaba que: «El fenómeno del satanismo va in crescendo y la razón está en la crisis religiosa, en la crisis de valores, en la difusión del escepticismo y la desesperanza (…). Al agravarse una profunda crisis ética y religiosa, hace que se busque, se adore, se crea en el diablo, que se le considere capaz de donar riquezas, sexo, siempre que nos entreguemos a él. Los individuos plegados por ese mito satánico terminan por ser operadores del mal para sí y para los otros.

A todo ello suele ir unido un abuso del alcohol, de las drogas, y contribuye no poco en este culto al demonio el llamado “rock satánicos» (1).

ADVERTENCIA DE PABLO VI

El año 1972 el Papa VI nos alertó con gran claridad sobre el activismo del demonio en estos años, afirmando que la defensa contra el demonio es una clara necesidad de la Iglesia actual. Por ello será oportuno releer juntos ahora algunas de sus palabras.

«Se sale del cuadro de la enseñanza bíblica y eclesiástica quien se niega a reconocer su existencia; o bien quien hace de ella un principio que existe por sí y que no tiene, como cualquier otra criatura, su origen en Dios; o bien la explica como una pseudorealidad, una personificación conceptual y fantástica de las causas desconocidas de nuestras desgracias.

El problema del mal, visto en su complejidad, y en su absurdidad respecto a nuestra racionalidad unilateral, se hace obsesionante. Constituye la más fuerte dificultad para nuestra comprensión religiosa del cosmos. No sin razón sufrió por ello durante años San Agustín: Quaereban unde malum, et non erat exitus, buscaba de dónde procedía el mal, y no encontraba explicación (Confes. VII, 5, 7, 11, etc., P.L., 22, 736, 739).

»Y he aquí, pues, la importancia que adquiere el conocimiento del mal para nuestra justa concepción cristiana del mundo, de la vida, de la salvación. Primero en el desarrollo de la historia evangélica al principio de su vida pública: ¿Quién no recuerda la página densísima de significados de la triple tentación de Cristo? Después, en los múltiples episodios evangélicos, en los cuales el demonio se cruza en el camino del Señor y figura en sus enseñanzas (Mt 12, 43).
¿Y cómo no recordar que Cristo, refiriéndose al demonio en tres ocasiones, como a su adversario, lo denomina como “príncipe de este mundo”? (Jn 12, 31; 14, 30; 16, 11). Y la incumbencia de esta nefasta presencia está señalada en muchísimos pasajes del Nuevo Testamento.

San Pablo lo llama el “dios de este mundo” (2 Co 4, 4), y nos pone en guardia sobre la lucha a oscuras, que nosotros cristianos debemos mantener no con un solo demonio, sino con una pluralidad pavorosa: “Revestíos, dice el Apóstol, de la coraza de Dios para poder hacer frente a las asechanzas del Diablo, pues toda vez que nuestra lucha no es (solamente) con la sangre y con la carne, sino contra los principados y las potestades, contra los dominadores de la tinieblas, contra los espíritus malignos del aire” (Ef 11, 12).

»Y que se trata no de un solo demonio, sino de muchos, diversos pasajes evangélicos no los indican (Lc 11, 21; Mc 5, 9); pero uno es el principal: Satanás, que quiere decir el adversario, el enemigo; y con él muchos, todos criaturas de Dios, pero caídas, porque fueron rebeldes y condenadas (Cfr Denz., Sch., 800-428); todo el mundo misterioso, revuelto por un drama
desgraciadísimo, del que conocemos muy poco.

»Conocemos, sin embargo, muchas cosas de este mundo diabólico, que afectan a nuestra vida y a toda la historia humana. El demonio está en el origen de la primera desgracia de la Humanidad; él fue el tentador engañoso y fatal del primer pecado, el pecado original (Gn 3; Sb 1,24). Por acuella caída de Adán, el demonio adquirió un cierto dominio sobre el hombre, del que sólo la
Redención de Cristo nos pudo liberar.

Es una historia que sigue todavía: recordemos los exorcismos del Bautismo y las frecuentes alusiones de la Sagrada Escritura y de la liturgia a la agresiva y opresora “potestad de las tinieblas” (cfr Lc 22,53; Col 1, 3). Es el enemigo número uno, es el tentador por excelencia. Sabemos también que este ser oscuro y perturbador existe de verdad y que con alevosa astucia actúa todavía; es el enemigo oculto que siembra errores e infortunios en la historia humana. Debemos recordar la parábola reveladora de la buena semilla y de la cizaña, síntesis y explicación de la falta de lógica que parece presidir nuestras sorprendentes vicisitudes: Inimicus homo hoc fecit (Mt 13,28).

