miércoles, 14 de marzo de 2012

EL ANACORETA Y LA ORACIÓN DE PETICIÓN


El Anacoreta y su joven seguidor habían asistido a una conferencia cuaresmal sobre la oración. El predicador insistió mucho en la poca importancia de la oración de petición, pues ya conocía Dios nuestras necesidades y señalaba que la verdadera oración era la de alabanza.

Cuando regresaban a casa, tras un largo silencio dijo:
- A veces para defender una idea atacamos las otras con demasiada ligereza. Este predicador, para enaltecer la oración de alabanza se ha cargado la oración de petición.

El joven respondió:
- Sí, pero tiene razón en criticar una oración que convierte a Dios en una máquina
expendedora: yo pido y el me da...

Sonrió el Anacoreta mientras decía:
- Ciertamente hay formas degradadas de la oración de petición. Esas oraciones que parecen más rituales de magia que otra cosa...Claro que Dios ya sabe nuestras necesidades, pero tampoco necesita para nada nuestras alabanzas... La importancia de la oración radica en nosotros, no en Dios. Somos nosotros la que la necesitamos.

Guardó unos momentos de silencio y luego prosiguió:
- Es el hombre el que necesita rezar, hablar con Dios. La plegaria expresa la indigencia humana y la apertura confiada al creador. En esos momentos brota espontáneamente la petición, la alabanza, el acción de gracias e incluso la imprecación. Dependerá de nuestra circunstancia personal en aquel momento.

Sin embargo el joven volvió a insistir:
- Sí, pero con la oración de petición parece que creamos que Dios puede intervenir a cada
momento en contra de las leyes de la naturaleza.

Rió el Anacoreta antes de decir:
- Las leyes de la naturaleza son más indeterminadas de lo que creemos. Pero en la auténtica
oración no se trata de que Dios haga o no haga, nos dé o no nos dé...sino en el ponernos en sus manos...lo que hace que asumamos y afrontemos con paz de espíritu las dificultades. Jesús, en el Huerto de los Olivos, pide al Padre que le libre de la Pasión, pero lo hace añadiendo, "pero hágase tu voluntad..." Esa es la verdadera oración de petición. Y el verdadero bien, ¡qué sabemos nosotros lo que nos conviene!, está en afrontar lo que venga con la fuerza para poner de nuestra parte lo máximo y siempre con una gran paz de espíritu, en las manos de Dios...

Y prosiguieron el resto del camino en silencio...

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