No cabe duda: la oración teresiana es una oración cristológica, es decir, tiene como centro a Cristo, trata con Cristo, ama a Cristo. Así vivió santa Teresa de Jesús, así expresó su
experiencia en sus escritos y así educa en la oración a sus hijas y a nosotros, si queremos conocer su obra.
La oración teresiana es una oración cristológica. Sería un absurdo para santa Teresa considerar la oración como una relajación, un ejercicio de yoga, un nirvana del vacío, para acallar sus deseos
y negando su propia humanidad, ponerse en conexión con el Cosmos o el Universo.
Cuando hoy se pretende encasillarla en la mística y relacionarla con el budismo, el yoga, las corrientes orientales de meditación y la New Age, se escoge un camino equivocado. La mística cristiana ni es vacío ni es acallar o negar los deseos del corazón, sino tratar con Cristo, en amor y amistad, en una relación personal, con lo que cada uno es, con sus deseos, su trayectoria de
vida, su humilde petición.
Cristo está en el centro de la oración teresiana. Conocemos bien su definición de oración: "estar
tratando de amistad muchas veces estando a solas con quien sabemos nos ama" (V 8,5). El camino es Cristo para llegar al Misterio de Dios, su Humanidad sacratísima. Este camino lo recorre Teresa de Jesús gozosísima.
Ya en su época, algunos querían prescindir de Cristo como de un estorbo y llegar a la contemplación de Dios directamente para adquirir un grado de contemplación más "puro". Responde ella: "No sé yo bien por qué dicen "iluminativa"; entiendo que de los que van aprovechando. Y avisan mucho que aparten de sí toda imaginación corpórea y que se lleguen a contemplar en la divinidad; porque dicen que, aunque sea la Humanidad de Cristo, a los que
llegan ya tan adelante, que embaraza u impide a la más perfecta contemplación.
Train lo que dijo el Señor a los Apóstoles cuando la venida del Espíritu Santo - digo cuando subió a los cielos - para este propósito... Porque les parece que, como esta obra es espíritu, que cualquier cosa corpórea la puede estorbar u impedir; y que considerarse en cuadrada manera y que está en todas partes y verse engolfado en Él, es lo que han de procurar.
Esto bien me parece a mí algunas veces; más apartarse del todo de Cristo y que entre en cuente este divino Cuerpo con nuestras miserias y con todo lo criado, no lo puedo sufrir" (V 22,1).
La vida cristiana vive de Cristo, y la oración es una relación con Cristo que conduce al Padre. ¡Qué locura es prescindir en todo de Cristo para llegar al Misterio simplemente relajados y
vacíos de sí! La oración teresiana, incluso en los grados más elevados, será de una forma u otra, traer a Cristo "cabe sí", junto a ella, al lado de Teresa y hablarle, oírle, mirarle. Mediante
Cristo, amigo verdadero, Dios se sigue revelando al alma, esto es, una comunicación personal, muy lejos del vacío y la armonía de los sistemas orientales. Estamos en el campo de lo personal, de la Persona divina tratando con la persona humana orante.
"No me ha venido trabajo que, mirándoos a Vos cuál estuvistes delante de los jueces, no se me haga bueno de sufrir. Con tan buen amigo presente, con tan buen capitán que se puso en lo
primero en el padecer, todo se puede sufrir: es ayuda y da esfuerzo; nunca falta; es amigo verdadero. Y veo yo claro - y he visto después - que, para contentar a Dios y que nos haga grandes mercedes, quiere sea por manos de esta Humanidad sacratísima, en quien dijo Su Majestad se deleita. Muy, muchas veces lo he visto por espiriencia. Hámelo dicho el Señor. He visto claro que por esta puerta hemos de entrar si queremos nos muestre la soberana Majestad grandes
secretos" (V 22,6).
