Poco es lo que podemos averiguar leyendo los textos sagrados y es comprensible que el Señor no nos haya dado una detallada relación de los beneficios y regalías que obtendrá el que alcance la vida eterna, a diferencia de los musulmanes que disponen de una detallada relación de lo que obtendrán, todo ello con relación únicamente a bienes pertenecientes al orden material, porque en relación al espíritu, que yo sepa no se les promete nada.
Decíamos que es comprensible la poca información de que disponemos, puesto que los grandes bienes que obtendremos serán siempre de orden espiritual, aunque no se deben de marginar los bienes de orden material, que los teólogos los agrupan en lo que se denomina cielo accidental. Y dada nuestra tendencia a lo material y lo poco que tenemos desarrollada nuestra vida espiritual, no estamos capacitados para apreciar debidamente la naturaleza, cuantía, y maravillas que nos esperan. Es por ello que San Pablo nos dejó dicho: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni la mente del hombre, pudo imaginar, cuales cosas tiene Dios preparadas para los que le aman”. (1Co 2,9).
Y si somos incapaces de imaginar lo que nos espera, resulta lógico que las sagradas escrituras sean tan parcas en esta materia. Porque poniendo un mal ejemplo, al que no conoce el chino, resulta absurdo que se le regale un libro escrito en caracteres chinos.
Pero de todas formas, si aquí abajo, nos movemos dentro del calor del amor al Señor, hay algunas cosas que si podemos imaginar. Veamos: Sabemos que si alcanzamos la vida eterna, quedamos integrados en ese maravilloso círculo de gloria que es el amor Trinitario. Seremos como
dioses hemos oído decir más de una vez y así San Juan nos dice: “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no le
conoció a él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es”. (1Jn 3,1-2). La víspera de su muerte, el Señor dijo a Felipe: “El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre”. (Jn 14,9), de ahí se desprende que ser como Él es, es ser como Dios. Cuando nuestra humanidad en sus pensamientos, juicios, decisiones, ideales y acciones es como la suya, reflejamos la excelencia divina, y cumplimos ese mandato del Señor que nos dejó dicho: “Sed perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial”. (Mt 5,48). Y nunca olvidemos que nosotros
somos más perfectos en cuanto más amamos. Y esto es así, sencillamente porque Dios es amor y solo amor.
El alma perfecta refleja siempre la perfección de Dios y si amas más, más reflejarás esas perfecciones.
Cuando un alma alcanza la vida eterna queda glorificada, pasa a formar parte de la gloria de Dios. De las tres potencias, propias de un alma ya glorificada, solo le resta su mente o inteligencia, porque su memoria ha desaparecido, desde el momento que ya no tiene el dogal del tiempo y al vivir en la eternidad, todo para ella es a un mismo tiempo, pasado, presente y futuro, tal como lo es para Dios. Su voluntad también ha desaparecido pues ella coincide siempre con la divina voluntad. Y en cuanto a su inteligencia esta si subsiste, pero modificada en forma extraordinaria, pues al recibir directamente el reflejo de la omnisciencia divina, adquiere ella un grado extraordinario de capacidad y desarrollo, que siempre será mayor en las almas que mayor grado de gloria alcancen, por sus méritos en esta vida. Dicho de otra forma las almas con mayor gloria serán más listas, porque ellas recibirán con más claridad los reflejos de la omnisciencia divina.
Esta mayor agudeza mental, le permitirá al alma glorificada ver y comprender lo acertadas y justas que siempre han sido las decisiones del Señor, cuando estaban en este mundo y no solo con respecto a ella, sino con respecto a todo el mundo, incluidas las almas que se encuentren eternamente condenadas. Porque Dios, aunque no lo comprendamos, o quizás no queramos comprenderlo, es siempre además de misericordioso, infinitamente justo.
Como sabemos Dios es el absoluto creador de todo lo visible y lo invisible, es decir de todo lo que compone el orden material y el espiritual y quizás nos llevemos la sorpresa de saber
que además de estos dos órdenes que conocemos y que creemos que son los únicos existentes, existen otros que desconocemos y que Dios también ha creado y ordenado, Él es el absoluto creador de todo, y sus cualidades y facultades se reflejan en su tremenda grandeza, en una forma tal que exactamente desconocemos, pero sí vislumbramos. Así en lo que respecta a la Luz divina, que nada tiene que ver con la luz material que conocemos y que nos proporciona el astro sol, tenemos el pasaje bíblico de Moisés en el Sinaí, en el que se pone de manifiesto, que cuando Moisés salía de la tiende de los encuentros, la Luz divina se reflejaba en su rostro y para que los israelitas pudieran mirarle él se echaba un velo sobre su cara: “Cuando Moisés terminó de hablarles, se cubrió el rostro con un velo”. (Ex 34,33).
De la misma forma el alma glorificada reflejará las cualidades del Señor, porque esta alma se encontrará integrada en la gloria divina. Su felicidad será plena y su gozo se le pondrá
de manifiesto en la contemplación del Rostro de Dios. Y esta felicidad y gozo, será tanto mayor, cuando mayor sea el grado de amor a Dios, que hayamos logrado desarrollar, durante nuestra vida en este mundo. Dios es amor y solo amor, y aquel que más ama, más amor recibe aquí
abajo y luego recibirá en el más allá, porque una cualidad esencial del amor es la reciprocidad, se ama más al que más nos ama. Esta es la base del principio de San Juan de la Cruz que nos dijo:
Donde no hay amor, pon amos y encontrarás amor.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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