Las opciones del hombre pueden ser definitivas o rectificables. La decisión hacia el mal
también puede ser definitiva, pero no lo es por sí; cabe la rectificación, cabe el perdón, porque cabe el arrepentimiento. Y ambos son un don de Dios, que no sólo aquel.
Don que algunos rechazan. Una de las frases que, desde siempre, más me han impresionado, acerca de este rechazo, es esta tremenda afirmación de Eduard von Hartmann: “Una vez que se ha cargado con la propia culpa, no es posible dejársela sin negarse a sí mismo. El culpable tiene derecho a soportar su propia culpa. Él ha de rechazar la redención de fuera (¡). Con la culpa (al
arrepentirse) menospreciaría la mayor acción moral, su condición humana… De hecho la redención desemancipa al hombre, le sugiere la renuncia a su libertad” Y digo que es tremenda esta frase, porque está dicha por un hombre inteligente, pero con una idea laberíntica de la libertad.
He recordado la cita de Von Hartmann, porque la palabra de Dios nos induce precisamente a todo lo contrario. “Arrepentíos y convertiros, y serán borradas vuestras culpas” dice Pedro. “Si alguno peca, recordad que tenemos junto al Padre un defensor, Jesucristo, que es justo”. Recuerda Juan.
No ya la bondad sino el conocimiento, lo sitúa Simone Weil en la capacidad de arrepentimiento. Dice bellamente: “Sólo logramos el conocimiento del bien en cuanto lo realizamos, y sólo logramos la experiencia del mal en cuanto nos lo prohibimos o, si ya lo hemos realizado, en cuanto nos arrepentimos”.
Por el contrario, la falsa autonomía del hombre está muy cerca de la imposibilidad demoníaca de conversión. En “La Gaya ciencia”, escribe Nietzsche en 1882: “Mejor permanecer culpable que pagar con una moneda que no lleva nuestra imagen; así lo quiere nuestra soberanía”. Sin embargo nuestra imagen puede ser una imagen desfigurada, pero de Dios, creados “a su imagen y semejanza”; desfigurada, pero la de Cristo, en quien deseamos transformarnos. No queremos tener el orgullo, la loca satisfacción de no arrepentirnos. Preferimos el gozoso esfuerzo del arrepentimiento, que nos lleva a la reconciliación con el Padre.
Además, nos es lícito preguntarnos: Quién no se arrepiente, ¿tampoco tiene remordimiento? Porque, si lo tiene, la situación de conciencia es bien triste. A este respecto, un pensador cristiano de hoy, Carlos Díaz, dice que “el remordimiento no acepta el perdón, el arrepentimiento lo acepta y genera una voluntad de ser mejor, una esperanza. El remordido mira al pasado de la culpa,
el arrepentido mira al futuro del amor más fuerte… En lugar de destruirse en el
pecado cometido, hay que aceptar el perdón”.
Cardenal Ricardo M. Carles
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