Tal vez los ángeles, tal vez los espíritus muy puros y las almas contemplativas después de largo recorrido, podrán acceder a una contemplación perfecta de Dios. Pero el realismo teresiano
se impone: vivimos aquí en la tierra, tenemos un cuerpo que se mueve en el espacio y en el tiempo, con limitaciones, y sufrimos aquí de diversas maneras, trabajos y aflicciones; nadie mejor que Cristo Hombre puede iluminar esta realidad pobre y limitada y santificarla y agraciarla: "Nosotros no somos ángeles, sino tenemos cuerpo; querernos hacer ángeles estando en la tierra - y tan en la tierra como yo estaba - es desatino, sino que ha menester tener arrimo el pensamiento para lo ordinario, que en negocios y persecuciones y trabajos, cuando no se
puede tener tanta quietud, y en tiempo de sequedades, es muy buen amigo Cristo, porque le miramos Hombre y vémosle con flaquezas y trabajos, y es compañía" (V 22, 10).
La presencia de la Humanidad sacrítisima de Cristo acompaña la vida del orante. A Cristo vuelve su mirada según lo que cada cual está viviendo, en los distintos momentos de la propia
experiencia. La oración es cristológica y se enraiza en la realidad concreta de nuestra vida. Es abrazarse al Señor: "No creo que va en huir del cuerpo sino en que determinadamente se abrace el alma con el buen Jesús, Señor nuestro, que como aquí lo halla todo, lo olvida todo" (C 9,5).
Hablar y mirar a Jesucristo: ésta sería una etapa importantísima de la oración teresiana; hablarle con amor y amistad, y mirarle para sentir lo que sintió Cristo, recibir su gracia, aprender de Él, ofrecerle a Él consuelo, alegría, palabras de amor...:
"Si estáis alegre, miradle resucitado; que sólo imaginar cómo salió del sepulcro os alegrará. Mas ¡con qué claridad y con qué hermosura, con qué majestad, qué victorioso, qué alegre!
Como quien tan bien salió de la batalla adonde ha ganado un tan gran reino, que todo le quiere para vos, y a Sí con él. Pues ha ganado un tan gran reino que todo le quiere para vos, y a Sí con él. Pues ¿es mucho a quien tanto os da volváis una vez los ojos a mirarle?
Si estáis con trabajos u triste, miradle camino del Huerto. ¡Qué aflicción tan grande llevaba!; pues con ser el mismo sufrimiento la dice y se queda de ella; o miradle atado a la Columna
lleno de dolores, todas sus carnes hechas pedazos por lo mucho que os ama:
tanto padecer, perseguido de unos, escupido de otros, negado de sus amigos, desamparado de ellos, sin nadie que vuelva por Él, helado de frío, puesto en tanta soledad, que el uno con el otro os podéis consolar; o miradle cargado con la cruz, que aun no le dejaban hartar de huelgo; míranos ha Él con unos ojos tan hermosos y piadosos, llenos de lágrimas, y olvidará sus dolores por consolar los vuestros, sólo porque os vais vos con Él a consolar y volváis la cabeza a mirarle" (C 26,5).
Tan cristológica es la oración teresiana, que Cristo es tratado con amor y a Él se dirige el corazón derramando su amor y afecto al Señor y suplicando su amor.
Nada de vacío ni nirvana: amor lo más dócil y sencillo posible a su Persona divina.
Torno a decir, Dios mío, y a suplicaros, por la sangre de vuestro Hijo, que me hagáis esta merced:
"béseme con beso de su boca", que sin Vos, ¿qué soy yo, Señor? Si no estoy junto a Vos, ¿qué valgo? Si me desvío un poquito de Vuestra Majestad, ¿adónde voy a parar?
¡Oh Señor mío y Misericordia mía y Bien mío! Y ¿qué mayor le quiero yo en esta vida que estar tan junto a Vos, que no haya división entre Vos y mí? Con esta compañía, ¿qué se puede hacer dificultoso? ¿Qué no se puede emprender por Vos, teniéndoos tan junto? ¿Qué hay que
agradecerme, Señor? Que culparme, muy mucho por lo que no os sirvo" (C 4,7)
No hay comentarios:
Publicar un comentario