El hombre enemigo hizo esto. Es “el homicida desde el principio… y padre de toda mentira” como lo define Cristo (cfr Jn 8, 44-45); es el insidiador sofístico del equilibrio moral del hombre. Es el pérfido y astuto encantador, que sabe insinuarse en nosotros por medio de los sentidos, de la fantasía, de la concupiscencia, de la lógica utópica, o de los desordenados contactos sociales en el juego de nuestro actuar, para introducir en él desviaciones.

Mucho más nocivas, porque en apariencia son conformes a nuestras estructuras físicas o psíquicas, o a nuestras instintivas y profundas aspiraciones.

» (…) ¿Qué defensa, qué remedio oponer a la acción del demonio? La respuesta es más fácil de formularse, si bien sigue siendo difícil actualizarla. Podremos decir; todo lo que nos defiende del pecado nos defiende por ello mismo del enemigo invisible. La gracia es la defensa decisiva. La inocencia adquiere un aspecto de fortaleza.

Asimismo, cada uno recuerda hasta qué punto la pedagogía apostólica ha simbolizado en la armadura de un soldado las virtudes que pueden hacer invulnerable al cristiano (cfr Rm 13, 12: Ef 5, 11, 14, 17; 1 Ts 5, 8).

El cristiano debe ser militante; debe ser vigilante y fuerte ( 1 Pe 5, 8); y debe a veces recurrir a algún ejercicio ascénito especial para alejar ciertas incursiones diabólicas; Jesús lo enseña indicando el remedio “en la oración y en el ayuno” (Mc 9, 29). Y el Apóstol sugiere la línea maestra a seguir: “No os dejéis vencer por el mal, sino venced el mal en el bien” (Rm 12, 21; Mt 13, 29)»(2).

Por tanto, la existencia del mundo demoníaco se revela como una verdad dogmática en la doctrina del Evangelio vivida por los cristianos en cualquier época y no sólo en el medievo.

NO SER SUPERSTICIOSOS

«A lo largo de los siglos la Iglesia ha reprobado las diversas formas de superstición, la preocupación excesiva acerca de Satanás y de los demonios, los diferentes tipos de culto y de apego morboso a estos espíritus, etc.; sería por eso injusto afirmar que el cristianismo ha hecho de Satanás el argumento preferido de su predicación, olvidándose del señorío universal de Cristo y transformando la Buena Nueva del Señor resucitado en un mensaje de terror» (3). Como enseña la teología moral, a la fe se oponen por exceso: la credulidad y la superstición, p. Ej., atribuyendo al demonio un poder al margen de la Providencia Divina del que ciertamente carece. Por defecto también se oponen a la fe: la infidelidad, la apostasía, la herejía, la duda y la ignorancia.

Sobre esta última es preciso saber que tenemos obligación de aprender las cosas necesarias para la Salvación o indicadas por precepto divino a través de la Iglesia, y junto a ellas las verdades que son necesarias para llevar una vida auténticamente cristiana y para el recto desempeño de los deberes del propio estado. Por eso, el que descuida por culpable negligencia estos deberes, pone
en peligro la fe recibida y comete un grave pecado de ignorancia voluntaria.

La superstición es un vicio por el que la persona ofrece culto divino a quien no se debe – cualquier criatura de dios - o a quien se debe – a Dios, y proporcionalmente a los santos - pero de
modo indebido. Por ejemplo hay superstición cuando se atribuye al demonio, a los muertos o a la naturaleza poderes efectivos que no poseen según los sabios designios del Creador. La gravedad de este pecado viene del ultraje que se hace a Dios por dar un honor indebido a los espíritus.

La Sagrada Escritura y la Tradición de la Iglesia admiten la intervención de los ángeles buenos y malos sobre este mundo, y la posibilidad de que influyan sobre el cuerpo; pero siempre será permitido estrictamente por Dios en el ámbito de su Providencia y Gobierno del universo.
La adivinación como pecado es la superstición que trata de averiguar las cosas futuras o que están ocultas por medios indebidos o desproporcionados, pro ej., los naipes, las líneas de la mano, los astros, la invocación de los demonios, etc. Este pecado es de suyo mortal contra la religión.

