viernes, 24 de febrero de 2012

MI EGO Y MI YO


Realmente casi todo el mundo piensa que Ego y Yo son términos similares si no iguales. Pero para algunos tratadistas de temas espirituales, como es por ejemplo el conocido obispo
norteamericano Fulton Sheen, en su libro titulado “Arriba los corazones”, le dedica, creo recordar, que los tres primeros capítulos de este libro a este tema y para él, Ego y Yo no solo no son, términos de contenido similar o igual, sino que son términos antitéticos.

Resumiendo la tesis del obispo Sheen, para él, el Yo, expresa lo genuino del ser humano en consonancia con su Creador, mientras que el Ego, nos viene a decir que expresa la idea que todos sabemos de egoísmo y sintonía con nuestro enemigo satanás. Dentro de nuestro ser, hay una continua confrontación entre nuestro Yo y muestro Ego. Unas personas renuncian a esta lucha y hedonísticamente se entregan de lleno a satisfacer las exigencias de su Ego. Otros por el
contrario, atendiendo las indicaciones de las improntas divinas, con que todo ser humano nace, trata de buscar a su Creador y para ello su Yo, entra en confrontación con su Ego, que le dice que se deje de zarandajas y se dedique a vivir alegremente su vida, que solo son tres días los
que va a vivir y hay que aprovecharlos. El Yo es plenamente consciente de que existe un más allá que nos espera, y que para alcanzarlo, hay que desarrollar nuestra vida espiritual que es la fuente de nuestro amor al Señor, y para ello hay que entrar en una liza que se denomina lucha ascética.

Con distintas palabras, el Señor ya nos avisó de lo dicho anteriormente y nos dejó dicho: "Llamando a la muchedumbre y a los discípulos, les dijo: El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues quién quiera salvar su vida, la perderá, y quién pierda la vida por mí y el Evangelio, ése la salvará. ¿Y que aprovecha al hombre ganar todo el mundo y perder su alma? ¿Pues qué dará el hombre a cambio de su alma? Porque si alguien
se avergonzare de mí y de mis palabras ante esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles”. (Mc 8,34-38).

Las palabras del Señor son bien claras. Tenemos ante nosotros dos caminos para elegir. Uno es el del Ego, que nos lleva a la perdición de nuestra alma, porque estaremos metidos en el deseo de realizar un imposible, cual es; tratar de salvar nuestra alma, sin renunciar a ningún placer de los que la vida en este mundo puede ofrecernos, sean estos lícitos o ilícitos. Es este el camino que en este mundo, manipulado por el padre de la mentira podemos encontrar, si es que no queremos privarnos de ningún goce, sea este lícito o ilícito ¡Qué más da! Lo importante es pasarlo bien. Este camino del Ego, está reñido con el amor a los demás, para el que vive para su Ego, lo importante es amarse a sí mismo. Y con relación al sufrimiento y a esa cruz que parece ser que hay que llevar, que la lleve otro que tenga vocación de mártir. Creo que no es necesario aclarar quién es el patrocinador de este camino.

El otro camino, es el que el Señor nos propone., no es un camino precisamente de rosas, pero tan poco es tan terrible como el demonio nos lo pinta. Sobre la dureza de este camino el Señor nos dejó dicho: “Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallareis descanso para vuestras almas, pues mi yugo es suave y mi carga ligera”. (Mt 11,29-30). Para emprender este camino, hay que hacer dos cosas: la primera es
tal como nos dice el Señor: “… negarse uno a sí mismo”. Es decir, renunciar a nuestro propio Ego,
y coger el camino de nuestro Yo, que es el único que nos ofrece la posibilidad de vivir en amistad y gracia de Dios, pues aunque haya caídas, también está su mano, siempre tendida para levantarnos y continuar caminando.

La segunda acción, es la de tomar o aceptar nuestra propia cruz: “… tome su cruz y sígame”. El Catecismo de la Iglesia católica en su parágrafo 2015, nos dice que: "El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual (cf. 2Tm 4). El
progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas: El que asciende no cesa nunca de ir de comienzo en comienzo mediante comienzos que no tienen fin. Jamás el que asciende deja de desear lo que ya conoce (S. Gregorio de Nisa, hom. in Cant 8).”. La cruz es inevitable, todos tenemos una cruz, y no pensemos que nuestra cruz es más pesada que la del vecino. Nuestra cruz tiene el tamaño y peso que el Señor cree que es el más conveniente, para que esta nos ayude a llegar a Él. El santo cura de Ars, decía: “La peor de las cruces es no tener ninguna” y añadía: “Nada nos hace tan parecidos a Nuestro Señor como llevar su cruz, y todas las penas son dulces, cuando se
sufren en unión con El”. Por su parte Slawomir Biela, escribe: “La meta deseada de tu camino a la santidad, debe de ser unirte con Cristo crucificado y morir en unión con Él. Si no aspiras a esta meta en tu vida puedes desperdiciarla”.

Y que nadie pierda el tiempo, tratando de pastelear y combinar, el camino del Ego con el del Yo. El Señor ya nos advirtió sobre esta tentación y nos dejó dicho:
"Nadie puede servir a dos señores, pues o bien, aborreciendo al uno, amará al otro, o bien, adhiriéndose al uno, menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas”. (Mt 6,24).
“San Agustín dice que en la tierra existen, y existirán hasta el fin del mundo, dos grandes reinos.
La frontera entre ellos no divide a los hombres, ni tampoco a las sociedades, sino que se encuentra en el interior de cada alma humana. Dos amores crean estos dos reinos: el amor propio llevado hasta el desprecio de Dios y el amor de Dios llevado hasta el desprecio de uno mismo”.

Sin pasar por la cruz es imposible llegar a alcanzar nuestra futura glorificación en la Santísima Trinidad. Jean Lafrance a este respecto nos dice: “Pero la vida cristiana, ante todo, no es un ideal, es una realidad, la de la vida trinitaria infundida en nuestros corazones; el único ideal, es que esta realidad se desarrolle, algo muy sencillo que se vuelca en nuestro corazón, no sabemos porque ni cómo, y que es lo que hace fácil todo lo demás”.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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