Un corazón limpio no ensucia. Quien lo tiene jamás habla mal de los demás, sin ir más lejos. Y
no participa en las críticas a otros, y si no puede defender al criticado se
calla.
Un corazón limpio no juzga. Deja ese asunto en manos de Dios, que es quien todo lo sabe y quien de verdad lee en nuestros corazones y en nuestras vidas. Sólo Él conoce nuestra precariedad y hasta qué punto estamos (incluso biológicamente o genéticamente) condicionados. Quien tiene un corazón limpio lo sabe.
Un corazón limpio no daña. Más bien, repara y sana. Quien lo posee, sólo quiere la paz y el amor para los demás, y es paz y amor lo que desea y derrama en los otros.
Un corazón limpio no es orgulloso. Y sabe que sólo cerca de Dios puedo uno mantenerse limpio. Cerca de la Fuente, del puro Amor. Conoce la humildad. La vive y la predica con el ejemplo.
Un corazón limpio no es egoísta. Un corazón limpio no miente. Porque se nutre de la Verdad y en ella se encuentra seguro. Lejos de eludirla, la busca. Y no tiene miedo de mirarla de frente porque, incluso si duele, sabe que le darán fuerza para aceptarla. Se da a los demás de forma inevitable. Se olvida de uno mismo para hacerse grande en su entrega a Dios y a sus hermanos. Su generosidad no es un objetivo, sino una consecuencia.
Un corazón limpio es alegre y siempre luminoso. Porque vive contemplando la Luz (cada vez más de cerca), el Amor y la Alegría. Y el Espíritu Santo inhabita en él.
Un corazón limpio es aseado. Y se preocupa por mantener la limpieza de su casa, observándose, reconociendo y pidiendo perdón por cada falta, deseando sin fisuras y contrito no volver a caer. Siente por cada falta un profundo dolor.
Un corazón limpio fundamentalmente AMA. A Dios, a sus hermanos, a la naturaleza, a todo lo creado. El Bien habita en él, y su tarea no es otra que esparcirlo, sembrarlo. Llenar a los demás de Paz, Amor, Fe, Esperanza y Alegría.
A Dios le gustan los corazones limpios. Por eso vive tan a gusto en ellos. Y eso es algo que se nota, que notamos todos.
Guillermo Urbizu
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