El espiritismo tiene afinidad con la adivinación pues consiste en técnicas para mantener comunicación con los espíritus, principalmente de los difuntos conocidos, para averiguar de ellos cosas ocultas. Hoy día los estudios más serios y documentados sobre el espiritismo llegan a la conclusión de que la mayor parte de los casos se deben a puros y simples fraudes. Sin embargo
consideran que un porcentaje mínimo se debe a verdadero trato con los espíritus malignos (magia diabólica), mientras que un porcentaje de casos se explican por los fenómenos metapsíquicos, cuyas posibilidades naturales son amplias y no totalmente conocidas aun por la ciencia (parapsicología).

La asistencia a las reuniones espiritistas está gravemente prohibida por la Iglesia. Se comprende que sea así por ser cooperación a una cosa pecaminosa, por el escándalo de los demás y por los graves peligros para la propia fe.

La vana observancia es el uso de medios desproporcionados para obtener efectos naturales, aunque no pretende averiguar las cosas ocultas o futuras, por ej., miedo a ciertos números o animales, uso de amuletos, curaciones, etc. Estas vanas observancias son de suyo pecado mortal por la grave injuria que se hace a Dios atribuyendo cosas vanas a la Omnipotencia exclusiva de Dios, y también por pretender gobernar la propia vida al margen de las leyes divinas.

A este orden pertenece la magia o arte de realizar cosas maravillosas por causas ocultas. La magia diabólica o negra solicita la intervención del demonio, y tiene la malicia de la adivinación y de la vana observancia. En cambio, nada tiene de malo la magia blanca, prestidigitación o ilusionismo, que obedece a causas naturales como la habilidad o destreza del que actúa.

Los pecados contra la religión que acabamos de ver – superstición, adivinación, espiritismos, vana observancia, magia - suelen atraer la atención de gentes sencillas y de jóvenes. Cuanto menor es la fe y la formación cristiana de una persona, más posibilidades tiene de caer en prácticas supersticiosas; por eso es preciso conocer bien la doctrina de la Iglesia acerca de las verdades de la fe – mediante el estudio y la meditación - y poner los medios para adquirir una
recta conciencia en cuestiones morales que dependen de la fe.

No debe extrañar que la inteligencia diabólica, su odio contra Dios y su envidia a los hombres lleven al demonio a servirse torpemente de la natural curiosidad humana. Algunas personas no se contentan con saber lo que Dios ha revelado ni con lo descubierto por las ciencias; no parecen admitir su limitada condición de criaturas ni creen en dios y en cambio son crédulas para los
horóscopos o las cartas. La verdad es que no salen ganando.

Todos estos pecados contradicen abiertamente el amor a Dios y tienen algo de idolatría, pues como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: «La idolatría no se refiere sólo a los cultos falsos del paganismo. Es una tentación constante de la fe. Consiste en divinizar todo lo que no es Dios. Hay idolatría desde el momento en que el hombre honra y reverencia a una criatura en lugar de
Dios»(4).

LA CREACIÓN DE LOS ÁNGELES, EXISTENCIA DE LOS ÁNGELES, ÁNGELES DEL SEÑOR

¿QUIÉNES SON LOS ÁNGELES? ¿PARA QUÉ LOS CREÓ DIOS? ¿CÓMO SABEMOS DE SU EXISTENCIA?

La existencia de los Ángeles es una verdad de fe continuamente profesada por la Iglesia, que forma parte desde siempre del tesoro de piedad y de doctrina del pueblo cristiano. La iglesia los venera, los ama y son "motivo de dulzura y de ternura" (Juan XXIII, 9-VIII-1961).

Es de fe, además, que muchos ángeles, abusando de su libertad, cayeron en pecado y se hicieron malos, quedando así perpetuamente constituidos enemigos de Dios y condenados a la pena eterna. Estos ángeles malos son llamados también demonios.

Los ángeles son seres espirituales, personales y libres; dotados, por tanto, de inteligencia y voluntad, creados por Dios de la nada. Dios creó a los ángeles para que le alaben, le obedezcan y le sirvan; además, para hacerlos eternamente felices y para que ayuden y guíen a cada persona, a
cada familia, nación, institución y muy especialmente a la Iglesia. Conocemos de su existencia porque Dios la reveló.

