lunes, 12 de marzo de 2012

EL TEMPLO DE DIOS


"Como se acercaba la fiesta de la Pascual de los judíos, Jesús fue a Jerusalén; y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los que tenían puestos donde cambiar el dinero. Al ver aquello, Jesús hizo un látigo con unas cuerdas y los echó a todos del templo, junto con las ovejas y los bueyes. Arrojó al suelo las monedas de los cambistas y les volcó las mesas. A los vendedores de palomas les dijo:
– ¡Sacad eso de aquí! ¡No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre!

Sus discípulos recordaron entonces la Escritura que dice: “Me consumirá el
celo por tu casa.”

Los judíos le preguntaron:
– ¿Qué prueba nos das de que tienes autoridad para actuar así?
Jesús les contestó:
– Destruid este templo y en tres días lo levantaré.
Le dijeron los judíos:
– Cuarenta y seis años tardaron en construir este templo , ¿y tú vas a
levantarlo en tres días?

Pero el templo al que Jesús se refería era su propio cuerpo. Por eso, cuando resucitó, sus discípulos se acordaron de lo que había dicho y creyeron en la Escritura y en las palabras de Jesús.

Mientras Jesús estaba en Jerusalén, en la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en él al ver las señales milagrosas que hacía. Pero Jesús no confiaba en ellos, porque los conocía a todos. No necesitaba ser informado acerca de nadie, pues él mismo conocía el corazón de cada uno."

Imaginaos el alboroto que armó Jesús ese día. El pacífico Maestro hace un látigo con cuerdas
y echa del Templo a los vendedores, a los cambistas; a todos aquellos que estaban
utilizando la religión para hacer dinero, para obtener poder.

Pero el evangelio de Juan es el más teológico y profundo de los cuatro y no podemos quedarnos con esta anécdota. Lo que Jesús va a enseñarnos aprovechando estos hechos, es cuál será el verdadero Templo a partir de ahora. El verdadero Templo será su cuerpo y por extensión el de todos los Hombres. Cada persona está llamada a ser la Casa de Dios.

Por la Encarnación Dios ha plantado su tienda entre nosotros. Dios se ha hecho uno de nosotros y recorre la vida con nuestra vulnerabilidad. El Templo, a partir de ahora ha de ser de sangre y carne, no de piedra y mármoles.

No, no hay que destruir los templos. Pero hay que expulsar de ellos el dinero, el poder, la injusticia. El templo debe ser el lugar donde nos reunimos los que nos sentimos Hijos de Dios a compartir nuestra Fe. Los primeros cristianos lo entendieron así, y al salir de la clandestinidad, no utilizaron los templos paganos, sino las basílicas romanas, que eran lugares de reunión.

El Templo debe permitir el encuentro y la presencia cercana de la gente, la comunión de
corazones, la verdadera comunidad.

Y para eso, cualquier lugar es válido, porque lo importante no es el decorado, sino las
personas...

Tener conciencia de que somos Templos nos ayudará a saber entrar en el silencio de nuestro interior. Hará que saquemos de nuestro interior mercaderes y cambistas. Y sobre todo, hará que
respetemos a los demás, que no abusemos de ellos, que seamos justos, que los amemos...porque ellos son Dios con nosotros.

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