ASÍ EN EL ANTIGUO TESTAMENTO, SE NOS DICE QUE:

• Cerraron el paraíso terrestre después del pecado de Adán y Eva.
• Protegieron a Lot en Sodoma.
• Salvaron a Agar y a su hijo Ismael en el desierto.
• Anunciaron a Abraham y a Sara que tendrían un hijo.
• Detuvieron la mano a Abraham
cuando iba a sacrificar a su hijo Isaac.
• Asistieron al profeta Elías.

EN EL NUEVO TESTAMENTO, SE NOS DICE QUE:

• Avisaron a Zacarías el nacimiento de San Juan el Bautista.
• San Gabriel anunció a la Virgen María que sería la Madre del Redentor.
• Alabaron a Dios por el nacimiento de Cristo.
• Revelaron a San José el misterio de la Encarnación.
• Confortaron a Jesús en su agonía en el Huerto de Gethsemaní.
• Aparecieron en la Resurrección de Cristo.

Creer en la existencia de los ángeles es una verdad de fe. Así lo definió el Magisterio de la Iglesia: "Dios creó de la nada a una y a otra criatura, la espiritual y la corporal, es decir, la angélica y la mundana (…)" (Concilio IV de Letrán y Concilio Vaticano I).

Quien niegue su existencia con pertinacia, sabiendo que es dogma de fe, comete pecado mortal e incurre en excomunión (cfr. Código de Derecho Canónico, canon 1364).

Durante la consagración como Papa de San Gregorio XV (1621), una terrible peste estaba devastando Roma San Gregorio organizó a su pueblo en torno de una gran procesión que estaba encabezada por una pintura de la "Virgen Gloriosa" (obra atribuida a San Lucas Apóstol).
Estando la procesión en marcha, una densa nube de aire nauseabundo se detuvo ante la pintura. Los presentes escucharon, entonces, a un coro angélico cantar con alegría. "Regina Coeli, laetare, alleluja" El Papa San Gregorio relató luego la visión que tuvo de un enorme ángel parado sobre el castillo, cerca de allí. Desde ese día los romanos se refieren a él como Sant’Angelo en conmemoración de la rauda purgación de la peste de Roma. San Gregorio murió el 8 de julio de
1623. El relato de su vida se encuentra en "Vida de los Santos", de Edward Kinesman.

Dotados de una naturaleza más perfecta que la humana, esos espíritus puros fueron creados para dar gloria a Dios, regir el mundo material y ser potentes auxiliares de los hombres en vista su salvación eterna. En un éxtasis, Santa María Magdalena de Pazzi vio a una religiosa de su Orden (carmelita) ser sacada del Purgatorio y llevada al Cielo por su Ángel de la Guarda. Y Santa Francisca Romana vio a su Ángel de la Guarda conducir al Purgatorio, para ser purificada,
a un alma a ella confiada. El espíritu celeste permaneció fuera de aquel lugar de purgación, para presentar al Señor los sufragios ofrecidos por aquella alma.

Y, al ser aceptados por Dios, esa alma era aliviada en sus penas. (1) Después de nacer, el hombre recibe de Dios uno de esos angélicos guardianes, que lo acompañará durante la vida, protegiéndolo y comunicándole buenas inspiraciones, Si la persona hubiese vivido según la Ley de Dios, al punto de santificarse e ir directamente al Cielo, el Ángel de la Guarda la conducirá a
ese lugar bendito. Si, en otro caso, y lo que es más probable, ella precisa purificarse en el fuego del Purgatorio, el Ángel la conducirá después al Paraíso Celestial. O, en caso contrario, si hubiese rechazado sus inspiraciones y buenos movimientos, condenándose del todo para siempre, lo abandonará a las puertas del infierno.

En nuestros días, a la par del materialismo y del ateísmo reinante en tantas almas y en incontables ambientes, se percibe una saludable reacción – cada vez más intensa y generalizada – a esas llagas de la civilización contemporánea. El sentimiento religioso, la creencia en Dios y en el destino eterno ganan siempre más terreno, especialmente en el seno de la juventud actual.

Un síntoma de este renacer de los valores espirituales es precisamente el interés por los Ángeles, el aumento de la devoción a los espíritus puros, así como los pedidos invocando su intercesión. Sin embargo tal resurgimiento, infelizmente, se manifiesta en algunos casos mezclada de supersticiones y hasta de manifestaciones de ocultismo. Para atender este saludable movimiento de alma, nos proponemos hoy presentar a nuestros lectores la atrayente y actualísima temática de los Ángeles.

El Ángel sólo pasa a custodiar en nuevo ser después que este sale de las entrañas maternas. Esto porque, desde el momento de la concepción hasta el nacimiento del nuevo ser, el Ángel de la Guarda de la madre cuida también de la nueva criatura, así como quien guarda un árbol cargado de frutos, junto con el árbol cuida también lo frutos (2) Tenemos necesidad de la celestial protección angélica. Nuestra alma inmortal está destinada a ser, en el futuro, compañera de los Ángeles y de ocupar a su lado, en el Cielo, uno de los tronos que quedaron vacíos por la caída de
aquellos ángeles puros que se rebelaron contra Dios, transformándose en demonios. Tal necesidad sobretodo proviene de la propia flaqueza humana para alcanzar este objetivo ¿Qué empeño no tendrá el demonio para que un recién nacido no reciba las aguas regeneradoras del Santo Bautismo?.

Muchas veces también procurará causarnos males físicos. "La función principal del Ángel de la Guarda es iluminarnos en relación a la verdad y a la buena doctrina. Pero su protección acarrea también muchos otros efectos, tales como reprimir los demonios e impedir que nos sean causados daños espirituales o corporales". Ellos "rezan por nosotros y ofrecen nuestras oraciones a Dios, tornándolas más eficaces por su intercesión (Apoc. 8, 3; Tob. 12, 12), sugiriéndonos buenos pensamientos, incitándonos a hacer el bien (Act. 8, 26; 10, 3ss). Del mismo modo, cuando nos infligen penas medicinales para corregirnos (2 Sam. 24, 16): y – lo más importante de todo – cuando nos asisten en la hora de la muerte, fortaleciéndonos contra los supremos asaltos del demonio" (3).

Algunas almas muy selectas, que conservaron intacta su inocencia y pureza bautismal a lo largo de la vida, por especial privilegio de Dios tuvieron la dicha de ver a su Ángel de la Guarda. Así sucedió con San Geraldo Magela, Santa Francisca Romana, Santa Gema Galgani y otros Santos.

VEAMOS DOS EJEMPLOS:

• Santa Francisca Romana: dama romana de la más ilustre estirpe, quería hacerse religiosa pero fue obligada por sus padres a casarse, habiendo procurado santificarse en el estado matrimonial. De ese casamiento nacieron varios hijos. Uno de ellos, Juan Evangelista, de extrema piedad, dotado con el don de la profecía, falleció angélicamente a los nueve años. Un año después de su muerte, apareció a Francisca, resplandeciente de luz, acompañado por un joven aún más brillante si es posible. Hizo conocer a la madre la gloria que gozaba en el Cielo; y le comunicó que venía a buscar a su hermanita Inés, de cinco años, para colocarla entre los Ángeles. Y que, por
orden de Dios, dejaría aquel Ángel para – junto con su propio Ángel de la Guarda – asistirla en los que le restaba de vida terrena. Era un Ángel de categoría superior, un Arcángel. A partir de entonces, Santa Francisca veía constantemente ese Arcángel que, según ella, brillaba más que el sol, de manera que no conseguía mirarlo. Si Francisca dejaba escapar alguna palabra poco necesaria, o acaso se preocupaba un poco de más con los problemas domésticos, el Ángel desaparecía, quedando oculto hasta que ella se recogiese de nuevo. Él, con sus luces, la auxiliaba
muchas veces, defendiéndola contra los ataques del demonio, que constantemente
la asaltaba (4).

• Santa Mariana de Jesús: conocida como la Azucena de Quito, después del fallecimiento del padre, siendo aún una bebé, la madre se retiraba a una casa de campo llevándola abrazada, en el lomo de una mula. En el paso de un río de aguas muy tormentosas, la mula tropezó y la bebita cayó de los brazos maternos… Al mismo tiempo, la niña predestinada quedó sostenida en el aire por su Ángel de la Guarda, hasta que la presurosa madre la recogió (5).

VALIOSOS CONSEJEROS CELESTES

Los Ángeles de la Guarda son nuestros consejeros, inspirándonos santos deseos y buenos propósitos. Evidentemente, lo hacen en el interior de nuestras almas, si bien que, como vimos, hayan existido almas santas que merecieron de ellos recibir visiblemente celestiales consejos.
Cuando Santa Juana De Arco, aún niña, guardaba su rebaño, oyó una voz que la llamaba: "Jeanne! Jeanne!" ¿Quien podría ser, en aquél lugar tan yermo? Ella se vio entonces envuelta en una luz brillantísima, en el medio de la cual estaba un Ángel de trazos nobles y apacibles, rodeado de otros seres angélicos que miraban a la niña con complacencia. "Jeanne", le dice
al Ángel, "sé buena y piadosa, ama a Dios y visita frecuentemente sus santuarios". Y desapareció. Juana, inflamada de amor de Dios, hizo entonces el voto de virginidad perpetua. El Ángel se le apareció otras veces para aconsejarla, y cuando la dejaba, ella quedaba tan triste que lloraba (6).
El desvelo de nuestro Ángel de la Guarda para con nosotros está bien expresado por el Profeta David en el Salmo 90: "El mal no vendrá sobre ti, y el flagelo no se aproximará a tu tienda. Porque mandó [Dios] a sus Ángeles en tu favor, para que te guarden en todos tus caminos. Ellos te elevarán en sus manos, para que tu pié no tropiece con alguna piedra" (Sl. 90, 10-12).

Innumerables son los ejemplos del poderoso auxilio de los Ángeles en la vida de los Santos. Santa Hildegonde, alemana (+ 1186), habiendo ido en peregrinación a Jerusalén con su padre y falleciendo éste en el camino, fue frecuentemente socorrida por su Ángel. Cierto día, cuando viajaba camino a Roma, fue asaltada y abandonada como muerta. Apenas pudo lograr levantarse, y vio surgir a su Ángel en un caballo blanco. Éste ayudó cuidadosamente a su protegida a montar,
y la condujo hasta Verona. Allá, se despidió de ella diciendo: "Yo seré tu defensor donde quiera que vayas" (7).

Santa Hildegonde podría aplicar a sí misma el siguiente comentario de San Bernardo al Salmo arriba citado: "¡Cuán gran reverencia, devoción y confianza deben causar en tu pecho las palabras del profeta real! La reverencia por la presencia de los Ángeles, la devoción por su benevolencia, y la confianza por la guarda que tienen de ti.

Mira vivir con recato donde están presentes los Ángeles, porque Dios los mandó para que te acompañen y asistan en todos tus caminos; en cualquier posada y en cualquier rincón, ten reverencia y respeto a tu Ángel, y no cometas delante de él lo que no osarías hacer estando yo en tu presencia" (8). San Buenaventura afirma: "El santo Ángel es un fiel paraninfo conocedor del
amor recíproco existente entre Dios y el alma, y no tiene envidia, porque no busca su gloria, sino la de su Señor". Agrega que la cosa más importante y principal "es la obediencia que debemos tener a nuestros santos Ángeles, oyendo sus voces interiores y saludables consejos, como de tutores, curadores, maestros, guías, defensores y mediadores nuestros, así en el huir de la culpa
del pecado, como en el abrazar la virtud y crecer en toda perfección y en el amor santo del Señor" (9).

INTRÉPIDOS GUERREROS DEL EJÉRCITO CELESTIAL.

En varias partes de los Libros Sagrados los Ángeles son mencionados como siendo la Milicia Celestial. Así, narra el Profeta Isaías haber visto que "Los Serafines … clamaban uno hacia el otro y decían: Santo, Santo, Santo es el Señor Dios de los Ejércitos". (Is. 6, 2-3). Y, en el Apocalipsis,
comandados por el Arcángel San Miguel, trabaron en el Cielo una gran batalla derrotando a Satanás y a sus Ángeles rebeldes (Ap. 12, 7).

En otros pasajes aparecen elles ejerciendo incluso funciones bélicas. Leemos, por ejemplo, en el II Libro des Crónicas que, habiendo Senaquerib invadido Judea, mandó una delegación a Jerusalén para disuadir a sus habitantes de la fidelidad a su rey Ezequías, blasfemando contra el Dios verdadero. El Rey de Judá y el Profeta Isaías se pusieron en oración implorando la protección divina contra las tropas enemigas. "Y el Señor envió un Ángel que exterminó todo
el ejército del rey de Asiria en su propio campamento, con los jefes y los generales, y el rey volvió a su tierra completamente confuso" (II Cron. 32, 1 a 21).

Guerreros angélicos – tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento – a veces se unen también a los hombres contra los enemigos del Señor. Así, por ejemplo, ayudaron a Judas Macabeo en una batalla decisiva. Otras veces auxiliaron a los soldados de la Cruz contra los musulmanes, como ha sido narrado en las crónicas de las Cruzadas.

En la Sagrada Escritura, el propio autor de los Hechos de los Apóstoles afirma: "El Señor Dios de los ejércitos frecuentemente envía también sus guerreros para librar a sus amigos de las manos de los impíos" (Hechos 5, 18-20; 12, 1-11).

Protectores de los hombres, mensajeros de Dios.

En el Libro de Daniel (10, 13-21), el Arcángel San Miguel defendió los intereses de los israelitas contra el Ángel protector de Persia. En el Apocalipsis, San Juan se refiere a la victoria de ese Arcángel contra el demonio y sus secuaces. Más recientemente, leemos en la autobiografía de San
Antonio María Claret, que cierto día, estando él sólo en el coro del Monasterio del Escorial, vio a Satanás que pataleaba con gran rabia y despecho, por habérsele frustrado algunos de sus planes en relación a los estudiantes. Oyó entonces la voz del Arcángel San Miguel que le dice: "Antonio, no temas. Yo te defenderé". San Gabriel fue el gran mensajero y embajador de Dios no sólo en la Anunciación a Nuestra Señora, sino, según el parecer de muchos teólogos, también apareció junto a San Zacarías, para anunciarle el nacimiento de Juan Bautista. Y junto a San José, a quien apareció tres veces en sueños: para anunciar la concepción divina de María, recomendar la fuga a Egipto y el retorno de aquél, después de la muerte de Herodes.

La misión de San Rafael junto al joven Tobías es detalladamente descrita en la Biblia. Ya en tiempos posteriores, se señalan también muchas de sus intervenciones, como la salvación eterna del tesorero de un rey de Polonia, por el hecho de que el protegido le tenía gran devoción; y el haber librado de las manos de asaltantes a un burgués de Orleans que a él se encomendaba, en una peregrinación a Santiago de Compostela (10). Se narra en la vida de la Beata Madre Humildad de Florencia (+1310) que, habiendo sido electa Abadesa de su monasterio, además de su Ángel de la Guarda, recibió uno más para ayudarla en el gobierno de la comunidad. Ella compuso para sus religiosas una sencilla oración, pidiendo la guarda de los sentidos, oración en que se nota mucho la influencia del espíritu de Caballería de la época:
"Buenos Ángeles, mis constantes protectores: guardad todas mis vías y vigilad cuidadosamente la puerta de mi corazón, de manera que yo no sea sorprendida por mis enemigos. ¡Blandid ante mí vuestra espada protectora! ¡Guardad también la puerta de mi boca para que ninguna palabra inútil escape de mis labios! ¡Que mi lengua sea como una espada, cuando fuere el caso de combatir los vicios o de enseñar la virtud! Cerrad mis ojos con un doble sello cuando ellos quisieren ver con complacencia otra cosa que no sea Jesús.

Pero tenedlos abiertos y despiertos cuando fuere para rezar y cantar las alabanzas del Señor. Vigilad también la puerta de mis oídos, a fin de que ellos repelan siempre con disgusto todo lo que viene de la vanidad o del espíritu del mal. Colocad cadenas a mis pies cuando ellos quisieran ir a pecar. Pero acelerad mis pasos cuando se trate de trabajar para la gloria de Dios o de la
santa Virgen María, o de la salvación de las almas! Haced que mis manos sean siempre, como las vuestras, prontas a ejecutar las órdenes de Dios.

Apagad en mí el olfato del cuerpo, a fin de que mi alma no aspire mas que el suave perfume de las flores celestes. En una palabra, guardad todos mis sentidos, de manera que mi alma se deleite constantemente en Dios y con las cosas celestes. Mis Ángeles bienamados: fui colocada bajo vuestra guarda por el dulce Jesús; yo os suplico que me guardéis siempre con cuidado, por el amor de Él. ¡Oh mis Ángeles bienamados, yo os pido que me conduzcan un día a la presencia de la Reina del Cielo, y de suplicarle que yo sea colocada en los brazos del divino Niño Jesús, su Hijo bienamado!" (11).

¿Cuál es la naturaleza de esos espíritus puros? Los Ángeles son seres puramente espirituales, dotados de inteligencia, voluntad y libre arbitrio, elevados por Dios al orden sobrenatural, esto es, llamados por la gracia a participar en la vida de Dios a través de la visión beatífica. Muchísimo más perfectos que los hombres, su inteligencia es inerrante y su voluntad inmensamente poderosa.

Como no tienen dependencia alguna de la materia, su conocimiento es considerablemente más perfecto que el del hombre; para ellos, ver es ya conocer. Y conocer significa comprender la cosa en toda la profundidad de que son capaces, en su substancia, y sin posibilidad de error. Por eso, la prueba, para ellos, tuvo consecuencia inmediata e irremediable. Pues su querer es absoluto, sin vuelta atrás. Aquello que quieren, lo desean para todo y para siempre.

De ahí el hecho de que, después de la prueba, hayan pasado inmediatamente a la eternidad del Infierno (los demonios), como a la del Cielo (los Ángeles buenos).

Dios creó a los Ángeles para conocerlo, amarlo, servirlo y proclamar sus grandezas, ejecutar sus órdenes, gobernar este universo y cuidar de la conservación de las especies y de los individuos que él contiene.

"Como príncipes y gobernadores de la gran Ciudad del Bien, la que se refiere a todo el sistema de la creación, los Ángeles presiden, en el orden material, el movimiento de los astros, la conservación de los elementos, y la realización de todos los fenómenos naturales que nos llenan de alegría o de terror. Entre ellos está compartida y repartida la administración de este vasto
imperio. Unos cuidan de los cuerpos celestes, otros de la tierra y de sus elementos, otros de sus producciones, árboles, plantas, flores y frutos. A éstos, está confiado el gobierno de los vientos y mares, de los ríos y fuentes; a aquellos, la conservación de los animales. No hay una criatura visible, ni grande ni pequeña, que no tenga una potencia angélica encargada de velar por
ella" (12).

Algunas veces los Ángeles, cuando son enviados por Dios a los hombres para alguna misión, utilizan la forma humana, a fin de acomodarse a nuestra naturaleza. Sin embargo, en esos cuerpos etéreos y ligeros con los cuales en general aparecen, no están como el alma humana está en el cuerpo, dándole vida y tornándolo capaz de operaciones vegetales y animales. Por el contrario, allí están como un operador está en su máquina, de la cual se sirve para ejecutar
las obras de su arte. Fuera del horario de trabajo, no tiene con ella ninguna ligazón.

"Según los más doctos intérpretes, las apariciones accidentales de los Ángeles en el mundo no son más que el preludio de su aparición habitual en el Cielo. Así, es probable que en el Cielo los Ángeles asumirán magníficos cuerpos aéreos para regocijar la vista de los elegidos y conversar con ellos cara a cara" (13).

Conclusión: devoción y fidelidad a los ángeles Evidentemente, todas esas maravillas del mundo angélico deberían llevarnos a un profundo amor, reverencia y gratitud especialmente para con nuestro Ángel de la Guarda, evitando todo aquello que pueda apenarlo, como son nuestros pecados.

"¿Como te atreverías a hacer en la presencia de los Ángeles aquello que no harías estando yo delante tuyo?", nos interpela el gran San Bernardo. Y deberíamos hacer todo lo que sabemos puede alegrar al Ángel de la Guarda, pues sólo así estaremos trabajando efectivamente para nuestra propia santificación y salvación.

La reverencia a su Ángel de la Guarda llevaba a San Estanislao Kostka, que lo veía constantemente, a esta exquisita delicadeza: cuando ambos debían entrar por una puerta, él le pedía al Ángel que pasara antes. Y como éste, a veces, lo rechazase, insistía con él hasta que cediese (15).

¡Ojalá tantos y tan bellos ejemplos nos sirvan tanto para corregir nuestra idea y visión de los seres puros como para reverenciar y aumentar nuestra devoción a esos bienaventurados espíritus angélicos que Dios, en su misericordia, nos concedió como guardianes, consejeros, protectores y mensajeros – especialmente valiosos en el mundo neopagano en que vivimos -, con vistas a la obtención de la vida celeste!

Publicado por: Wilson

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